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sábado, 10 de marzo de 2012

El sentido de Dios en los cristianos

A menudo me acuerdo de lo que dice San Pablo en la Carta a los Romanos, 15, 7-9: “Nadie de nosotros no vive ni muere para él mismo: si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Por esto, tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor”. En muchas ocasiones, este fragmento se lee en las Misas de Difuntos. Somos del Señor en la vida y en la muerte. Vivimos y morimos para él. Él es el Señor. No somos exactamente de nosotros mismos. Estamos abiertos a Dios, que es Amor, que gratuitamente crea una comunicación de vida entre Él y nosotros. El amor de Dios nos rodea, nos entra en el corazón, nos impulsa a amar, a perdonar, a ser valientes, a no claudicar. No es un impulso mecánico que nos haga hacer de títeres. Es la fuerza suave y refrescante del Amor que aceptamos sin ser coaccionados. Entonces, con una libertad mucho parecida a la de Dios que nos ama, nosotros le devolvemos a Él amor por amor.

¿Verdad que se comprende que ésta es la raíz del vivir en donación? Vivir para Dios y para los otros. Es el reverso del individualismo egoísta que, hoy, está presente de forma generalizada y predominante en nuestra sociedad. Así habla el individualista de nuestro tiempo: "Sólo se vive una vez". Hago de mí y de mi cuerpo lo que quiero". "¡Paso de Dios!".

Creo que el individualismo radical, más aún que la secularidad y el pluralismo, es el retrato más vivo de la sociedad actual. Además, nuestro individualismo es materialista: el "tener" más que el "ser" ; el "cuerpo" más que el "espíritu". Sea como sea, son estas cuatro cualidades las que configuran la sociedad actual: individualismo, materialismo, secularidad y pluralismo.

Dios, que nos ama, es el padre de Jesús y nuestro padre

¿Qué es lo que ha pasado hacia el año 50 de la Era de Cristo? ¿Qué ha pasado para que San Pablo pueda escribir en sus Cartas una expresión insólita que nadie había usado nunca antes? Me refiero a ésta: "Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ro 15, 6; 2 Co Y, 3; Ef Y, 3 ya Col I, 3). Mirad qué significativa es la frase completa que encontramos en la carta a los Romanos: "Así, con un solo corazón y a una sola voz, glorificaréis al Dios y Padre de Jesucristo, Señor Nuestro". Es una invitación a alabar y glorificar con un solo corazón y con una sola alma "al Padre": Es que somos de Dios, lo amamos, lo alabamos y lo glorificamos.

He aquí el alcance de nuestra fe: el Dios que es Amor, el Dios que se nos comunica, es el Padre de Jesucristo. Sé que Dios no vive en sí mismo: Vive para su Hijo. Dios tiene un Hijo amado: "Tú eres mi Hijo, mi querido; en ti me he complacido" (Mc 1, 2); "éste es mi Hijo, mi predilecto: escuchadlo" (Lc 9, 35), dice la voz del Padre en las escenas del Bautismo de Jesús y en la Transfiguración. Nuestra admiración continúa cuando vemos que el mismo San Pablo dice que el Padre de Jesucristo es (¡oh, maravilla!) nuestro Padre. En efecto, la expresión "Dios Nuestro Padre" la encontramos también en las cartas de Pablo: Ro 1,7; 1 Co 1,3; Gal 1, 3; 1 Te 1, 2; Fil 1, 2; y Ef I, 2; Col 1, 2; 2 Te I, 2 .

Delante de esta expresión -"Dios nuestro Padre"-, tenemos que preguntarnos: ¿Qué milagro se ha producido para que nosotros, los hombres pecadores, podamos denominar al Dios, que es Luz, Vida, Palabra comprensiva y Amor infinito, "Padre Nuestro"? ¿Qué milagro ha acontecido para que lo podamos glorificar como hijos suyos? La respuesta la encontramos también en la misma Carta a los Romanos (Ro 16, 27): "A Dios, el único lleno de Sabiduría, gloria". "Eternamente por Jesucristo Amen". Por Jesucristo tenemos acceso al Padre, como hijos amados. Cristo ha ensanchado su Cuerpo: Su Cuerpo quiere abrazar a toda la humanidad. Nos es muy fácil entender que la Iglesia somos nosotros en Cristo, pero también Cristo en nosotros. Su Cuerpo es la Iglesia.

El hombre amado por Dios

Todo esto, vuelvo a decir, no es obra de un meccano divino que nos trata como piezas sin vida ni libertad. Dios sabe bien que es el hombre, con su interioridad, capaz de entender, de amar, de decidir con libertad, y de actuar hacia el exterior; Dios sabe bien que es el hombre como capacidad de ir siempre más allá; de pasar fronteras y descubrir tesoros. Cuando somos pequeños, todo es juego; pero ya en la adolescencia descubrimos a los amigos, descubrimos las habilidades y la profesión, descubrimos al otro, de modo especial cuando el chico descubre a la chica -su chica- y ésta descubre al chico con el cual tiene que ser feliz. El hombre es un ser de aventura libremente realizada.

