Buscar en mallinista.blogspot.com

jueves, 12 de marzo de 2009

Don Orione, una vida en Dios para los demás

Don Luis Orione fue un sacerdote todo de Dios y todo de los hombres. Dedicó su vida entera a amar y servir al Señor en los más humildes, en los más pobres y desposeídos. "Sólo la caridad salvará al mundo" fue la convicción que marcó su vida; una caridad necesaria y urgente para "llenar los surcos que el odio y el egoísmo han abierto en la tierra". Esta convicción lo llevó a fundar la Pequeña Obra de la Divina Providencia (1903), congregación que se extendió en su Italia natal y en tierras de misión, entre ellas Argentina. Don Orione visitó por primera vez nuestro país entre 1921 y 1922, oportunidad en la que funda la comunidad orionita de Victoria (Buenos Aires).

En 1934 regresa a la Argentina y durante tres años desarrolla una incansable tarea apostólica, pastoral y social. En 1935 funda el Pequeño Cottolengo Argentino en Claypole y la sociedad ya reconoce en él al "Apóstol de la caridad". La admiración y el afecto que su figura despierta se ve correspondida por el profundo amor que Don Orione siente hacia nuestro país y su gente: "Ama Señor a la Argentina, porque la Argentina ama a tus pobres". El amor recíproco entre Don Orione y el pueblo argentino se traduce en innumerables gestos de bondad y solidaridad que el mismo Don Orione y los suyos convierten en obras para los niños, los jóvenes y los más débiles de nuestra patria. El mensaje de Don Orione es una invitación a mirar la realidad para transformarla con la caridad. Una caridad que se realiza no como paliativo asistencial, sino como promoción de justicia, de dignidad humana y de salvación integral del hombre y de la sociedad.

"Tenemos que ser santos, pero no tales que nuestra santidad pertenezca sólo al culto de los fieles o quede sólo en la Iglesia, sino que trascienda y proyecte sobre la sociedad tanto esplendor de luz, tanta vida de amor a Dios y a los hombres que más que ser santos de la Iglesia seamos santos del pueblo y de la salvación social ", decía Don Orione. Hoy, sus obras y su mensaje reafirman la vigencia de un testimonio que sigue anunciando que la vida sólo es tal cuando se comparte solidariamente con el prójimo, especialmente con aquel más necesitado y abandonado, pues en él "brilla la imagen de Dios".

Don Orione vivió en la Argentina

De viaje a la Argentina

Don Luis Orione había viajado a la Argentina por invitación de Mons. Maurilio Silvani, secretario de la Nunciatura Apostólica, a quien había conocido en Italia. En la carta de invitación le decía: “Aquí hay para elegir. Monseñor Francisco Alberti, obispo electo de La Plata, le costea el viaje y se encarga de conseguirle una buena residencia, lo más cercana posible a la capital argentina; se habla de ofrecerle un orfelinato en Mar del Plata, una colonia agrícola en Pergamino... pero venga, venga pronto, en noviembre, que en Argentina es el mes de la Virgen María y de las flores. Aquí no hay nada para los pobres, no hay nada para los niños abandonados, para los desamparados...”
Desde hacía unos meses, Don Orione se encontraba en Brasil, acompañando a sus religiosos que años atrás habían comenzado una misión allí. De modo que al recibir la carta, acepta la propuesta. Finalmente, la noche del domingo 13 de noviembre de 1921 desembarca en el puerto de Buenos Aires. Lo recibe Mons. Silvani y lo acompaña hasta la casa de los Padres Redentoristas, anexa a la iglesia de las Victorias, en pleno centro de Buenos Aires. Allí se traslada con sus sueños a cuesta, con incertidumbres y expectativas alimentadas a base de una gran certeza: Dios sabía muy bien lo que estaba haciendo...


Inicios de la Obra

A los pocos días de llegar a la Argentina, el obispo de La Plata, Mons. Alberti, le ofrece hacerse cargo de una capellanía en Victoria que no podía ser atendida por falta de sacerdotes. En su interior contaba con una imagen de Nuestra Señora de la Guardia que impactó a Don Orione, puesto que esta advocación de la Virgen inspiraba en él una devoción profunda.

