En esta Carta Apostólica, el Romano Pontífice, «no hizo sino recoger con diligencia y sancionar con su autoridad la voz de los Santos Padres y de toda la Iglesia, que siempre se había dejado oír desde los tiempos antiguos hasta nuestros días» [1]. El análisis del texto de la definición nos será útil para conocer el significado de los términos y el perfil del dogma: «Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su Concepción fue, por singular gracia y privilegio del Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios y, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles» ([2])
1. Significado de los términos
Es claro que el dogma se refiere no a la concepción virginal de Cristo realizada en María por obra del Espíritu Santo, sino a la concepción por la cual María fue engendrada en el seno de su madre. También es de advertir que el dogma se refiere no a la concepción «activa», obra de los padres de María, sino al «término» de esa acción, es decir a la concepción que podemos llamar «pasiva»: el resultado de la concepción activa, que es precisamente el «ser concebido» de María. Ella, María, es la concebida sin el pecado original.
La definición dogmática excluye la teoría de quienes afirmaron en los siglos XIII y XIV, que la Virgen, habiendo contraído de hecho el pecado original, estuvo sometida a él por un instante (per parvam morulam), para ser enseguida santificada por Dios en el seno de su madre.
2. Inmunidad de toda mancha de culpa original
Con la expresión “inmune de toda mancha de culpa original”, la Iglesia confiesa que María en ningún momento y en modo alguno fue alcanzada por la culpa original que se transmite por generación a la humanidad desde nuestros primeros padres. No se contemplan, sin embargo, en la definición dogmática, los defectos que proceden del pecado original, como son la concupiscencia, la ignorancia y la sujeción a la muerte. Tampoco se pronuncia sobre si “debía” o no, la Virgen contraer el pecado original por el hecho de proceder de Adán, aunque afirmaban sin lugar a dudas que de hecho no lo contrajo, ni siquiera “en el primer instante” de la existencia de María. Pero Pío XII, en Refulgens corona, explicita que cuando se habla de María ni siquiera “cabe plantearse la cuestión” de si tuvo o no algún pecado, por exiguo que pudiera pensarse, «puesto que lleva consigo la dignidad y santidad más grandes después de la de Cristo (…) es tan pura y tan santa que no puede concebirse pureza mayor después de la de Dios» [3]
3. Plenitud de gracia
En la Bula Ineffabilis, en efecto, se afirma la plenitud de gracia en María desde el comienzo de su existencia. Toda la argumentación de la Bula Ineffabilis implica esta verdad y expresamente declara que “la Virgen fue la sede de todas las gracias divinas, adornada con todos los dones del Espíritu Santo, y más aún, tesoro casi infinito y abismo inagotable de esos mismos dones, de tal modo que nunca ha sido sometida a la maldición” ([4]). Pío XII, en Fulgens corona, se recrea en la explanación de este punto.
4. Privilegio singular
La inmunidad otorgada a María es una gracia del Dios todopoderoso que constituye un «privilegio singular»; en otras palabras, se trata de una excepción frente a la ley según la cual, la concepción dentro de la familia humana conlleva incurrir en el pecado de origen. Se trata en efecto, de una excepción no «según» la ley ni «de» la ley: es una excepción «contra la ley» común indicada. Se diría que Dios se interpone entre María y la ley del pecado, para que éste ni siquiera le roce por un instante. Es, por lo tanto un privilegio extraordinario concedido a la que habría de ser Madre de Dios.
¿Podría haber alguna otra excepción a esa ley común? No consta que la voluntad del Papa al definir el dogma de la Inmaculada Concepción de María fuera excluir absolutamente cualquier otra excepción, ni, por supuesto, consta en parte alguna que la haya. Lo que queda definido es que se trata de “singular privilegio y gracia del Dios omnipotente”. No obstante, Pío XII, en Fulgens corona dice que “este singular privilegio” es “a nadie concedido” sino a la que fue elevada a la dignidad de Madre de Dios [5]
5. Revelación formal
Concluyamos esta breve exposición del significado de los términos del dogma de la Inmaculada señalando que la verdad expresada no se ha obtenido como una conclusión deducida a partir de la Revelación, o por su conexión con alguna otra verdad revelada, sino que se trata de una verdad formalmente revelada por Dios.
