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miércoles, 5 de noviembre de 2008

Fe y Razón: creer o no creer

Muchas veces se ha planteado la discusión acerca de que si la fe y la razón humana son incompatibles, o no. El debate lleva varios siglos, tal vez sea tan viejo como la misma humanidad.

Creo que en el fondo todo se debe a una discusión acerca de la existencia de un Ser Superior: desde siempre, hubieron seres humanos que tuvieron fe en lo sobrenatural y hubieron otros que no se permitieron ver más allá de lo que sus ojos y su mente les permitió.

Por ejemplo, racionalistas critican al cristianismo en varios puntos; si uno lee en el Libro del Génesis del Antiguo Testamento que el Universo mismo habría sido creado en siete días ellos afirman que contrasta con lo que científicos han descubierto acerca de la Teoría del Big Bang y todo lo que desencadenó en la Naturaleza. Lo que no se quiere ver es que esos "siete días" drelatados en el Génesis es un simbolismo: el siete es un número que encontramos en varios momentos de la Biblia y hace referencia a la perfección y no a un tiempo determinado. Aún así, no son pocos los que no creen en la existencia de Dios y el diablo, llegan a afirmar que son solo invenciones del mismo ser humano para ocultar propias inseguridades.

Muchos acusan a la Iglesia Católica Apostólica Romana, entre otras cosas, de reprimir los avances científicos. Muchas de esas acusaciones son injustas, más teniendo en cuenta que durante la Edad Media, los Monasterios fueron también centros de investigaciones científicas.

En su Encíclica "Fides et Ratio" ("Fe y Razón"), Juan Pablo II dice que «La relación actual entre la fe y la razón exige un atento esfuerzo de discernimiento, ya que tanto la fe como la razón se han empobrecido y debilitado una ante la otra. La razón, privada de la aportación de la Revelación, ha recorrido caminos secundarios que tienen el peligro de hacerle perder de vista su meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser una propuesta universal. Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil, tenga mayor incisividad; al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición. Del mismo modo, una razón que no tenga ante sí una fe adulta no se siente motivada a dirigir la mirada hacia la novedad y radicalidad del ser».

Fe y Razón pueden ir de la mano. Creo que en la discusión acerca de una supuesta incompatiblidad entre ambas subyace el debate filosófico acerca de la existencia de Dios.

Galileo fue un científico que afirmó su teoría de que el Planeta Tierra gira alrededor del sol, lo cual fue fuertemente cuestionado por algunos sectores de Nuestra Iglesia quienes afirmaban que la Tierra era el centro del universo. En Octubre de 1992, Juan Pablo II reconoció públicamente que algunos hombres de Nuestra Iglesia se equivocaron al juzgar equivocadamente las investigaciones de aquel científico.

El caso de Galileo Galilei (tomado de www.corazones.org)

Aunque es cierto que Galileo sufrió injustamente a manos de algunos miembros de la Iglesia, también es verdad que ahora se comete otra injusticia cuando se fomenta una versión falsa de los hechos.

La verdad se puede conocer si tan solo hay interés por conocerla.

Galileo nunca fue torturado por afirmar que la tierra giraba alrededor del sol. Fue condenado a «formalem carcerem» –una especie de reclusión domiciliaria. Pero varios jueces se negaron a suscribir la sentencia y el Papa no la firmó.

El pudo seguir trabajando en su ciencia. Murió el 8 de enero de 1642, en su casa de Arcetri, cerca de Florencia. Viviani, quién le acompañó durante su enfermedad, testimonia que murió con firmeza filosófica y cristiana, a los setenta y siete años de edad.

Galileo contaba entre sus amigos a varios cardenales. Uno de ellos, el Santo Roberto Cardenal Belarmino.La oposición mayor a Galileo no fue religiosa sino de los que se aferraban a las antiguas teorías basadas en principios Aristotélicos. Juan Pablo II saca una enseñanza muy importante para el futuro: la irrupción de una novedad científica y metodológica obliga a las distintas disciplinas del saber a delimitar mejor el propio campo y método. De hecho, en el siglo pasado y a comienzos del nuestro, el progreso en las ciencias históricas obligó a los exegetas a reflexionar sobre el modo de interpretar la Sagrada Escritura.

