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viernes, 22 de mayo de 2015

La Cruz de Jesús: la retirada de Dios

Antes que el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) inmortalizará -en algunos de sus escritos- la frase “Dios ha muerto”[1] la encontramos anticipada en la obra de su compatriota Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770- 1831).[2]

Hegel refirió la frase a la crisis entre los estados y su orden autónomo; y Nietzsche la empleó como metáfora de la total independencia del hombre contemporáneo respecto a cualquier idea de Dios capaz de actuar como fuente de moralidad o sentido de la existencia ya que el hombre se encuentra solo frente a sí mismo y su destino, al igual que el mundo.

En su obra “El loco”, el personaje central se dirige a las personas que no creen planteando el problema de conservar cualquier sistema de valores en ausencia de un orden divino.

“El loco, cierta mañana fue al mercado. Provisto con una linterna en sus manos no dejaba de gritar: «¡Busco a Dios!» Allí había muchos descreídos que no dejaban de reírse. Mirando con burla decían: «¿Dios se ha perdido?»; «¿se ha extraviado?»; «se habrá ocultado»; «tendrá miedo»; «acaso se habrá embarcado o emigrado». Y las carcajadas seguían. Al loco no le gustaron esas burlas y, precipitándose entre ellos, les gritó: «¿Qué ha sido de Dios?». Fulminándolos con la mirada agregó: «Se los voy a decir. Lo hemos matado. Ustedes y yo lo hemos matado. Hemos dejado esta tierra sin su sol, sin su orden, sin quién pueda conducirla. Hemos vaciado el mar. Vagamos a través de una nada infinita»”.

Esta convicción de la filosofía contemporánea de que hemos matado a Dios, cada viernes santo, frente a la Cruz de Jesús –para los creyentes- tiene una resonancia particular.

La frase final con la que Jesús, en el martirio desgarrador de la Cruz, muere gritando –“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mc 15,34; Mt 27,46)- pareciera darle crédito a quienes ejecutaban al Nazareno ya que ningún pretendido Mesías estaría tal olvidado por Dios, dejándolo librado a su propia suerte.

Este abandono y lejanía, esta ausencia y distancia, este desamparo y silencio con el que Jesús muere –no sólo abandonado de todos, incluso de casi todos sus discípulos, sino además de Dios- es el trasfondo más misterioso de la muerte del Crucificado.

Como ningún otro hecho del escenario del Gólgota, el abandono de Dios a su Hijo crucificado, entraña el secreto que se revela siempre en el sufrimiento de cada cruz humana: ¿qué puede haber más importante, más infinito y más inmenso que Dios para que se retire y produzca el abismo desolador del total abandono?

En toda cruz existe el abandono de Dios. Se retira dejando desnudo el propio vacío que tenemos. Frente a nuestro abismo, en la noche más ciega, Dios se silencia completamente.

Ese vacío interior, que produce -a la vez- un violento vaciamiento, es la dinámica en la que se puede recrear nuevamente todo. No todos los vacíos son desiertos infecundos, ni todos los abandonos se convierten en soledades angustiosas. Si algo no se vacía primero, es posible que no llegue a caminar hacia la propia plenitud. Tal es la dinámica del espíritu. Tal es el aprendizaje de la Cruz.

[1] La gaya ciencia, sección 108 («Nuevas luchas»); en la sección 125 («El loco»), y -por tercera vez- en la sección 343 («Lo que pasa con nuestra alegre serenidad»). También se encuentra en Así habló Zaratustra, Introducción.
[2] Fenomenología del espíritu, FCE, 435.

escrito por el padre Eduardo Casas
(fuente: eduardocasas.blogspot.com.ar)

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