La cuestión ahora es: ¿cómo y dónde ha sido revelado por Dios la verdad de la Inmaculada Concepción de María?
LA REVELACIÓN DIVINA
En la misma Bula Ineffabilis, Pío IX indica brevemente que la Iglesia católica, iluminada siempre por el Espíritu Santo, «no ha cesado de explicar más y más cada día, de proponer y de fomentar esta original inocencia de la Virgen excelsa, coherente en grado sumo con su admirable santidad y dignidad sublime de Madre de Dios» ([6])
Ha habido progreso en el conocimiento y explicación, pero la verdad era conocida desde los comienzos de la Iglesia como divinamente revelada [7].
LA TRADICIÓN APOSTÓLICA Y EL MAGISTERIO
La liturgia, desde los primeros siglos, recogió esta verdad, patrimonio común del pueblo cristiano, y comenzó a celebrar la fiesta de la Concepción Inmaculada de María. Los Santos Padres llaman a la Madre de Dios inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo, hecha una nueva criatura. La Tradición es muy explícita en este punto. Así, por ejemplo, San Juan Damasceno escribe que María “escapó de los dardos del maligno” [8]; y san Proclo dice que María fue “formada de barro puro”, es decir, de nuestra misma materia, pero absolutamente incontaminada.
Sólo en la época escolástica comenzaron los teólogos a discutir sobre este asunto, hasta que el Papa Sixto IV intervino para aprobar la celebración solemne y pública de la festividad ([9]). Poco después, de nuevo levantó su voz contra quienes tachaban de herejes y pecadores a los que celebraban el oficio de la Inmaculada Concepción y a los asistentes a los sermones de quienes afirmaban que Ella fue concebida sin tal mancha ([10]). Un siglo más tarde, el Concilio de Trento, exponiendo la doctrina católica sobre el pecado original, afirmó: este Santo Sínodo declara que no es intención suya incluir en este decreto, en que se trata del pecado original, a la bienaventurada e inmaculada Virgen María, Madre de Dios ([11]). Después, el Magisterio supremo de la Iglesia siguió favoreciendo la celebración solemne de la festividad de María Inmaculada, y prohibió atacar, ya en público, ya en privado, esta doctrina ([12]).
En resumen, cabe destacar, a partir de ese momento los siguientes hitos en el Magisterio de la Iglesia sobre la Inmaculada:
-Sixto IV, en los años 1476 y 1483 aprueba la Fiesta y el oficio de la Concepción Inmaculada, prohibiendo calificar como herética la sentencia inmaculista.
-Inocencio Vlll, en el año 1489 aprueba la invocación de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen.
-Los padres del Concilio Tridentino, en 1546, expresamente dicen, al tratar de la universalidad del pecado original, que no es su mente incluir a la Santísima Virgen.
-Un poco más tarde, S. Pío V condena la famosa proposición de Bayo (19) e incluye en el Breviario Romano el oficio de la Inmaculada.
-Paulo V, el año 1616, prohibe enseñar públicamente la sentencia antiinmaculista.
-Gregorio XV, en el 1622, prohibe tal enseñanza incluso privadamente.
-Alejandro Vll declara que el objeto del culto es concretamente la concepción misma de la Virgen en la Constitución Sollicitudo, de 8 diciembre 1661, donde casi están ya al pie de la letra las palabras que luego usará Pío IX en la definición dogmática.
-Clemente Xl, el año 1708, extiende la fiesta de la Inmaculada como fiesta de precepto a toda la Iglesia Universal [13].
SOLUCIÓN DE LAS DIFICULTADES TEOLÓGICAS
La dificultad que algunos teólogos tuvieron antes de la declaración dogmática para reconocer sin lugar a dudas la Inmaculada Concepción de María, era la universalidad de la Redención operada por Cristo. ¿Cómo explicar la excepción en la herencia del pecado original que todos recibimos y en la necesidad que todos tenemos de ser redimidos?
La respuesta del Magisterio es clara: en este punto no se trata de una excepción ([14]). María no es una criatura exenta de redención, por el contrario: es la primera redimida por Cristo y lo ha sido de un modo eminente en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano ([15]). De ahí le viene toda esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción" ([16]).
