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miércoles, 24 de junio de 2009

¿Por qué hay que confesarse con un sacerdote?

Nuestra Madre Iglesia nos enseña desde hace siglos acerca del Sacramento de la Reconciliación como un eficaz Sacramento por el cual limpiamos nuestras almas de la destrucción del pecado.

En la Iglesia Católica Apostólica Romana, por mandato del mismísimo Cristo, los sacerdotes son los únicos que tienen la autorización para dar la absolución de los pecados a través de este Sacramento. Jesús dijo de si mismo: "El Hijo del Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y antes de ascender hacia su Padre, dijo a sus discípulos "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,23). Los obispos y sacerdotes son hoy los sucesores de los apóstoles y los primeros discípulos de Crist, por lo tanto, han recibido directamente de sus antecesores el poder otorgado por el Dios Hijo.

Ahora bien, suele cada vez más recurrente el cuestionamiento acerca de porqué tiene que ser un hombre común como un sacerdote el que tiene que escuchar los pecados y miserias de las los pecadores para poder otorgar el Perdón de Jesucristo. Y sí, no son pocas las veces en que el sacerdote en cuestión suele tener tantas o más miserias que la persona que recurre a él para obtener la absolución divina.

Pues bien, Dios es quien tiene la autoridad y poder para perdonar los pecados y Él la delega en sus ministros que son los sacerdotes. Un católico necesita de la confesión de los pecados para purgar sus faltas recurriendo a un sacerdote. Si ese sacerdote con el que uno se confiesa no honra a su ministerio, es una cuestión que solo Dios debe juzgar y no nos compete a ninguno de nosotros ponernos en jueces de los errores y miserias de los clérigos.

Además, a su vez, los sacerdotes deben confesarse con otros sacerdotes para poder estar en gracia de Dios. Tanto los sacerdotes como los religiosos y religiosas son seres humanos como cualquiera de nosotros que tienen también sus debilidades, defectos y tentaciones; en el caso particular de ellos, las tentaciones se les multiplican porque el diablo los ataca con más dureza al ser personas enteramente consagradas a Dios.

Por otra parte, producto del pecado original, todos y cada uno de nosotros tenemos marcadas tendencias a caer en el mal, las cuales se acentúan con las tentaciones que nos ofrece el diablo. El pecado contamina la relación del ser humano con Dios y es por eso que se hace preciso la inmediata reparación del daño, tanto a la misma persona que peca como aquellas otras a las que les afectó el propio pecado. Y Dios también resulta herido en su Infinito Amor por el pecado de cada ser humano.

Claro que no es sencillo tener que abrir el propio corazón para dejar expuestos todos nuestros pecados y más si el sacerdote es un desconocido. Confesarse es, básicamente, un acto de humildad porque uno se reconoce limitado y falible, como así también se asumen las consecuencias de los pecados cometidos.

La soberbia de decir que uno no tiene pecados o que no necesita de la Confesión es algo que viene del mismo demonio.

Y cuando uno se confiesa debe tener confianza en la Infinita Misericordia de Dios. Confesarse es un acto de humildad que proviene de Dios, a Él tenemos que recurrir para hacer una buena confesión, a Él tenemos que recurrir para tener el valor de pedir perdón y empezar de nuevo.

Por otro lado, el simple hecho de que uno probablemente vuelva a pecar no debe desanimarnos para recurrir al Sacramento de la Reconciliación. Nuestro Señor olvida los pecados cometidos por un corazón que se arrepiente sinceramente y que se compromete a luchar para evitar futuras caídas.

Dios nos ha creado a cada uno de nosotros y nos conoce perfectamente, al detalle; Él sabe de nuestras penas y luchas, fortalezas y debilidades y aún así está siempre dispuesto a perdonarnos.

Todos necesitamos confesar nuestros pecados para limpiar nuestras almas y estar en gracia de Dios. Debemos mirar más allá, no detenernos en el sacerdote que nos confiesa y mirar al Señor que es el que nos regala este hermoso Sacramento para restaurar nuestra dignidad de hijos de Dios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muchas gracias!!! excelente explicacion

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