Al encontrarse con esa imagen el 17 de noviembre de 1921, comprendió que ése era el lugar indicado para comenzar su obra en estas tierras y aceptó el ofrecimiento sin dudarlo un instante. Dios se lo estaba señalando y la realidad misma del lugar lo movía a compromiso: "Victoria tendrá unas 400 almas y los domingos concurren a Misa entre 50 y 60 personas. Una de las razones por las que preferí Victoria a otros lugares bajo varios aspectos mucho mejores, fue precisamente porque éste se me presentó como un pueblo completamente abandonado… Algunos padres arrancaron de las manos de sus hijos las medallitas que les hemos regalado nosotros… Hasta hoy no tengo dinero, pero la Virgen Santísima lo mandará, porque eso también es necesario y Ella lo proveerá. Dios no nos abandonará, si somos suyos y si vivimos humildes y pobres", comentó en una de las cartas que enviara a sus hermanos sacerdotes que permanecían en Italia.

También escribió a su Obispo de Tortona, contándole las novedades y explicándole que "es Dios el que me empuja a hacer lo que hago, a pesar de tantas dificultades e incomprensiones... Es la Virgen que me lleva a hacer obras que no son mías". Sólo así se explica cómo un hombre que estaba enfermo del corazón y que tenía dificultades para caminar a causa de una lumbalgia, continuara extendiendo sus esfuerzos hasta el máximo y realizando cosas que desde fuera pudieran juzgarse como insensatas.

Al padre Sterpi –su colaborador más directo en Italia– le envió una carta pidiéndole que le envíe cuanto antes un grupo de religiosos a fin de atender las nuevas necesidades que se planteaban. A uno de sus sacerdotes que estaban en Italia, el padre José Zanocchi, le había escrito lo siguiente: "Querido Don Zanocchi, me has preguntado si ahora que murió tu padre puedes venir tú también a las misiones. Pues sí, la tuya es una verdadera inspiración de Dios... ¡Reza y prepárate...!".

El 15 de enero de 1922 partió de Génova un contingente con cinco misioneros: los padres José Zanocchi, Enrique Contardi, José Montagna, Carlos Alferano y el clérigo Francisco Castagnetti. Ni bien llegaron a Brasil, se encontraron con el mismo Don Orione que había ido a esperarlos. El padre Alferano quedó en Brasil, mientras que los demás se embarcaron con Don Orione hacia Buenos Aires. También lo hizo el hermano José Dondero, que sabía manejarse bien con el idioma castellano.


La primera casa

El 6 de febrero de 1922, mientras una salva de 21 cañonazos anunciaba la reciente elección de Pío XI como nuevo Papa, Don Orione y sus misioneros llegaron a la Argentina, y cinco días más tarde tomaron posesión oficialmente de la iglesia de Victoria, estableciendo así la primer comunidad orionita en nuestro país: "Llegamos a esta casa el 10 de febrero de 1922, celebrando la primera misa en ella el día siguiente, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes", tal como aparece consignado en el diario personal del padre Zanocchi.

Una vez inaugurada la primera casa, Don Orione multiplicó viajes, encuentros con obispos y otras autoridades, visitas a obras ofrecidas, a enfermos y amigos. Sin embargo, todo este cúmulo de actividades no le impidieron atender el primer oratorio de la Pequeña Obra en Argentina. Según se sabe por su propia boca, en poco tiempo ya eran casi 80 los chicos, y no faltaban entre ellos algunas vocaciones: "Hemos comprado dos pelotas de fútbol pero no son suficientes; alquilamos una "giostra", que aquí llaman calesita".

Pero como todo comienzo, no les resultó fácil la tarea a los misioneros orionitas. A la vez que se iban multiplicando las respuestas de fe y piedad del pueblo, no faltaban tampoco la indiferencia y hasta gestos de violencia, como lo atestigua el Sr. Blas Burzio en una nota firmada 20 años más tarde: "Con Don Orione llegó también otro humildísimo sacerdote dispuesto a catequizarnos: era el R. P. José Zanocchi, a quien –vergüenza y dolor causa el recordarlo– recibió nuestro pueblo con una piedra en cada mano... y decimos piedra y aquí no es todo lenguaje figurado pues las agresiones fueron desde la expresión irrespetuosa hasta la piedra arrojada a mansalva..."

Además de la casa de Victoria, en los primeros días de abril de 1922, Don Orione se hizo cargo de la atención espiritual de 700 muchachos que estaban alojados en la Colonia Nacional de Marcos Paz. El panorama no era nada sencillo. Se trataba de un instituto correccional de menores –el más grande del país– con niños pequeños y jóvenes hasta los 20 años, de los cuales más de 100 tenían ya causas penales. La tarea –muy desafiante, por cierto– fue encargada a los padres Contardi y Montagna y al clérigo Castagnetti.