A la dificultad teológica sobre cómo podía una persona ser redimida sin haber contraído al menos un instante el pecado original, se responde con la distinción entre “redención liberativa” y “redención preventiva”. La primera es la que se aplica a todos nosotros con «el lavado de la regeneración» bautismal ([17]). La última es la aconteció en María ya antes de que pudiera incurrir en pecado.
EL «SENSUS FIDELIUM»
Es indudable que, en la creciente toma de conciencia del privilegio de la Inmaculada Concepción, hasta llegar a la definición dogmática, juega un papel importante el sensus fidelium (podríamos traducir: el sentido común ilustrado por la fe, del pueblo cristiano) que intuye que la Madre de Dios no puede haber caído en el pecado, que el Hijo de Dios no sería buen Hijo o no sería omnipotente si no hubiera adornado a su Madre de todos los dones y de todas las gracias admirables que tenía en su poder y, sobre todo, del don de no dejarla ni un solo instante bajo el imperio del Maligno.
Ayuda eficaz prestaron también los teólogos, tanto los que defendieron el privilegio como quienes, con indudable buena intención, lo rechazaban. Unos y otros, con sus estudios y críticas, ayudaron a decantar las razones que en pro y en contra aparecían acerca de esta delicada cuestión.
RAZONES DEL MAGISTERIO
La Iglesia ha entendido que en las Sagradas Escrituras aparece ya un sólido fundamento de esta doctrina. Dios, después de la caída de Adán, habla a la pérfida serpiente con palabras que no pocos Santos Padres y Doctores, lo mismo que muchísimos autorizados intérpretes, aplican a la Santísima Virgen: «pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya..» ([18]). Es el famoso texto llamado Protoevangelio (Gen 3, 15), por ser el primer anuncio – por cierto, inmediato al pecado – de la Buena Noticia (=Evangelio) de la Redención futura. Se interpreta “descendencia” (“linaje”) no sólo en sentido colectivo y moral, sino también en sentido cristológico y mariológico enseñando que en él se expresa de modo insigne la enemistad de Cristo Redentor y de María su Madre contra el diablo.
Se trata de la batalla contra el Maligno, con triunfo total por parte de Cristo y, con El y en El, también por parte de María, nueva Eva. Así como de la primera Eva partió la ruina del género humano, la nueva Eva, María, asociada a Cristo Redentor, consigue una victoria absoluta, sin excepción alguna, contra el mal que es el pecado. La idea que destaca lneffabilis Deus será recogida más tarde por otros Papas, como León Xlll y Pío Xll ([19]). Es evidente que la interpretación que hizo suya Pío IX no es una mera interpretación acomodaticia del texto, sino literal o típica.
El triunfo tan singular de María, su eximia santidad, inocencia e inmunidad de toda mancha de pecado, esta abundancia de celestiales gracias y privilegios, la exaltaron también los Padres y Escritores eclesiásticos al comparar a María con el Arca de Noé, que se salva milagrosamente del naufragio general; con la escala de Jacob, que subía de la tierra al cielo, con la zarza que Moisés vio arder sin consumirse, más aún refloreciendo fresca y bellísima; etc., acumulando sobre María toda clase de alabanzas, siviéndose de muy diversos símbolos e imágenes.
Para esto mismo toman base los Padres y Escritores eclesiásticos de aquellas palabras en que el ángel Gabriel, en la Anunciación, llama a María «en nombre y por orden de Dios» llena de gracia ([20]). En tan singular y solemne salutación, nunca hasta entonces oída, dicen los padres que «se da a entender que la Madre de Dios fue la sede de todas las gracias divinas y que fue adornada con todos los carismas del Espíritu Santo, hasta el punto de no haber estado nunca bajo el poder del mal y de merecer oír, participando a una con su Hijo de una bendición perpetua, aquellas palabras que Isabel pronunció movida por el Espíritu Santo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» ([21]).
