Buscar en mallinista.blogspot.com

martes, 6 de marzo de 2012

Tatiana Goricheva: "Hablar de Dios es peligroso"

Feminista y líder de la juventud comunista en la URSS. Su conversión, la cárcel y el destierro. La ausencia de sentido en un mundo sin Dios.

La fundadora del primer movimiento feminista ruso nació en Leningrado (actual San Petersburgo) en 1947. Estudió Filosofía y fue educada en el ateísmo oficial del régimen soviético. Tras convertirse al cristianismo, desplegó una intensa actividad intelectual, que provocó su encarcelamiento y posterior expulsión del país. Los párrafos siguientes pertenecen a su libro autobiográfico Hablar de Dios resulta peligroso, publicado por editorial Herder en 1986.

UNA CONVERSIÓN PELIGROSA

- Dígame usted, Tatiana ¿de dónde les viene a usted y a Poresch esa fe en Dios? Porque ustedes han sido educados en una familia soviética normal y sus padres son gente inteligente y atea. No tienen ustedes antecedentes sociales que expliquen su fe. No proceden de la clase noble ni tampoco de los campesinos. Por lo que se refiere a nuestra sociedad en su conjunto, no puede provocar una conciencia religiosa; entre nosotros no se dan las condiciones para ello: no existe la explotación del hombre por el hombre, en todas partes se lleva a cabo una propaganda atea, y todos saben leer y escribir sin que nadie crea ya en fábulas. En lo que aqeuí estamos todos interesados es en saber por qué cree usted en semejante absurdo, siendo como es una persona de formación univeersitaria ¿Por qué cree usted en un absurdo así, como si fuera una viejita que no supiera leer ni escribir?

No era la rimera vez que en la KGB entablaba esa conversación en tales términos. Al principio, yo empezaba por explicarme en la medida en que me era posible e intentaba hacer comprender que nuestra fe no podía deberse a ninguna influencia occidental, que el Dios vivo estaba personalmente en mi alma y que no hay una alegría mayor que esa nueva vida dentro de la Iglesia. No sé si lograba que entendiesen algo. Supongo que no. Esa gente desarrollaba una lucha implacable contra la fe, contra el espíritu, contra aquello que no era accesible a su inteligencia, pero consideraban como la máxima amenaza y el enemigo más peligroso. Eran asesinos, cínicos e inhumanos, y tenían una astucia diabólica. No encontraban explicación materialista para las conversiones al cristianismo, pero eso no les impedía condenar a Wolodia Poresch, un hombre moralmente luminoso, tranquilo y de grandes dotes, a once años de cárcel.

Si alguien me pregunta qué significa para mí el retorno a Dios, qué es lo que esa conversión me ha hecho patente y cómo ha cambiado mi vida, puedo contestarle con toda sencillez y brevedad: lo significa todo. Todo ha cambiado en mí y a mi alrededor. Y, para decirlo con mayor precisión: mi vida empezó sólo después de haber encontrado a Dios. Para las personasque hayan crecido en países occidentales no es fácil de entender. Son personas nacidas en un mundo en el que existen traadiciones y normas, aunque ya no sean totalmente estables. Esas personas han podido desarrollarse de una manera "normal", leyendo los libros que han querido, eligiendo sus amigos y haciendo la carrera que han preferido. Han podido viajar a cualquier país. O han podido retirarse del mundo, bien para cuidar amorosamente de su familia, para encerrarse en un monasterio o para dedicarse a la ciencia, eligiendo para ello su lugar preferido.

Yo he nacido, por el contrario, en un país en el que los valores tradicionales de la cultura, la religión y la moral han sido arrancados de raíz de una manera intencionada y con éxito; yo no vengo de ninguna parte y a ninguna parte voy: he carecido de raíces y he tenido que encaminarme hacia un futuro vacío y absurdo. En mi adolescencia tuve una amiga que se quitó la vida a los quince años, porque no pudo soportar todo lo que la rodeaba. Al morir dejó escrita una nota que decía "soy una persona muy mala", cuando en realidad era una criatura de corazón extraordinariamente puro, que no podía tolerar la mentira y que no pudo mentirse a sí misma. Aquella muchacha se quitó la vida porque descubrió que no vivía como hubiera debido y porque de alguna manera había que romper el vacío que a uno le rodeaba y encontrar la luz. Pero ella no encontró ese camino. Mi amiga era una persona demasiado profunda y extraordinariamente consciente para su edad, y comprendió que también ella tenía en todo una responsabilidad y una culpa. Hoy, a los veinte años de su muerte, yo puedo expresarlo en un lenguaje cristiano: mi amiga había descubierto su condición de pecadora. Había descubierto una verdad fundamental: que el hombre es débil e imperfecto; pero no descubrió la otra verdad, aún más importante: que Dios puede salvar al hombre, arrancarlo de su condición de caído y sacarlo de las tinieblas más impenetrables. De esa esperanza nadie le había dicho nada y murió oprimida por la deseperación.

Personalmente no podía compararme con mi amiga en sus dotes espirituales. Yo vivía como una bestezuela, acorralada y furiosa, sin erguirme jamás y levantar la cabeza, sin hacer intento alguno por comprender o decir algo. En las redacciones escolares escribía - como era obligado - que amaba a mi patria, a Lenin y a mi madre; pero eso era lisa y llanamente una mentira. Desde mi infancia odié todo lo que me rodeaba: odiaba a las personas con sus minúsculas preocupaciones y angustias; más aún, me repugnaban; odiaba a mis padres, que en nada se diferenciaban de todos los demás y que se habían convertido en mis progenitores por pura casualidad. Oh, sí, yo enloquecía de rabia al pensar que, sin deseo alguno de mi parte y fruto de un momento totalmente absurdo, me habían traído al mundo. Odiaba hasta la naturaleza con su ritmo eternamente repetido y aburrido de verano, otoño, invierno.

