Como padres quisiéramos tener a nuestros hijos dentro de una burbuja para que no les pasara nada y que su vida fuera tan maravillosa como un cuento de hadas. Pero lo cierto es que todo esto es fantasía. La vida tiene subidas y bajadas, la adversidad es algo natural con lo que los hijos deberán luchar y para ello los debemos educar; de lo contrario se estrellarán ante la primera dificultad y las consecuencias serán nefastas.
Hace poco, el diario ABC de España, publicaba las conclusiones de las jornadas académicas de Fepace (Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de Fomento de Centros de Enseñanza) donde se destacó que las familias «no educan a sus hijos frente a la adversidad».
Una de las principales razones es que los padres prefieren darle todo a sus hijos para que tengan bienestar y una vida cómoda, antes de inculcarles el esfuerzo y hacerles «sufrir» para conseguir un objetivo, puesto que, de hacerlo, los progenitores piensan que sus pequeños dejarán de quererles.
«Nada más lejos de la realidad —asegura Fernando Sarráis, doctor en Medicina por la Universidad de Navarra, especialista en Psiquiatría y ponente en las jornadas de Fepace—. Todo lo que vale, cuesta. Conseguir aquello que conlleva un esfuerzo supone una gran satisfacción personal (estudiar y obtener un máster; entrenar y lograr una medalla...). Si no enseñamos a los niños a esforzarse en la infancia, de mayores serán adultos insatisfechos e inseguros porque tendrán miedo de enfrentarse a cualquier situación que les suponga el más mínimo esfuerzo».
Claves a seguir
En esta línea, Fernando Sarráis explica que hay una serie de pautas para educar mejor a los hijos:
«El que algo quiere algo le cuesta». La buena educación ha de costar a formador y formado. No se debe tener miedo a hacer sufrir al educar, pues el cariño impide que se convierta en un trauma psicológico.
El mejor educador es el ejemplo. Se debe realizar la acción que se pretende que aprendan los hijos delante de ellos. No es suficiente un exceso de repetición oral para que lo asimilen.
Enseñar en libertad. En la educación de una personalidad madura es esencial enseñar a ser libre, con la responsabilidad que supone recibir un premio o castigo como consecuencia de la propia conducta libre.
Aprender a poner buena cara al mal tiempo. Uno de los capítulos más difíciles de aprender del libro de la vida es "sufrir con alegría". Sin este aprendizaje las personas suelen vivir, comportarse y pensar para "evitar" el miedo a cualquier sufrimiento. Esto impide que las personas aspiren a grandes objetivos en la vida.
Voluntad y constancia. Es necesario plantear modelos atractivos de modos de ser, pues si una persona quiere ser de una manera, tendrá la fuerza y constancia para poner los medios necesarios para lograrlo: querer es poder.
«O vives como piensas o acabas pensando como vives». La conducta tiene una fuerza educativa o transformadora muy poderosa. Una manera de lograrlo es que el educador y el educando lo hagan juntos.
Educar más con la cabeza que con el corazón. Enseñar es una tarea más de la razón que de la afectividad.
La unión hace la fuerza. El padre y la madre deben llegar a un acuerdo a la hora de educar, establecer límites y no desautorizarse entre sí, sino comunicarse para evitar las diferencias educativas en los temas capitales.
No tirar la toalla cuando parece que no se consiguen los objetivos educativos deseados, ya aparecerán más adelante. No hay que cansarse de dar buen ejemplo.
Exigir con amor. Los hijos no se trauman tanto por la excesiva exigencia si se sienten queridos.
Con información de ABC.es
(fuente: lafamilia.info)
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