RAZONES DIVINAS
Cuando el Magisterio de la Iglesia define un dogma no obedece a un “capricho dogmaticista” ni a una razón puramente estética. Nos basta su autoridad, pero la Iglesia la ejerce siempre fundada en razones. Indaga en la Sagrada Escritura, en la Tradición apostólica, en el sentido de los fieles y también se pregunta por las razones que ha podido tener nuestro Padre Dios para hacer las cosas de un modo que a veces no era de unívoca necesidad. Las razones más claras que la Iglesia ha encontrado para explicar el designio de Dios sobre el misterio que tratamos son las siguientes:
1. La maternidad divina de María
Enseña el Concilio Vaticano II que para preparar una digna morada a su Hijo, quiso Dios que su Madre fuera santísima, libre de toda culpa y pecado, es decir, rigurosa y estrictamente hablando, inmaculada, sin mancha alguna de pecado, como ya hemos considerado. Para ser la Madre del Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante" ([22]). María obtuvo de Dios este singular privilegio, a nadie concedido, precisamente por haber sido elevada a la dignidad de Madre suya. Pues esta excelsa prerrogativa (…) mayor que la cual ninguna otra parece que pueda existir, exige plenitud de gracia divina e inmunidad de cualquier pecado en el alma, puesto que lleva consigo la dignidad y santidad más grandes, después de la de Cristo ([23])
2. La íntima unión espiritual de Cristo y María
En la actual economía de la Redención, la ausencia de pecado va siempre acompañada de la gracia. No hay una naturaleza humana "químicamente pura", es decir sin pecado y sin Gracia. O está en gracia o está en pecado. Si no hay pecado, hay Gracia; si hay Gracia, no hay pecado, al menos no hay pecado mortal. La Virgen María, por lo mismo que es preservada de todo pecado, es concebida en Gracia de Dios. Además, como su pureza inmaculada es una gracia que recibe para ser la Madre de Dios, recibe la gracia santificante en plenitud ([24]).
3. El amor de Dios a su Madre
¿Cómo podía concebir la mente divina, en su designio eterno de redención, a la que iba a ser Hija, Madre y Esposa de Dios? El Beato Josemaría Escrivá expresa así la cuestión: «¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiésemos podido escoger la madre nuestra? Pienso que hubiésemos elegido a la que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Cristo: siendo omnipotente, sapientísimo y el mismo Amor, su poder realizó todo su querer (…). Los teólogos han formulado con frecuencia un argumento semejante, destinado a comprender de algún modo el sentido de ese cúmulo de gracias de que se encuentra revestida María y que culmina con la Asunción a los cielos. Dicen: convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo [25]. Es la explicación más clara de por qué el Señor concedió a su Madre, desde el primer instante de su inmaculada concepción, todos los privilegios. Estuvo libre del poder de Satanás; es hermosa – tota pulchra! -, limpia, pura en alma y cuerpo» ([26]).
El actual Catecismo de la Iglesia Católica enseña también que «convenía que fuese "llena de gracia" la madre de Aquél en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente"» ([27]). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la "Hija de Sión": "Alégrate" ([28]). Y enseguida añade "llena de gracia" ([29]).
4. La necesidad de disponer de una libertad perfecta.
El mismo Catecismo indica otra poderosa razón de la gran conveniencia de la plenitud de gracia de María desde el primer instante de su concepción: para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios ([30]). La respuesta de María al mensaje divino del Ángel requería toda la fuerza de una libertad purísima, abierta al don más grande que pueda imaginarse y también a la cruz más pesada que jamás se haya puesto sobre el corazón de madre alguna (la “espada” de que le habló Simeón en el Templo ([31])). Aceptar la Voluntad de Dios conllevaba para la Virgen cargar con un dolor inmenso en su alma llena del más exquisito amor. Saber, como hubo de saber María – al menos por la instrucción que recibió de la Sagrada Escritura, como todos los israelitas y su singular agudeza intelectual – que Dios le proponía ser madre de quien estaba escrito: «No hay en él parecer, no hay hermosura que atraiga las miradas, ni belleza que agrade. Despreciado, desecho de los hombres, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos, ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, estimado en nada» ([32]). Era muy duro aceptar tal suerte para quien había de querer mucho más que a Ella misma. La Virgen María necesitó toda la fuerza de su voluntad humana, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo en plenitud para poder decir – con toda consciencia y libertad – su rotundo fiat al designio divino. Esta enorme riqueza espiritual no rebaja un punto su mérito: sencilla y grandiosamente hace posible lo que sería humanamente imposible: da a María la capacidad del fiat. Pero Ella puso su entera y libérrima voluntad. Para entendernos: Dios me ha dado a mí la gracia de responder afirmativamente a mi vocación divina. Sin esa gracia no habría podido decir que sí; pero con ella no quedé forzado a decirlo. Podía haber dicho que no sin ofenderle, pues, en principio, la vocación divina no es un mandato inesquivable, sino una invitación: “si quieres, ven y sígueme” ([33]).