Y es que el hombre y la mujer adultos son personas responsables y libres, que tienen que hacer el bien sobre la Tierra. El hombre es la criatura hecha a medida para hacer pasar un mundo salvaje a un mundo más humano, como decía Pío XII; para hacer pasar de la vieja creación a la nueva humanidad: al Reino de Dios.

Todo esto es posible porque el Padre ha enviado su Hijo al mundo, no para condenarlo sino para salvarlo, de forma que todo aquél que escucha la palabra de Jesucristo y cree en el Padre que le ha enviado tiene la vida eterna. ¿Comprendéis, ahora, lo que es un laico? Un hombre que tiene el injerto de Dios -el Amor increado en su corazón-, el que lo hace más libre y más responsable para hacer un mundo humanizado donde los hombres puedan ser hijos de Dios.

El espíritu santo, comunicación del amor

El Hijo Jesucristo es la imagen de Dios, el Padre, pero no es una "fotocopia". Es la Palabra viva de Dios, no un retrato inerte, muerto. A todo engendramiento, le hace falta el amor, ya sean los padres que, con amor engendran un hijo, ya sea el pintor que con amor engendra un icono. En Dios, el Padre y el Hijo son uno en el Amor, uno en el Amor gratuito y vital del Espíritu Santo. El Espíritu es, en definitiva, la fuente de la gracia de Dios que se comunica con nosotros, según la escena inolvidable de Jesús vivo, en medio de los apóstoles, cuando sopla sobre de ellos y les dice: "Recibid el Espíritu Santo".

Me podéis decir: Nos has predicado la Trinidad de Dios y esto es teórico. No exactamente así. Os he predicado el mensaje, la buena noticia del Evangelio: la raíz de toda acción práctica. Os he predicado la forma como la gracia de Dios baja a nuestra vida, desde el Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo. Sin Dios, Padre Nuestro, sin el Hijo, Nuestro Señor, y sin la comunicación de la vida divina por el Espíritu Santo, viviríamos en nosotros mismos, es verdad, pero nuestra vida no tendría ningún sentido último. Ahora, nuestra finalidad coincide con nuestro principio: Dios, el techo más alto de nuestra vida, el horizonte que realmente nos atrae. La fe que da sentido a nuestra vida es que en el Principio -es decir, en el Padre-, está el Verbo, hecho carne, crucificado y ahora vivo y glorioso; Él nos da la comunicación y la vida del Espíritu.

El mensaje puesto en práctica

La lógica del cristianismo nos lleva a la acción. Pero la lógica del cristianismo nos dice que la puerta de la acción tiene que ser el corazón del hombre y de la mujer, iluminados por el Espíritu de Dios. Y el camino de la acción tiene que ser el sentido de comunidad que deriva del seguimiento de Cristo. El corazón abierto a Dios. No es una simple metáfora. La fe es esa apertura del corazón que hacemos libremente bajo la iniciativa del Espíritu Santo. La fe es tener abierto el circuito de comunicación con Dios. Este circuito se activa por la oración, aunque sea breve, por los sacramentos, por la caridad con el prójimo...

¿Cómo rezaba Jesucristo? Por la vía de los Salmos. En la Cruz dijo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Salmo 22, 2), salmo de súplica ardiente. Y "En tus manos confío mi espíritu", que es el Salmo 31, 6, salmo de confianza.

El cristiano, en su vida normal, puede acostumbrarse a decir algunos Salmos. Cuando no encuentras a Dios, es bueno expresar que tenemos sed de Dios: "Como la cierva gusta de las fuentes de agua viva, también gusto yo de ti", "Dios está en ti" (Salmo 42, 2). Cuando tenemos la tentación de poseer demasiados bienes materiales, ponemos a Dios como el valor supremo, con el cual ya tenemos lo suficiente: "Para mí es bueno estar cerca de Dios" (Salmo 73, 28). Y cuando sentimos el miedo y la dificultad de la vida, es bueno de decir: "El Señor me ilumina y me salva, quien me puede dar miedo?" (Salmo 27, 1).

El cristiano tiene que dar frutos buenos: los frutos del Espíritu

Toda la revolución del Evangelio empieza por el corazón del hombre en paz, según la sexta Bienaventuranza: "Dichosos los que son limpios de corazón, porque verán a Dios". Quienes llegan a tener el corazón limpio de malas intenciones, de pasiones como por ejemplo la envidia, tan universal, llegan a ver el que Dios quiere, llegan a ver el rostro de Cristo.

