(ANS – Addis Abeba) – “Para mí, un misionero era alguien que camina mucho para meterse en la jungla, se defiende de los animales de la selva y, naturalmente, construye capillas y bautiza un montón de gente. Más tarde mi párroco me encaminó al aspirantado misionero salesiano de Ivrea y a los 17 años fui enviado como misionero a Thailandia, donde trabajé durante 22 años”. Así recuerda el inicio de su larga experiencia misionera el P. Angelo Regazzo, salesiano italiano, actualmente en Etiopía.
He realizado el desafío de mi infancia cuando, en respuesta al llamado del Rector Mayor para llevar a cabo el proyecto África, me ofrecí para ir el año 1981. El año siguiente llegué a Mekele, Etiopía. Dos años más tarde, en 1984-85, fue la gran carestía donde 1,4 millones de personas murieron de el hambre y las enfermedades.
Trabajé con dos hermanos coadjutores salesianos, César Bullo y Joseph Reza, que dirigían toda la operación de ayuda y reorganización por la tragedia que se inmortalizó en la canción “We Are the World, We are the Children”. En 1996 me mandaron a abrir una nueva presencia salesiana a Eritrea, donde actualmente tenemos tres comunidades salesianas. Me echaron de Eritrea, juntamente con otros 22 misioneros donde en 2008 juntamente con otros 22 misioneros. Desde entonces trabajo en Etiopía con los niños de la calle en Bosco Children Centre. Allí los encontramos durante la noche por las calles húmedas de Addis Abeba, y los recogemos, y así, en tres años están preparados para ir a la escuela, aprender un oficio e integrarse en sus familias.
Aunque aquí la gente nos llama afectuosamente Abba Melaku, para mí es un gran reto expresarme bien en en la nueva lengua que he tenido que aprender. Si bien debo aceptar humildemente que a penas “balbuceo” la lengua que aún no domino perfectamente, sin embargo me doy cuenta que puedo aportar frutos apostólicos si mi vida personal se hace creíble por la caridad y la fe.
Lo que me da la mayor alegría de mis 55 años de vida misionera no es sólo haber salvado a las personas pobres e indigentes, sobre todo niños, de una muerte segura durante la carestía, sino, irónicamente, haber experimentado personalmente tremendo sufrimiento cuando los niños me dispararon, robaron y dejaron solo con una pierna rota en medio de la nada... Mi gesto instintivo inicial de rebelión (“¿por qué, Señor, si estoy trabajando por ti?”) se cambió en una sensación de grande paz y una alegría profunda por haber logrado ser elegido para sufrir por Cristo'. Recuerdo las palabras que Madre Teresa de Calcuta me escribió cuando supo que me habían disparado: “¡Ánimo, P. Angelo, los sufrimientos son signo de la predilección de Dios!”
Finalmente quisiera animar a los que sientes la llamada de Señor a ser misioneros, con las palabras de Elí a Samual: "Si te llama, di: “¡Habla, Señor, que tu siervo, escucha!”. Y después tener el coraje de responder: “¡Heme, aquí, mándame Señor”!
Publicado el 15/05/2015
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