PRIVILEGIOS INCLUIDOS EN LA PLENITUD DE GRACIA
1. Inmune de toda imperfección voluntaria Como ya quedó dicho, la Virgen María, por especial privilegio de Dios, estuvo inmune de todo pecado, aun venial, durante toda su vida. Los Santos Padres descartan incluso toda imperfección voluntaria en la Madre de Dios, hasta el punto de negar en Ella cualquier acto imperfecto o remiso de caridad. La entienden siempre dispuesta a responder de inmediato a cualquier inspiración o sugerencia divina ([34]), en modo alguno inclinada al mal. Esto es teológicamente cierto.
2. Libérrima, en todo momento
La Virgen María fue libérrima en todo momento. La libertad no consiste en la posibilidad de hacer el mal (esa posibilidad es en nosotros un signo, pero también una imperfección de la libertad y, si caemos en ella, un detrimento de nuestra capacidad de elegir el bien). La perfección de la libertad estriba en la capacidad de elegir por y desde sí mismo entre los bienes perfectivos que se ofrezcan a la persona. La Virgen eligió siempre, no ya “cosas buenas”, sino siempre, con amor indecible, aquellas cosas buenas que Dios le proponía. Podía, a veces, haber dicho que no sin ofenderle. Pero su fiat radicado en un amor sin sombra de egoísmo, fue entero y constante a los requerimientos divinos.
«Con razón piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres» ([35])
3. Sujeta al dolor
Estuvo sujeta al dolor. En nosotros el dolor es consecuencia del pecado original, pero en María no; fue consecuencia de su propia naturaleza humana, que de por sí está sujeta al dolor y a la muerte corporal. La impasibilidad fue un privilegio especial concedido a nuestros primeros padres y no una propiedad de la naturaleza. Lo perdieron por el pecado y el mismo Verbo cuando asume una naturaleza humana absolutamente santa, la asume pasible y mortal. Del mismo modo quiso que así fuera la de María: santísima, sin sombra de pecado pero pasible y mortal. Es seguro que María padeció al corredimir con Cristo. No obstante, como veremos al tratar de la Asunción, no es seguro que María muriera en el mismo sentido que los demás seres humanos. Lo cierto es que el privilegio de la Inmaculada Concepción, lejos de sustraer el dolor de María, aumentó en Ella su capacidad de sufrimiento, y la dispuso de tal modo que no desaprovechó ninguno de esos dolores y sufrimientos dispuestos o permitidos por el Padre, ofreciéndolos con los de su Hijo por nuestra salvación.
4. Plenitud de Gracia inicial
Ya hemos hablado de ello. Como consecuencia de la plena unión con Dios, la Virgen está llena de Gracia, así como de las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Y puesto que la maternidad es tan superior a la filiación que los demás tenemos respecto a Dios, Ella gozó de la gracia en medida muy superior a la de todos los demás que somos “solamente” hijos. María se encuentra situada desde el principio en un orden superior al de todas las demás criaturas. Superior en Gracia incluso a los ángeles, (superiores a Ella por naturaleza, pero inferiores en Gracia).
