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jueves, 6 de octubre de 2011

La segunda cosa más importante

Adaptada, endulzada, vuelta del revés, exaltada, invocada… en cualquier caso la “disciplina” sigue haciendo más mal a los padres que a los niños. La sienten, como el verdadero reto de la familia actual.

Actualmente, todos están de acuerdo en que la disciplina ha vuelto a tomar su significado original. Disciplina significa simplemente enseñanza. Los hijos deberían ser por eso únicamente discípulos. No tiene nada que ver con el capítulo de penas y castigos. Después del amor, la disciplina es lo más importante que los padres deben a los hijos. Los elementos que la conforman son sencillos.


Puede pretender mucho sólo el que da mucho


Todo el aprendizaje, también el de los límites, empieza con el “cuidado” del que los niños aprenden la confianza, el calor, la intimidad, la empatía y el apego hacia los que lo rodean. El noventa por ciento de la tarea que se debe enseñar a los niños a interiorizar los límites se basa en su deseo de agradar a los que les rodean. Los niños desean agradar: porque quieren al que se ocupa de ellos y quieren su aprobación y respeto. Si se considera la disciplina como una enseñanza y se transmite con empatía y capacidad de cariño, los niños se sienten bien cuando la observan.

Cuando un niño recibe una mirada de desaprobación por haber pegado a la hermana, experimenta una sensación de pérdida porque pierde la consideración positiva que había recibido cuando se portó bien. Si no experimentase nunca esos sentimientos positivos, no tendría ninguna sensación de pérdida o desilusión que pudiese impulsarlo desde dentro a cambiar su comportamiento.

Como todas las formas de enseñanza, la disciplina es una tarea a largo plazo. Los cachetes y los castigos son sólo el intento de encontrar un atajo ilusorio. Se trata de construir un “edificio” y para eso hace falta mucho trabajo de cimentación: los padres deben aprovechar todas las oportunidades para sentarse con el niño y decirle: “Tendré que hacer que dejes de portarte de ese modo hasta que seas capaz de dejarlo tú solo”. Es una verdadera declaración de amor: “Te quiero tanto que por eso, a toda costa, te impediré que te equivoques”.


El verdadero problema de la disciplina

Los padres que trabajan tienen dificultad en definir los límites. Padres que vuelven a las siete y media de la tarde (con dos trabajos que les estresan) viven con los hijos “deprisa y corriendo”. Dicen: “No aguanto estar todo el día fuera y cuando vuelvo, tener que imponer yo la disciplina”. Para esos padres es importante encontrar un tiempo adecuado de intimidad con los hijos al final del día. Si el padre no ha visto a su hijo durante toda la jornada y éste se ha portado mal, el padre se siente atado y con sensación de culpa si se pone inmediatamente a poner las cosas en orden.

Otro aspecto importante de la cuestión de los límites es que la madre y el padre deben trabajar juntos, como un equipo. Eso se da sólo si se nutren recíprocamente de intimidad, afecto y comprensión. Muchos padres no se ocupan de los hijos porque no se ocupan de ellos mismos.


La buena disciplina es preventiva


Los padres deben ser claros y precisos, porque la disciplina es fuente de seguridad. Deben decidir con antelación qué aspecto concreto desean que modifique el niño. No sirve para nada decir a un niño que sea ordenado. Hace falta explicarle que tiene que recoger sus juguetes antes de salir. Los padres deben decir al niño qué es exactamente lo que quieren de él y enseñarle a hacerlo así. Deben elogiar el comportamiento correcto y seguir gratificando a los hijos que se portan bien hasta que la disciplina exterior se transforme en el “placer de la autodisciplina”.

Los niños aprenden sobre todo tomando como ejemplo a quienes les rodean. La moralidad nace de querer ser como los adultos que admiran. Los padres deben proponerse con decisión como adultos a quienes imitar, guías, apoyo y modelo. Por eso la disciplina requiere presencia.

Los padres no deben tener miedo de pedir demasiado a los hijos. Deben proponer objetivos de horizonte amplio: los niños tienen que sentir el entusiasmo de sus modelos adultos por la belleza y la grandeza de la vida en todos sus aspectos.

Las normas y reglas que los padres proponen o imponen a los hijos tienen que ser sencillas y personalizadas, sin ninguna ambición de definir lo justo y lo injusto, sino sólo lo oportuno y lo inoportuno, lo que agrada a la madre y lo que la molesta, provocando en ella ansiedad o depresión.

La familia inicia una producción legislativa de perfil cultural y de valores muy práctica, que llega a organizarse también desde el punto de vista de las relaciones internas que garantiza una convivencia serena con los hijos hasta que tienen más de treinta años, batiendo todas las marcas de las familias de las décadas anteriores.

escrito por Bruno Ferrero

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