En la escuela, por supuesto, sólo se fomentaban las cualidades externas y combativas. Se alababa a quien realizaba mejor un trabajo, al que podía saltar más alto, al que se distinguía por algo. Con ello se reforzó aún más mi orgullo, que floreció plenamente. Mi meta fue esntonces ser más inteligente, más capaz, más fuerte que los demás. Pero nadie me dijo nunca que el valor supremo de la vida no está en superar a otros, en vencerlos, sino en amarlos. Amar hasta la muerte, como únicamente lo hiciera el Hijo del hombre, al que nosotros todavía no conocíamos.

Hubo un tiempo en el que aspiré a una vida íntegra y consecuente. Me sentí filósofa y dejé de engañarme a mí misma y a los demás. Pero la verdad amarga, terrible y triste estaba para mí en primer plano, y por ello mi existencia seguía tan desgarrada y contradictoria como antes. Experimentaba un gusto permanente por el contraste y el absurdo, por los imponderables de la vida. También alentaba en mí el esteticismo. De día, por ejemplo, me gustaba mucho ser una alumna brillante, el orgullo de la facultad de Filosofía, y trataba con intelectuales sutiles, asistía a conferencias y coloquios científicos. Me gustaba hacer observaciones irónicas y solo me daba por satisfecha por lo mejor en el aspecto intelectual. Por la tarde y por la noche, en cambio, me mantenía en compañía de marginados y de gente de los estratos más bajos, ladrones, alienados y drogadictos. Esa atmósfera sucia me encantaba. Nos emborrachábamos en bodegas y en bohardillas. Me invadió entonces una melancolía sin límites. Me atormentaban angustias incomprensibles y frías, de las que no lograba desembarazarme. A mis ojos me estaba volviendo loca. Ya ni siquiera tenía ganas de seguir viviendo. ¡Cuántos de mis amigos de entonces han caído víctimas de ese vacío horroroso y se han suicidado! Otros se han convertido en alcoholicos. Algunos están en instituciones para enajenados... Todo parecía indicar que no teníamos esperanza aalguna en la vida. Pero el viento del Espíritu Santo "sopla donde quiere", otorga vida y resucita a los muertos. ¿Qué fue lo que me ocurrió entonces? Que nací de nuevo. En efecto, fue un segundo nacimiento lo que experimenté. Cansada y desilucionada realizaba mis ejercicios de yoga y repetía los mantras. Conviene saber que hasta ese instante yo nunca había pronunciado una oración, ni conocía realmente oración alguna. Pero el libro de yoga proponía como ejercicio una plegaria cristiana, en concreto, la oración del Padrenuestro. ¡Justamente la oración que nuestro Señor había recitado personalmente! Empecé a repetirla mentalmente como un mantra, de un modo inexpresivo y automático. La dije unas seis veces. Entonces, de repente, me sentí transtornada por completo. Comprendí -no con mi inteligencia ridícula, sino con todo mi ser- que Él existe. ¡Él, el Dios vivo y personal, que me ama a mí y a todas las criaturas, que ha creado el mundo, que se hizo hombre por amor, el Dios crucificadoy resucitado!

¡Qué alegría y qué luz esplendorosa brotó entonces en mi corazón! Pero no solo en mi interior. El mundo entero, cada piedra, cada arbusto, estaban inundados de una suave luminosidad. El mundo se transformó para mí en el manto regio y pontifical del Señor. ¿Cómo no lo había percibido hasta entonces? Así empezó mi vida. Mi redención era algo perfectamente concreto y real. Había llegado de un modo repentino, aunque la había anhelado desde mucho tiempo atrás.

En un Estado totalitario, la Iglesia se nos aparecía como la única isla limpia en la que realmente se podía vivir. Era la antítesis de cualquier ideología asesina y embrutecedora. Y el poder de la ideología es realmente absoluto en nuestro Estado. La ideología corrompe la personalidad, mientras que, en la Iglesia, esla persona la que debe madurar en toda su plenitud. La ideología vive como un parásito de los sentimientos y de la infelicidad de los hombres. En la Iglesia se da el trata afectivo y creador de laas personas entre sí, hay una comunicación sis mentiras.

En la emigración. 29 de julio de 1980 (luego de haber estado presa, finalmente fue exiliada por el govierno soviético, nota de Yo Creo)

He llegado a Viena. ¿Qué es lo que he sentido aquí? ¡He vivido el sentimiento de libertad? No. Tampoco en Rusia era libre. La libertad es un don de Dios. Es una obligación, no un derecho. Tuve la sensación de que había caído en un mundo de formas, donde todo encontraba su expresión y su envoltorio elegante. Aquí, todas las cosas quieren agradar y todo tiende de alguna manera a servir al hombre. Me sorprendió enormemente ver cómo el hombre ocupa el centro dentro del modo de vida occidental, esa forma de marcado antropocentrismo. 

Si en Rusia teníamos que consumir al menos la mitad de nuestras energías vitales en superar miles de impedimentos que lleva consigo una forma de vida absurda y difícil, como el ruido de las calles, el apretujamiento en las oficinas, las largas colas ante las tiendas de comestibles, la lucha por un puesto en los transportes públicos, la grosería e irritabilidad generales, etc., etc., aquí, esas dificultades no se daban. Pero había otras: el exceso de cosas hermosas, de cosas que a una la arrastran, si no está bastante orientada hacia el cielo. Aquí, la tierra te puede tragar para siempre.

(fuente: www.yocreo.com)

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...