5. Plenitud creciente de Gracia en el transcurso de su vida
La plenitud de Gracia inicial de María no fue absoluta, infinita, como la de Jesucristo Hombre (unido hipostáticamente al Verbo), sino relativa. Era plena y perfecta, pero no infinita. Podía crecer y de hecho, al corresponder en todo momento a las mociones de Dios, creció a lo largo de su vida. Es sentencia común de los teólogos, que en el momento de la Encarnación, como consecuencia del “fiat”, recibió un aumento de Gracia que sería notabilísimo. Es lógico si pensamos que Cristo es Causa (subordinada a la Causa primera, que es Dios) de la Gracia. Por lo demás, el amor recíproco entre el Hijo y la Madre sería una causa ininterrumpida de incremento de Gracia para Ella.
Finalmente, Santa María goza en el Cielo de la más perfecta bienaventuranza de la que pueda ser capaz una persona creada, manifestada tanto en su Asunción corporal al Cielo como en su Mediación universal. Allá se encuentra – dice San Josemaría Escrivá – «elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad. Sabemos que es un divino secreto. Pero, tratándose de Nuestra Madre, nos sentimos inclinados a entender más – si es posible hablar así – que en otras verdades de fe» ([36])
6. Muy próxima a sus hijos
La criatura que está en lo más alto, no es sin embargo, la más lejana a nuestra poquedad. La Iglesia ha salido al paso de errores, también recientes, sobre este particular, y ha proclamado en el Concilio Vaticano II que María es «Aquélla, que en la Santa Iglesia ocupa después de Cristo el lugar más alto y el más cercano a nosotros»( [37]). “El más cercano”. Esto es verdaderamente consolador y estimulante.
El Verbo de Dios se hizo hombre para compartir todas nuestras miserias y angustias, hecho semejante a nosotros en todo, excepto en el pecado. Y esta realidad de ser Persona divina con doble naturaleza, divina y humana, es la más profunda proximidad que Dios ha podido alcanzar con el hombre, la cercanía más íntima y cordial. Lo mismo sucede, salvadas las diferencias, con María. Cuanto más próxima a Dios está una persona más participa de su grandeza y de su condescendencia e intimidad con el hombre. Una condescendencia e intimidad que bajan hasta el corazón humano para elevarlo a horizontes nuevos de amor y grandeza divina. Dios hizo a la Virgen Inmaculada no sólo para que fuera su Madre, sino también para que pudiera estar íntimamente unida a El en toda la obra de la Redención, lo mismo cuando ésta se lleva a cabo en el Calvario que cuando se aplica en los distintos momentos de la vida de cada hombre. Quiso Dios reunir en ella todos los privilegios y dones de la gracia para que fuera también nuestra Madre, nuestra Abogada y Auxiliadora. Para que fuera, como dice Pablo Vl, la Mujer «toda ideal y toda real», que presenta a su Hijo nuestras lágrimas y nuestras alegrías, para que Dios las bendiga.
Quizá nunca como hoy ha estado el mundo más necesitado de los cariños de una Madre espiritual, porque acaso nunca se ha creído más autosuficiente y, por contraste, más frío en su yerta soledad interior. ¡Cómo necesitamos hacernos niños para empezar a sentir en nuestra alma los desvelos maternales de María, Madre de todos los hombres, especialmente de aquellos que hemos tenido la dicha de recibir el santo bautismo. Cuánta falta nos está haciendo la humildad, la sencillez… para tener la valentía de pedirle a Dios, por intercesión de María, limpieza de vida, autenticidad para con Dios, amor verdadero hacia los hermanos, sin distinción de raza, lengua, sexo, religión…, afán por acercarnos a los sacramentos de la confesión y comunión frecuentemente… !
En María «el género humano reaparece en su primitivo y regenerado esplendor. En ella tenemos el prototipo, el modelo de la perfección humana. Tenemos a la ‘llena de gracia’, es decir, a la Mujer bendita entre todas, reflejando en sí misma el pensamiento íntegro y espléndido de Dios, que ha querido hacer del hombre, con anterioridad a la ruina del pecado original, su imagen propia, y que, en previsión de los méritos infinitos de Cristo Redentor, ha remodelado en María a la excepcional criatura que irradia su fascinante semejanza. Esta es una estrella que no se extingue; esta es una flor que emerge en el cenagal de la miseria humana; que no se marchita, sino que permanece virgen y pura, toda candor, toda bondad, para gloria de Dios y para consuelo de nosotros, mortales, como una invitación maternal, como una hermana feliz, ejemplar amiga, toda ideal y toda real, y toda para nosotros, recordando las palabras bíblicas, nuestra esperanza, que ‘donde abundó el delito, sobreabundó la gracia’ ([38])» ([39]).