Monseñor Amato, arzobispo de la Congregacion para la Doctrina de la Fe relata:
En los archivos vaticanos se guarda una carta, enviada por el Comisionado del Santo Oficio al Cardenal Francesco Barberini en 1633. Esta señala el deseo expreso del Papa de aquel tiempo de que el juicio a Galileo concluyera rápidamente en consideración a su frágil salud.

La idea de que fue encarcelado para que abjure de su tesis no fue más que una leyenda transmitida por una falsa iconografía.

Dijo Galileo: «Tengo dos fuentes de consuelo perpetuo. Primero, que en mis escritos no se puede encontrar la más ligera sombra de irreverencia hacia la Santa Iglesia; y segundo, el testimonio de mi propia conciencia, que sólo yo en la tierra y Dios en los cielos conocemos a fondo»
A Galileo se le juzgó no por su tesis científica, sino por decir que la Biblia estaba equivocada al hablar de que “se detuvo el sol” –cuando la que se detuvo fue la tierra.

Durante el juicio, a Galileo se le concedió “las habitaciones del abogado, uno de los más altos oficios de la Inquisición, donde fue asistido por su propio siervo”.

“Durante el resto de su estadía en Roma, fue el invitado del embajador florentino en la Villa Medici”, agregó además el Prelado.

El Arzobispo también reveló que en 1610, Galileo publicó su obra Sidereus Nuncius, donde planteaba su teoría y recibió el respaldo no sólo del gran astrónomo Johannes Kepler, sino también del jesuita Clavius, autor del calendario gregoriano, que hoy rige al mundo occidental. Galileo “incluso tuvo mucho éxito entre los Cardenales romanos” porque “todos querían mirar al espacio con su famoso telescopio”.

No fué la ciencia de Galileo sino su afán de interpretar la Biblia según su ciencia la que le llevó al famoso juicio. Hay que recordar que un siglo antes de Galileo otro gran hombre de ciencias, Nicolaus Copernicus, preparó el camino trabajando muy cerca de la Iglesia.

Galileo vivió y murió como un fiel hijo de la Iglesia Católica. Es una realidad que deberían meditar los que buscan utilizarlo para atacar a la misma Iglesia. La Iglesia otorgó el imprimatur a la primera edición de las obras completas de Galileo en 1741.

Algunos Científicos creyentes (tomado de www.corazones.org)

ALBERT EINSTEIN (1879 – 1955), premio Nóbel de física 1921. «La ciencia sin religión es renga, La religión sin ciencia es ciega». “Es posible que todo pueda ser descrito científicamente, pero no tendría sentido, es como si describieran a una sinfonía de Beethoven como una variación en las presiones de onda. ¿Cómo describirían la sensación de un beso o el te quiero de un niño?.” “Hay dos maneras de vivir una vida: La primera es pensar que nada es un milagro. La segunda es pensar que todo es un milagro. De lo que estoy seguro es que Dios existe.”

LOUIS PASTEUR (1822 – 1895), uno de los tres fundadores de la microbiología. Produjo la primera vaccina contra la rabia y el proceso llamado pasteurizar. Católico practicante. «Cuanto mas conozco, mas se asemeja mi fe a la de un campesino bretón». Pasteur murió con el rosario en la mano, después de escuchar la vida de San Vicente de Paul, la cual había pedido que le leyeran, porque pensó que su trabajo, como el de San Vicente, ayudaría mucho a salvar a los niños que sufren.

DEREK BARTON (1918 – 1998) Compartió el premio Nóbel de química en 1969 por sus aportaciones en el campo de la química orgánica en el desarrollo del análisis conformacional. «No hay incompatibilidad alguna entre la ciencia y la religión... La ciencia demuestra la existencia de Dios».

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