Ella estuvo también con Él al final de su vida. Él la estaba mirando poco antes de entregar su vida por nosotros en la cruz.
La última conversación que Jesús tuvo, la tuvo con María. Y fue acerca de nosotros.
Todos recordamos la escena al pie de la cruz. Es una escena impregnada de tristeza. Jesús ve ahí a María y al apóstol Juan. Y le dice a su madre: “Mujer, ¡he ahí a tu hijo!”.
Luego le dice a San Juan: “¡He ahí a tu madre!”.
A partir de ese momento, como nos dice el Evangelio, Juan tomó a María y se la llevó a su casa.
Jesús estaba haciendo lo que cualquier buen hijo haría. Se estaba asegurando de que su madre estaría bien cuidada después de que Él se hubiera ido. Así que se la confió a su discípulo amado.
Pero también estaba teniéndonos en cuenta a nosotros. Sus palabras: “¡He ahí a tu madre!” Son una orden. Están dirigidas a todos los que llegarían a ser sus discípulos.
Jesús nos confió a María a cada uno de nosotros. Su último deseo —que algunos llaman su última voluntad y testamento— fue que su madre fuera nuestra madre.
Y como lo hizo San Juan, cada uno de nosotros debemos tomar a María en nuestra “propia casa” en nuestras vidas. Debemos tener una profunda relación personal con ella, una relación de amor, de afecto, de devoción y de confianza.
En el hogar de Nazaret, Jesús creció en sabiduría, en compañía de María y de San José. Nosotros también podemos crecer en la fe y en la santidad si permanecemos cerca de María. Tenemos que ser como niños buenos, que escuchan sus palabras y aprenden de su ejemplo.
En el momento de la Anunciación, María le dijo al ángel: “Hágase en mí según tu palabra”.
María se abandonó completamente a la voluntad de Dios para su vida. Ella tomó la decisión consciente de cooperar con su voluntad, para ser una “esclava” del plan de salvación de Él.
Me gusta pensar que Jesús aprendió de María algo de su propia actitud de confianza en la voluntad de Dios.
Podemos escuchar la fe de ella, reflejada en las palabras con las que Jesús le enseñó a orar a sus discípulos: “Hágase tu voluntad”.
Podemos escuchar con qué profundidad Jesús mismo vivió esta actitud de abandono a la voluntad de Dios. En la noche en que se le pidió a morir por nosotros, Él oró así: “No se haga mi voluntad sino la tuya”.
Esa es la actitud que hemos de tener para vivir como hijos de Dios e hijos de María. Como Jesús y como María, tenemos que confiar en que nuestro Padre celestial sabe lo que es mejor para nosotros, en que Él tiene un plan y un propósito para nuestras vidas.
Tenemos que decirle a Dios en todas las circunstancias: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
También podemos aprender mucho de la costumbre que tenía María de reflexionar sobre la vida de su hijo. El Evangelio nos dice que ella valoraba inmensamente sus palabras y meditaba acerca del significado de las acciones de Él: “Guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”.
En esto, también, puede ser nuestro modelo. Deberíamos pasar algún tiempo cada día contemplando las palabras y las obras de Jesús a través de la lectura orante de los Evangelios.
Como María, deberíamos conservar sus palabras y ejemplo en nuestros oídos. Deberíamos orar para pedir la gracia que necesitamos cada día para amarla más y para ser más como Jesús.
Al orar unos por otros esta semana, tratemos de tomar algunas medidas prácticas para profundizar nuestra devoción a María. Tal vez eso signifique rezar el rosario con más devoción y afecto. Tal vez signifique decir una oración mariana especial, como el Acordaos.
Una práctica que les recomiendo es tomar el hábito de pedirle a menudo a María, durante el transcurso del día: “¡Muéstrate como una madre para mí!”.
Esta oración proviene de un antiguo himno, el Ave Maris Stella (“Salve, Estrella del mar”). Muchos santos han usado estas palabras para pedir la ayuda de María.
La beata Madre Teresa de Calcuta oraba así: “María, Madre de Jesús, sé una madre para mí ahora”.
Pidamos la intercesión de María para que nos ayude a amarla como Jesús la amó. Y dediquémonos a compartir generosamente nuestras vidas con los demás, como lo hizo nuestra Madre Santísima.
escrito por Mons. José H. Gómez
Arzobispo de Los Angeles
(fuente: www.acirpensa.com)
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