En fin, para terminar este capítulo, viene como anillo al dedo lo dicho por Pío XII: «que no hay en verdad para los sagrados pastores y para los fieles todos nada ‘más dulce ni más grato que honrar, venerar, invocar y predicar con fervor y afecto en todas partes a la Virgen Madre de Dios, concebida sin pecado original» ([40]).
[1] FC I, párr. 2.
[2] InD, DS 2800-2804.
[3] FC, I.
[4] InD, cit por FC I, párr 3.
[5] FC, I, párr. 5.
[6] InD, I. c.
[7] Ver FC, I.
[8] SAN JUAN DAMASCENO, Hom I, 7
[9] Cfr. SIXTO IV, const. Cum praeexcelsa, 28-II-1476
[10] SIXTO IV, const. Grave nimis, 4l-X-1483
[11] CONCILIO DE TRENTO, sess.V
[12] Cfr. SAN PÍO V, Bula Ex omnibus aflictionibus, 1-X-I567, n. 73; Const. Super speculam, 30-XI-1570; PAULO V, Breve del 12-IX-1617; GREGORIO XV, Decreto apostólico, año 1622; URBANO VIII, Bula Imperscrutabilis,12-II-1623; ALEJANDRO VII, Bula Sollicitudo omnium, 8-XlI-1661; CLEMENTE XI, Bula Commissi nobis, 8-XII-1708; BENEDICTO XIII, Breve Ex quo, 1-IV-1727.
[13] De otra parte, muchas Universidades del mundo de entonces no sólo defienden el privilegio de la Inmaculada Concepción, sino que incluso exigen juramento de defenderlo a quienes acceden a los grados académicos. Tal sucede con la de París (1497), Colonia (1499), Maguncia (1500), Viena (1501), Valencia (1530), Zaragoza, Granada, Alcalá deHenares, Osuna, Compostela y Toledo (1617), Baeza, Salamanca y Valladolid (1618), Barcelona y Huesca (1619), etc. Hay también pueblos, que se comprometen a defender dicho privilegio, el primero de los cuales es el de Villalpando (Zamora).
[14] CEC 491
[15] InD, DS 2803; LG 53.
[16] LG 53, 56.
[17] cfr. Tit 3, 15.
[18] Génesis 3, 15.
[19] LEON Xlll, Encycl. Augustissimae Virginis ASS 30, 129; PlO Xll, Bula Munificentisslmus Deus, AAS 32 (1950) 768.
[20] Lc 1,28.
[21] InD, l.c.
[22] LG 56; CEC 490.
[23] FC, l.c.
[24] Cfr. LG 53. Por eso Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios "la Toda Santa" ("Panagia"), la celebran como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura" ([24]). También afirman que por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida. Cfr. CEC 493.
[25] Cfr. JUAN DUNS ESCOTO, In III Sententiarum, dist. III, q. 1.
[26] SAN JOSEMARÍA ESCRIVA., Es cristo que pasa, núm 171.
[27] Col 2, 9.
[28] cf. So 3, 14; Za 2, 14; CEC 722.
[29] Lc 1, 28.
[30] CEC 490.
[31] Cfr. Lc 2, 35.
[32] Is 53, 2-3.
[33] Cfr. Lc 10, 21.
[34] Cfr. por ejemplo, SAN AGUSTÍN, De nat. et gratia, XXXVI.
[35] LG 56.
[36] Es Cristo que pasa, 171, 3.
[37] LG VIII, 54.
[38] Rom. 5, 20.
[39] PABLO Vl, Aloc. Angelus, 5 marzo 1978.
[40] FC, I, párr. 10; InD, l.c.
escrito por Dr. Antonio Orozco Delclós
Capítulo II de libro Madre de Dios y Madre Nuestra
Introducción a la Mariología
Ed. Rialp. 1ª ed. 1996, 7ª ed. 2003.
(fuente: www.encuentra.com)
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