El Espíritu Santo:
a) Iluminó el entendimiento de los Apóstoles en las verdades de la fe, y los transformó de ignorantes, en sabios.
b) Fortificó su voluntad, y de cobardes los transformó en valerosos defensores de la doctrina de Cristo, que todos sellaron con su sangre.
El Espíritu Santo no descendió sólo para los Apóstoles, sino para toda la Iglesia, a la cual enseña, defiende, gobierna y santifica.
Enseña, ilustrándola e impidiéndole que se equivoque- Por eso Cristo lo llamó "Espíritu de verdad" (Juan 16, 13).
La defiende, librándola de las asechanzas de sus enemigos.
La gobierna, inspirándole lo que debe obrar y decir.
La santifica con su gracia y sus virtudes.
Es muy significativo que los Apóstoles, en el primer Concilio, en Jerusalén, invocaron la autoridad del Espíritu Santo como fundamento de sus decisiones: "Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros. (Hechos 15, 28).
Ejemplos prácticos de esta asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia hay muchos:
- Ningún Pontífice Romano ha errado en sus decisiones dogmáticas;
- Siempre se han desencadenado contra ella graves males, pero entonces suscita eminentes varones que los contrarresten;
- Los perseguidores de la Iglesia nunca han podido hacer daños irreparables, y han tenido un fin desastroso
- Nunca han faltado cristianos de eminente santidad.
Su acción en la Iglesia es permanente: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros eternamente" (Juan 14, 16). Tal fue la promesa de Cristo.
(fuente: www.encuentra.com)
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