La fiesta de la Sagrada Familia que celebramos el domingo siguiente a la Navidad tiene el propósito de mostrarnos a un Jesús que vivió en medio de una sociedad normal, es decir, como un hombre normal en medio de sus contemporáneos. Para sus conocidos era uno mas, por ello que en los evangelios no encontremos detalles sobre esta etapa de su vida, de hecho solo conocemos el Nacimiento, el destierro y su encuentro con los Doctores de la Ley alrededor de sus 12 años, de allí pasamos al inicio de su ministerio mesiánico.
Desde el inicio de la historia Dios la pensó - pensar, querer y obrar en Dios no se diferencian – como historia que apunta a la salvación en el marco de una familia, la de los patriarcas primero, la del pueblo elegido después y la de la comunidad cristiana a final. Como hijos e hijas de Dios formamos parte de esta comunidad que nos hace “parientes”, nos conforma como familia de Dios, pues si somos hijos suyos somos hermanos entre nosotros.
En el medio de nuestras diferencias, enemistades, rivalidades, la humanidad toda camina hacia la realización de la promesa divina, y es por eso que nos confronta con el desafío que hay en nosotros: ser motores de una sociedad nueva, diferente, en la que primen los valores y la fraternidad. Caminos de reconciliación, aunque lentos pero con iniciativas, como el ocurrido recientemente entre dos grandes países separados por años como Estados Unidos y Cuba, muestran que el diálogo es posible, que algo diferente está surgiendo.
En el medio en el que nos movemos, en nuestro trabajo, centro de estudio, etc., podemos generar una nueva etapa de compromiso que nos lleve a fundar la familia que Dios ha pensado para nosotros, en la que las diferencias sean el camino para sentarse a dialogar y no un obstáculo difícil de sortear, y en la que adoptemos una actitud crítica y constructiva para con aquellas necesidades que vemos en nuestros hermanos. Que este tiempo de Navidad sea un incentivo para involucrarnos y comprometernos en a realización del Reino que ya está en medio nuestro recostado en la pequeñez del pesebre pero con la fuerza del grano de mostaza.
escrito por Emilio Rodríguez Ascurra @emilioroz
(fuente: yocreo.com)
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