La obra continúa

Antes de regresar a Italia, Don Orione deja al frente de su Congregación al padre Zanocchi, quien, además de ser el Rector de la iglesia de Victoria, debería ocuparse en lo sucesivo de ser el Superior tanto para Argentina como para Brasil.

Ciertamente, no fue nada fácil la despedida, tanto para el Fundador, como para sus religiosos. Aquel 10 de mayo de 1922 resultó tan emotivo que, según cuenta el padre Contardi: "... Su salida para Italia nos dejó como los apóstoles cuando Jesús subió a los cielos. Hemos mirado el buque Palermo hasta que nuestros ojos, llenos de lágrimas, tuvieron el único consuelo de ver todavía su blanco pañuelo..."

El P. Zanocchi no tenía el entusiasmo ardiente y fogoso de Don Orione, pero poseía todo su espíritu y su fe. Sin mucho alboroto, arremangándose, trató de arreglar la iglesia de Victoria y, volviendo a sus antiguas habilidades de carpintero experto, con sierra, cepillo y martillo, preparó un altar más digno.

Pero al mismo tiempo que atendía a la pequeña comunidad del lugar, el padre Zanocchi comprendía muy bien que era su vocación y su deber mirar hacia horizontes mucho más vastos.
De algunas obras Don Orione había tomado personalmente la iniciativa, como la del Colegio de la Sagrada Familia en el puerto de Mar del Plata. En los años siguientes Don Zanocchi se hizo cargo de esta obra, enviando el personal necesario y organizándola. Lo mismo puede decirse, en general, de las otras fundaciones.

Ya en 1923, Don Orione espera verdaderamente poder regresar a nuestro país y lo repite continuamente en sus cartas, tanto que el P. Zanocchi y los demás misioneros lo esperan de un día a otro. Mientras tanto, conociendo la necesidad y por los continuos pedidos de Don Zanocchi, Don Orione envía un refuerzo a la misión en la persona del P. José Dutto, quien arribó el 5 de mayo y se puso a trabajar en Victoria atendiendo un asilo.


Las nuevas obras

El trabajo continuaba creciendo para los religiosos orionitas. En marzo de 1924 se inauguraba el Colegio de la Sagrada Familia en Mar del Plata. El emprendimiento –patrocinado por las Damas de San Vicente de Buenos Aires– estuvo dirigido a los hijos de obreros y pescadores de la zona del puerto marplatense. Los comienzos fueron humildísimos, en una vieja casa alquilada y adaptada en la que el P. Dutto realizaba una tarea encomiable en soledad.

En Victoria, antes que la iglesia fuera erigida en parroquia, el P. Zanocchi se preocupó por darle al pueblo un colegio para la educación religiosa de la juventud. Así el 26 de abril de 1925 se procedió a la bendición de la piedra fundamental del nuevo colegio, dedicado a San José, que fue inaugurado los primeros días de marzo del año siguiente.

Con el correr del tiempo aumentaban los ofrecimientos y demandas de nuevas obras hacia los Hijos de la Divina Providencia. En esos primeros años eran pocos los sembradores para una mies tan enorme. Sin embargo, el esfuerzo, la perseverancia y la fe de aquellos primeros orionitas iría dejando un surco cada vez más profundo en tierra argentina. Surco del que unos años después brotaría una de las obras más insigne de Don Orione: el Pequeño Cottolengo Argentino, obra que aún hoy sigue testimoniando la caridad sin límites del fundador con tanta o más fuerza que en los orígenes.


El rostro y corazón de Don Orione en Argentina

“Confiados en la Divina Providencia, en el gran corazón de los argentinos y de toda persona de buena voluntad, iniciamos en Buenos Aires, en el nombre de Dios y con la bendición de la Iglesia, una humildísima obra de fe y de caridad que tiene como objetivo dar asilo, pan y consuelo a los ‘desamparados’, a los abandonados, que no pudieron encontrar ayuda y refugio en otras instituciones de beneficencia”. Estas palabras escritas por Don Orione el 13 de abril de 1935, anunciaban la fundación de una nueva obra de caridad: el Pequeño Cottolengo Argentino.

