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domingo, 2 de mayo de 2010

"Por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos"

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (Jn 13, 31-33. 34-35)

Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: "Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en El. Si Dios ha sido glorificado en El, también Dios lo glorificará en si mismo y pronto lo glorificará. Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos".

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

Todo creyente en Cristo está en espera de su propia resurrección. Y, más aún, espera también el establecimiento de la nueva Jerusalén, que baja del Cielo. Y no es invento, pues el Evangelista San Juan nos habla de esto en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis.

En efecto, San Juan nos refiere una visión que tuvo de un “Cielo nuevo y tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía. También vi que descendía del Cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén.” (Ap. 21, 1-5).

Para poder entender lo que nos describe San Juan, debemos tener en cuenta el momento en que esto sucederá. Es el momento en que volverá Cristo para establecer su reinado definitivo. Es el momento en que Dios “hará nuevas todas las cosas” (Ap. 21, 5). Es el momento en que sucederá nuestra resurrección. Es el momento del fin del mundo.

La primera tierra, ésta en que vivimos, ya no existirá así como la conocemos, pues Juan dice haber visto en su visión, “que es Palabra de Dios y testimonio solemne de Jesucristo” (Ap. 1, 2) una “tierra nueva” . Curioso que también hable de “Cielo nuevo”. Y es lógico, porque -nos dice la Biblia Latinoamericana en sus comentarios- ese nuevo Cielo “no será un paraíso para ‘almas’ aisladas ni para puros Ángeles, sino una ciudad de seres humanos que han llegado a ser totalmente hijos de Dios”.

¡Por eso San Juan lo llama “Cielo nuevo”! Porque en ese momento ya estaremos resucitados: ya nuestras almas se habrán unido a nuestros cuerpos y ya habremos sido transformados en seres gloriosos. De eso precisamente se trata nuestra resurrección. Como la de Cristo. El ya resucitó. Y El nos prometió resucitarnos también a nosotros. De eso precisamente se trata el fin del mundo.

Y todos resucitaremos. Nuestra meta es ese “Cielo nuevo”. Pero es el mismo San Juan quien nos advierte en su Evangelio: “Los que hicieron bien resucitarán para la Vida; pero los que obraron el mal resucitarán para la condenación” (Jn. 5, 29).

¿Y qué es esa “ciudad santa, la nueva Jerusalén” que baja del Cielo, vestida como una novia que “viene a desposarse con su prometido”? ¿Qué significa todo este simbolismo?

Al terminar la historia, al fin de los tiempos, en el momento del fin del mundo, descubriremos lo que Dios nos ha preparado: la Jerusalén Celestial. Pero no podemos siquiera imaginar cómo será, porque “ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón humano puede imaginar lo que Dios tiene preparado para aquéllos que lo aman” (1 Cor. 2, 9). Es lo que trata de explicar San Juan con su visión de esa bellísima ciudad que baja del Cielo.

¿En qué consiste? “Es la morada de Dios con los hombres”. Esa nueva ciudad somos nosotros, pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo, la novia del Cordero, que viene a unirse definitivamente a Dios: Dios viviendo en nosotros y nosotros en Dios. Notemos que San Juan nos informa que en esa “tierra nueva” ya no hay mar. Simbolismo curioso para indicar que ya no habrá turbulencia, ni agitación, tan propia de las preocupaciones terrenales. Habrá paz, paz verdadera, y seremos plenamente felices, lo que siempre hemos querido, lo que siempre hemos deseado. Y seremos así de felices, porque “Dios enjugará todas las lágrimas, y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas, ni llantos, porque ya todo lo antiguo terminó”.

Estaremos en medio de una felicidad plena. Una felicidad tal que resulta inimaginable, pues sobrepasa infinitamente todos nuestros conceptos humanos. Y si la pudiéramos imaginar, no podríamos describirla, pues el lenguaje humano sería insuficiente para describir una realidad infinita, como infinito es Dios, en Quien viviremos para siempre.

(fuente: www.homilia.org)

1 comentario:

Susana dijo...

FELICIDADES. Gracias a Dios por el trabajo realizado y por el amor compartido en estee texto, excelentemente explicado.
La Palabra de Dios es verdadera.
Profecís cumplidas!! [..y se proclamará el evangelio en todas las naciones]
Dios los bendiga, gracias.

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