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sábado, 8 de junio de 2013

Protagonistas de la Colecta de Cáritas 2013: Historias de vida

Maria Luisa

María Luisa Tolaba tiene 55 años, vive con su marido y uno de sus tres hijos en Bahía Blanca y tiene un trabajo muy particular: cultiva diferentes variedades de cactus, que luego vende con macetas hechas artesanalmente por ella.

El emprendimiento de Luisa comenzó hace años como un hobby: “Empecé juntando cactus hasta que me di cuenta que podía producirlos yo. Con la ayuda de Cáritas accedí a créditos que me permitieron ir avanzando, comprando semillitas, tierra y todo lo necesario. Así empecé y hoy tengo mi emprendimiento con tres invernaderos. Estoy muy agradecida porque sin esa ayuda no podría haber hecho lo que hice”, expresa.

Hoy, Luisa expone su emprendimiento en La feria del lago, un espacio en el parque de la ciudad, donde los productores son los protagonistas, exhibiendo sus iniciativas en los diferentes rubros: textil, artesanías, alimentos, granja y jardinería. Cada domingo, la feria se realiza con el objetivo de mostrar que otro tipo de economía es posible.

“Estoy feliz por estar allí, es una puerta que se me abrió para dar a conocer mi trabajo, recuerdo cuando pasaba y decía yo quiero estar ahí con lo mío y hoy estoy. Es una oportunidad para dar a conocer al público otra forma de comercio, a un precio muy accesible y del productor directo al consumidor”, expresa emocionada. Diferentes variedades y tamaños de cactus y masetas artesanales se exponen cada domingo en el stand de Luisa, en La Feria del Lago.


Emanuel

Emanuel Onoratto realiza diferentes actividades en La Granja Agro-ecológica Los Tamariscos que Cáritas Bahía Blanca desarrolla con el objetivo de insertar a jóvenes en el ámbito de labor rural. Con el apoyo y la contención de un grupo de profesionales Emmanuel, y otros jóvenes, desempeñan allí diferentes tareas de huerta y ganadería.

Emmanuel cuenta con el apoyo de su familia que lo alienta a seguir con las tareas de la granja: “Somos una familia muy unida, todos hacemos algo para ayudarnos entre nosotros: Mi mamá hace bolsas de cartón con mis tres hermanas, que además estudian. Mi papá con mis dos hermanos y mi primo, que se vino a vivir con nosotros hace tres años y ya forma parte de la familia, son pescadores en el puerto de Bahía y yo estoy acá en la granja.”

Todos los días Emmanuel se levanta temprano, comparte unos mates y charla con su mamá antes de ir a La Granja. Al llegar, entre mates se organizan y dividen las tareas: “Empezamos a darles de comer a todos los animales hasta el mediodía. Dos días a la semana estoy hasta la tarde y realizo otras tareas antes de ir a la escuela. Estoy haciendo el secundario nocturno, entro a las 8 y salgo a las 11.30, 12 de la noche”, explica.

Su amigo de la infancia fue quien le habló de la Granja y lo invitó a conocerla. “Así fue que un día vine y me encantó, hablé para entrar y ya me quedé. El lugar es tranquilo, hay mucha paz: cuidar los animales, la huerta, las producciones, me re gusta. Después fuimos llamando a otros amigos para que vinieran a conocer y aprender y se fueron sumando. Ahora todo el grupo de amigos estamos acá y es fantástico”, comparte.

“La Granja me ayudó en miles de cosas, con mi papá coincidimos que desde que entré me cambió la vida, aprendí un montón de cosas, pasé de ser un pibe de barrio a tener una responsabilidad y hasta el hablar me cambió. Yo tenía cero responsabilidad y eso es lo primero que aprendes acá. Además, compartimos mucho, el coordinador nos habla, nos aconseja y todo esto te hace crecer y aprender cosas para tu vida personal”, asegura.

“No sólo te prepara para criar un animal y a hacer huerta sino también a hacerte responsable porque es tu trabajo. Por ejemplo, los animales no son lo mío, pero es mi responsabilidad, tengo que cuidarlos, alimentarlos y fijarme si alguno está medio apestado, revisarlo, ver qué tiene, apartarlo y vigilarlo, para ver cómo evoluciona”, describe.


Ernesto

Ernesto Barrigas tiene 57 años y su testimonio de vida evidencia su fortaleza, sus esperanzas y las ganas de seguir adelante. “Yo tengo una historia que es tremenda, se me murió un hijo, me quedé ciego y perdí una casa. Pero tengo mucha fe y siempre supe que iba a poder con todo eso. Así llegué a Cáritas, dónde encontré mucho apoyo y ellos me ayudaron a volver a tener un hogar.”

