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miércoles, 26 de mayo de 2010

La Confirmación es para nosotros lo que Pentecostés fue para los Apóstoles

Este sacramento otorga al bautizado una intensificación de los dones del Espíritu Santo para que, de palabra y de obra, sea testigo de Cristo y propague y defienda la fe.

La Confirmación es para nosotros lo que Pentecostés fue para los Apóstoles. A pesar de que Jesucristo ya les había dado el Espíritu Santo (cf. Juan. 20, 22), los Apóstoles permanecían tímidos, ignorantes e imperfectos. Dios (que todo lo hace bien) procedió por grados sucesivos en la comunicación de sus dones. Los Apóstoles tenían ya el Espíritu Santo, pero aún no habían recibido la dotación que los hacía capaces de manifestar la fuerza del amor de Cristo: ésta la recibieron el día de Pentecostés. También nosotros recibimos por primera vez al Espíritu Santo en el Bautismo, pero es hasta la Confirmación donde recibimos la plenitud de sus dones. El sacramento de la Confirmación nos confiere una gracia y un poder especiales. Igual que la marca del Bautismo nos hace participar en el Sacerdocio de Cristo dándonos la capacidad de unirnos a Él en el culto a su Padre, la Confirmación hace que participemos con Cristo en su misión de implantar su Reino. Este sacramento nos impulsa a trabajar con Él en su tarea de añadir nuevos miembros a su Cuerpo Místico, y de hacer más fervorosos a los que ya lo son. Nuestras palabras y nuestras acciones ya no se orientan tan sólo a nuestra personal santificación, van además a hacer que la verdad de Cristo se haga real y viva en quienes nos rodean. El cristiano confirmado -llámesele soldado espiritual o adulto espiritual- se lanza gozoso al cumplimiento de su vocación. Fuerte en la fe y lleno de ardiente amor por todo hombre que nace de su amor a Cristo, siente un cuidado constante por los demás. Experimenta una inquieta insatisfacción si no hace algo que valga la pena, algo que contribuya a aliviar a otros las cargas de la vida, algo que contribuya a asegurarles la promesa de la vida eterna. Sus hechos y sus palabras proclaman a los demás: Cristo vive, y vive para ti.

Es fácil saber si hemos entendido este sacramento y obramos en consecuencia. Basta con preguntarnos: ¿Pienso cada día en mi deber de llevar a las mentes y a los corazones el conocimiento y el amor de Dios? En mi vida ordinaria, ¿doy testimonio de Cristo? En mi actitud con el prójimo, en mi trato con los que me rodean, en mis acciones todas proclamo: esto es lo que significa ser cristiano, esto quiere decir vivir según el Evangelio. Si la respuesta es no, entonces he de confesar que he venido desperdiciando un torrente de gracia: la gracia sacramental de la Confirmación. Es una gracia que tengo abundantemente a mi disposición si quiero utilizarla: la gracia de superar mi absurda mezquindad, mi pereza para trabajar por Dios, mi cobardía ante los respetos humanos, mi egoísta dedicación tan sólo a lo que me apetece...


(fuente: www.minostercermilenio.com)

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