La obra se convertiría rápidamente en la más maravillosa expresión del amor entre Don Orione y la tierra a la que llamó su segunda patria, y fue la semilla de una tarea que se transformó en la imagen más conocida de la Pequeña Obra de la Divina Providencia.

Entre el final de la primera visita de Don Orione a la Argentina (1922) y su segunda venida (1934), la tarea de la congregación se orientó a la atención de parroquias y capillas, la apertura de escuelas y los niños huérfanos.

Cuando arriba por segunda vez, Don Orione ya tenía en su corazón la inspiración de un trabajo pastoral y social centrado en la asistencia a las personas con discapacidad. El nacimiento del Pequeño Cottolengo Argentino surge de esa decisión de extender las fronteras de la caridad en su congregación hasta los lugares donde el abandono y la pequeñez humana se manifestaban con la mayor dureza.

Su convicción para llevar adelante la nueva tarea encontró una respuesta tan generosa de parte del pueblo argentino que lo enternecía hasta el fondo del corazón. Así, en pocos meses, se produjo un despertar en diferentes ambientes de la sociedad al punto que “cada vez eran más las personas que querían hablarle, aprender cómo se hace caridad”.

Finalmente, el 22 de mayo de 1936 se abrieron las puertas del Pequeño Cottolengo Argentino, en Claypole. Seis pabellones y una iglesia albergaron a las personas que hasta entonces estaban alojadas en pleno centro de Buenos Aires.

Desde entonces, la fuerza del testimonio de Don Orione hizo que la palabra “cottolengo” cobrara un significado especial para la sociedad argentina, renovado en los últimos tiempos por la importancia de la discapacidad en la agenda social.

Como una respuesta al pedido del Padre Fundador de caminar “a la cabeza de los tiempos”, en Argentina la Obra Don Orione se ha convertido en un punto de referencia en la atención de las personas con discapacidad, sustentado en el trabajo de religiosos y religiosas, profesionales, empleados y voluntarios que atienden a más de 1500 personas en los dieciséis cottolengos y hogares orionitas.

Frente a la tarea, la sociedad no deja de asombrarse y conmoverse, a la par que aparecen nuevos desafíos. Por ello, el trabajo ha ido profesionalizándose, pero sin perder de vista nunca el carisma que lo sostiene.

En los últimos años ha sido prioritaria la integración social de las personas asistidas en los cottolengos y hogares, tarea que obtuvo muy buenos resultados, fruto de una acción encarada con gran entusiasmo y creatividad. Algunos de los ejemplos que resaltan este emprendimiento son:

- la radio interna y el grupo de teatro de Claypole
- los microemprendimientos productivos, como la panadería de General Lagos y las huertas orgánicas de autoabastecimiento de varios cottolengos y hogares
- las olimpíadas especiales que reúnen anualmente a las escuelas e instituciones de discapacitados de la provincia de Tucumán
- la participación en las “Caravanas de la primavera” de Mar del Plata y Córdoba, que convocan a cientos de ciclistas
- los avances en educación y catequesis especiales
- la estimulación de las personas con problemas severos y profundos de salud mental.

Fruto de todo este trabajo y su historia, a la Obra Don Orione se le presentó tiempo atrás un desafío impensado: transformarse en la voz que hace escuchar los reclamos de las personas discapacitadas para que se respeten sus derechos. Don Orione es una las entidades fundadoras del Foro Permanente para la Promoción y la Defensa de los Derechos de las Personas con Discapacidad (Foro-Pro), que reúne a más de 600 instituciones de todo el país que trabajan para la integración de los discapacitados. Como integrante del Foro-Pro, Don Orione a ha participado activamente en la formulación de leyes nacionales para la discapacidad y también de la Comisión Nacional de Discapacidad, organismo que fiscaliza las acciones gubernamentales y el manejo de fondos en programas de promoción humana para el sector.

Se trata de nuevas respuestas a los nuevos desafíos de este tiempo. Respuestas que no serían posibles sin el trabajo y la capacidad profesional del personal de los cottolengos y hogares, sin la colaboración de los bienhechores que aportan al sostenimiento económico, sin la entrega de los voluntarios que ofrecen su tiempo y su cariño a los asistidos.

Todos ellos, miembros de la Familia Orionita, mantienen vivo el deseo de Don Orione para su obra: “En la puerta del Pequeño Cottolengo no se le pregunta al pobre si tiene nombre o religión, se le pregunta si tiene algún dolor”.

(fuente: www.orione2007.com.ar)

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...