Hace más de 25 años y luego de mucho esfuerzo, esperas y trámites, Ernesto fue beneficiario de un plan de viviendas. “Pasó por todos lados ese proyecto hasta que Cáritas lo aceptó para ayudar a muchas familias que querían tener su casa y no podían comprar ni si quiera los materiales. Era una oportunidad para más de 20 familias que vivían en condiciones no dignas, pasaban frío, calor y muchas otras necesidades”, describe.

El entusiasmo y la solidaridad caracterizaron a Ernesto al momento de edificar su casa y compartía con otras familias el trabajo de construcción cotidiano y la esperanza de un hogar: “Con Cáritas trabajamos mucho, nos apoyó para hacer un salón donde nos reuníamos y hacía de comedor comunitario. Gracias a Dios, a los niños nunca les faltó un plato de comida. Cáritas trabajó mucho en este barrio, nos ayudó a hacer todo, y para tener luz, agua y otros servicios”, destaca.

“A mí los vecinos me eligieron como representante del barrio, yo tenía que ver la forma de que el barrio saliera adelante. Venían familias que estaban muy mal, que no podían pagar nada más que el alquiler, pero era gente de trabajo y se demostró cuando en un año desaparecieron casi el noventa por ciento de los ranchos de chapa,” sostiene.

Ernesto invirtió su trabajo y su tiempo durante cuatro años en el proyecto de tener su casa propia. “Finalmente, logré tener mi casa pero en la vida a veces hay cosas que vienen que uno no las espera. Fue en ese momento en el que me quedé ciego, estuve casi los cinco años sin ver y en ese lapso, perdí mi casa, mi familia y quedé solo, solo, solo”, recuerda.

“Me fui a Bariloche porque allí tenía unos hijos y posiblemente me podrían operar allá. Pero no me pudieron hacer nada y me tuve que volver con un bolsito al hombro no más. Y acá anduve de casa en casa, viviendo una vida que no se la deseo a nadie. Al estar ciego, uno mismo se siente un inútil y mucha gente también lo mira así, porque la persona no puede hacer nada”, relata.

“Pero, gracias a Dios tuve la suerte -y eso me queda en el corazón- de que en Cáritas me conocieron todos esos años y supieron que yo siempre trabajé con mucho esfuerzo. Pienso que Dios puso las cosas en su lugar porque ellos vieron lo que necesitaba, yo había tenido mi casa y la había perdido por la desgracia de la ceguera. Ahí fue cuando Cáritas me entregó el lote y me vine ciego todavía a vivir en un ranchito de chapa y empezar de nuevo”, detalla.

Ernesto, hombre de mucha fe nunca perdió las esperanzas de volver a ver: “Yo le pedía al Señor que me permitiera recuperar la vista para construir mi casita y mi Dios me la dio y tocó el corazón de mucha gente que me ayudó a tener un subsidio, a hacer los trámites para mi pensión por discapacidad y Cáritas me ayudó para que me hiciera la piecita en la que estoy vivienda hasta terminar la casa”, explica.

“Gracias a Cáritas hoy puedo estar construyendo mi nuevo hogar y gracias a Dios que me sacó adelante, me devolvió la vista y ahora estoy bien. Estoy feliz porque tengo mi hogar y tengo gente buena que conocí en el proyecto. Ahora sé que ya no tengo problemas”, expresa entusiasmado.


Cintia

Cintia Cuya tiene 20 años, vive con sus abuelos y sus tíos, cursa el tercer año del Polimodal y participa de las diferentes tareas agropecuarias que se desarrollan en la Granja Agro-ecológica Los Tamariscos, que Cáritas Bahía Blanca lleva adelante hace diez años.

Cada mañana Cintia comparte unos mates con su abuela antes de ir a la Granja, donde a partir de una beca social otorgada por Cáritas, realiza diferentes actividades. “Para mi futuro pienso estudiar para ser Ingeniera Agrónoma porque me gusta mucho la granja, las plantas, todo lo relacionado con eso. Quiero meter fichas a esto y ver qué pasa el día de mañana”, expresa entusiasmada.

Cuando Cintia comenzó a participar de las actividades en La Granja era la única mujer, pero eso no resultó ser un obstáculo para ella porque desde el primer día se siente muy cómoda y lo disfruta mucho: “Hay muy buena onda, compañerismo, trabajo en equipo, planificación y mucha tarea”, afirma y detalla: “Le damos de comer a los animales, trabajamos la huerta y un montón de cosas más, algunas que no nos gustan demasiado pero hay que hacerlas y con voluntad y esfuerzo también las realizamos”.

“La Granja te ayuda mucho, a crecer y a aprender. Es un lugar donde te sentís bien porque haces cosas, estás con gente y compartís mucho: charlas, alegrías y también cuando tenés algún problema, porque te escuchan y te dan fuerzas para seguir adelante. Hay mucha contención acá, es como una segunda familia, más que compañeros de trabajo son amigos”, destaca.

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