Cuando dejemos bien abierto el corazón y el circuito de comunicación con Dios se mantiene activado, el corazón se nos va llenando de la bondad de Dios. Literalmente es así. Jesús habló de los frutos buenos que hacía el árbol bueno. A veces, tomamos esto como un tópico, pero es una realidad admirable: El corazón del cristiano se llena de los frutos del Espíritu Santo, que San Pablo enumera a Gálatas 5, 22: "el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la benignidad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de un mismo". No es una lista cerrada, puesto que se da también la "confiada audacia" para dar testimonio de Cristo; se da también la generosidad, la buena convivencia, el llevarse los unos las cargas de los otros, etc. El corazón es el centro de irradiación de la revolución evangélica. Cada uno irradia lo que es: bondad o capacidad de enredar; paz o violencia mental o material.

El seguimiento de Cristo o la felicidad del Reino de Dios

Seguir a Jesús conlleva la promesa de felicidad: "Dichosos los que trabajan por la paz; Dios los llamará hijos suyos". Teniendo en cuenta que la promesa empieza ya a cumplirse aquí abajo en la Tierra, en el momento en que empezamos a vivir y actuar según las Bienaventuranzas, empezamos a ser felices, porque tenemos a Jesús en nuestro interior. Jesús no ha dicho: os daré la paz; sino "os dejo mi paz, os doy mi paz" (Jn 14 27), así, en presente de indicativo ."Vosotros [estáis] en mí y Yo en vosotros " ( Jn 14, 20). La felicidad es contemplación y acción: el Evangelio no es tan sólo para conocerlo sino para practicarlo, y en la medida que lo practicamos somos felices. Una vez que hemos entendido el Evangelio, seguimos a Jesús, y en la acción experimentamos la felicidad que no es de este mundo: es la felicidad de estar cerca de Dios, la felicidad de haber encontrado Jesús. "Ahora que habéis entendido todo esto -dice Jesús tras el Lavatorio de pies- felices vosotros si lo ponéis practica" (Jn 13, 17).

Ignacio de Loyola tenía el ideal de ser un contemplativo y, a la vez, un hombre de acción. Jesús, feliz ante el Padre "que sepa el mundo que amo al Padre" (Jn 14, 31), transformó el mundo. Igualmente la Virgen María era contemplativa en Nazareth y en el Cántico del "Magnificado" pero se fue con prisa por ayudar a Isabel que la necesitaba. También Francisco de Asís contempló el rostro de Cristo y edificó la pequeña iglesia de san Damián.


La Iglesia debilitada

Para los cristianos, la "comunidad" por excelencia es la comunidad cristiana, por pequeña y dispersa que sea (LG, 26). Es verdad que el centro vivo de la comunidad es la Eucaristía. Es verdad que en este año de la Eucaristía deberemos aprender que el "corazón" de la comunidad es la celebración dónde nos saciamos de la Palabra y de la Presencia de Cristo. Pero he hablado tantas veces de la Eucaristía que, ahora, quiero hablar de la comunidad que evangeliza y da testimonio en el mundo, y de la comunidad que, en el mundo, es semilla de una sociedad renovada.

Aquí, tengo que hacer una constatación. Dice Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona, en la conferencia pronunciada hace muy poco, el 12 de noviembre del 2004: "Si dirigimos la mirada a la realidad de nuestra Iglesia, veremos que la fuerza y el vigor apostólico de nuestras comunidades cristianas es hoy bastante deficiente" . Más aun: "En resumidas cuentas, tenemos que decir que la hora presente de nuestra Iglesia no se caracteriza por un especial potencial apostólico. Más bien estamos viviendo una época de enfriamiento religioso [por una parte] y [por otra] de debilidad profética y apostólica de la Iglesia".

Querría llamar la atención sobre los medios ordinarios y sobre los extraordinarios o imaginativos, entendiendo que no es "extraordinario" el medio que sale de la sacristía y va a llamar a la puerta de los alejados. Es lo que ha hecho, en París y en Europa, el Congreso para la Nueva Evangelización, en la operación de "Todos los Santos 2004", teniendo como tema la cuestión universal de "la felicidad". Es extraordinario en la forma y tradicional porqué busca la preparación evangélica a través del tema de la felicidad que interesa a todos. Yo querría gritar la atención también sobre los medios más clásicos y hacer sencillamente dos preguntas: "¿Cuando costaría, en términos humanos y económicos, reunir el número suficiente de personas formadas, dotadas de medios adecuados y de un mínimo de presupuesto, que permitiera planificar una catequesis capaz de llegar a todos los niños de los Obispados que tienen la sede en Catalunya? "¿Cuando costaría, tanto en términos de personas formadoras, como de casas adecuadas y de "euros", preparar una campaña seria dirigida a la formación de la juventud? ¿No sería ésta la autentica alternativa al agnosticismo actual?

Sólo fortaleciendo la Iglesia de la Evangelización, de la Catequesis y de la Celebración de la Eucaristía, podremos soñar con una Iglesia que se encuentre a gusto en la ambigua y compleja sociedad desarrollada de hoy, en la cual Cristo espera ser el compañero humilde pero transfigurador de los discípulos de Emaús.

escrito por Josep Maria Rovira Belloso, 
sacerdote y profesor emèrit de la Facultat de Teologia de Catalunya
(fuente: www.forumlibertas.com)

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