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martes, 29 de enero de 2013

Casa salesiana: una casa que acoge y una escuela de comunión

Oratorio Bucamaranga, en Colombia
Como miembros de la Familia Salesiana os proponemos un documento que nos puede ayudar a reflexionar sobre cómo era la casa que quería Don Bosco.

Los invitamos a que en un primer momento leamos este texto, a continuación tengamos un momento de reflexión personal sobre las preguntas que están al final del documento y finalmente compartamos nuestras reflexiones.


Una casa que acoge y una escuela de comunión

Los jóvenes en general, y más particularmente de los ambientes populares de ayer y de hoy, respiran una atmósfera donde se desprecia y margina a los pobres, donde no se les reconoce en sus problemáticas, inquietudes, aspiraciones y valores. Vivimos en un contexto social en el cual el pueblo es constantemente reprimido y amenazado socialmente, alienado por una presión individualista y masificante. Diariamente acumulan en su vida frustraciones y fracasos.


Una casa, una familia, un hogar

En este contexto, los jóvenes, especialmente aquellos que son víctimas de la marginación y exclusión social y también de invisibilización o señalamiento, encuentran en la obra salesiana un espacio de acogida, de reconocimiento y de fraternidad: una casa, una familia, un hogar.

La casa salesiana no sólo presta servicios educativos y sociales a los y las jóvenes de la manera más eficaz según sus necesidades y posibilidades, sino que los acoge y reconoce como personas y les brinda la posibilidad de integrarse y formar parte de una comunidad que llega a ser su segunda, y para no pocos su primera, familia.

Don Bosco quería que a sus obras se les diera siempre el nombre e casa precisamente porque tenían que caracterizarse por el espíritu y el clima de familia que debían crearse y respirarse constantemente en ella. La casa salesiana debe ser para los jóvenes un espacio alternativo en el que cada uno se sienta acogido, reconocido, tenido en cuenta, valorado, respetado en su dignidad, querido cordialmente; un lugar donde los y las jóvenes puedan compartir cotidianamente las penas y alegrías, las satisfacciones y esperanzas, sin necesidad de cuidarse las espaldas; un sitio de encuentro, de convivencia y de apoyo mutuo.

El amor mutuo, la reciprocidad en el afecto, debe ser la gran marca de identidad de la vida interna de la casa salesiana: todos importantes, cada uno responsable de los demás y de las tareas comunes, con la originalidad y los dones propios de cada quien Hogar, familia, comunidad, donde el joven y la joven son capaces de gozar del encuentro, de celebrarlo gratuitamente como una verdadera fiesta de la vida y de la convivencia, del cariño mutuo y de la causa común compartida.


Familiaridad, afecto y confianza

Don Bosco basó su método educativo sobre la relación afectiva entre educador y educando. «Familiaridad, afecto y confianza» fueron, en efecto, tres palabras claves de su pedagogía.

La «familiaridad» era considerada por él como el presupuesto fundamental en el trabajo educativo. La simple relación «institucional» educador-educando no podría, entonces, ser válida para Don Bosco, por cuanto que sin afecto no existe sintonía y sin sintonía no puede darse confianza y sin confianza no puede haber educación.

La relación educativa debía, entonces, realizarse en un clima de familiaridad, como sucedía en Valdocco, donde se vivía el espíritu de familia. Así lo describe en 1883 el corresponsal del periódico parisino Le Pèlerin:

«Hemos visto este sistema en acción. En Turín los estudiantes constituyen un numeroso colegio, en el que no se conocen las filas, sino que, de un lugar a otro, se va como en familia. Cada grupo rodea a un profesor, sin bulla, sin alboroto, sin resistencia. Hemos admirado la cara serena de aquellos muchachos, y tuvimos que exclamar: Aquí está el dedo de Dios» (MB XVI, 168-169: MBe XVI, 147-148).

En el año 1874, un sacerdote secular, Don Pablo Orioli, fue sancionado por indisciplina eclesiástica. Cuando reconoció su falta y se arrepintió, se le exigió hacer los ejercicios espirituales durante doce días en una casa religiosa y fue enviado al Oratorio de Valdocco. Don Bosco estaba ausente y le tocó convivir con los jóvenes salesianos formados por él.

Después de haber vivido su experiencia, escribió un opúsculo que dedicó a un amigo suyo y que tituló: «La casa de Don Bosco en Turín».

«En esta casa —escribe— todo invita a hacer el bien. Hay en ella un ambiente de dulzura y de alegría reflejada en todos los semblantes, que sorprende... No tuve la suerte tan deseada de ver al reverendo Don Bosco, que se ha rodeado de jóvenes sacerdotes, que son hijos adoptivos suyos. Pero, aunque no lo haya visto, estoy seguro de que la dirección y la marcha de la casa es el espejo de ese hombre. Los hermosos frutos que se ven en esta casa, revelan la calidad del árbol, donde crecieron ramas y frutos tan selectos».

Y cuando habla de los Superiores comenta:

«Si se acerca uno a ellos sin conocerlos no sospechada que están investidos de autoridad, y no porque se descubra en su persona algo que demuestre incapacidad para ocupar la posición en esta Casa y en la otras, sino porque es tal su trato social, que parece quisieran alejar de sí hasta la sospecha de lo que son. Pero crece más la sorpresa ver a aquellos directores moverse entre unos jóvenes estudiantes, unos pobres aprendices, y tratarlos como amigos más que como superiores. En la Casa de Don Bosco no existe aquel aire pesado de autoridad que se respira en ciertos colegios... Satisface al espíritu ver a aquellos licenciados tan modestos, olvidados de sus méritos reales.

Al ver actuar a todo un doctor tan modestamente y tan despreocupado de sí mismo, se queda uno a mil millas de distancia de imaginarlo. Y con todo así son las cosas al lado de Don Bosco y en su casa.

Me voy de esta casa, mas no sin una viva emoción, y teniendo ante mis ojos lo que crea casi el querer, cuando le presta alas al soplo de la caridad. Hago votos para que surjan casas como estas en todas las ciudades de Italia» (MB XV, 563-564; MBe XV, 485-486).

Don Bosco recomendaba a sus colaboradores: «Conviene tener corazón de padre más que cabeza de superior» (MB XVIII, 866; MBe XVIII, 730); al Director lo exhortaba «a mostrarse constantemente amigo, compañero, hermano de todos; y a ser como padre en medio de su hijos» (Reglamento del Oratorio de San Francisco de Sales 1877, art. 2 y 7. MB 111,98; MBe 111, 85). A Don Pedro Perrot, nombrado director muy joven le envió este precioso consejo: «Ve tú, pues, en nombre del Señor; ve, mas no como Superior, sino como amigo, hermano y padre. Tu mandato, la caridad que se esmera por hacer el bien a todos y a ninguno el mal» (MB X111, 723; MBe X111, 614). Efectivamente, en el lenguaje Salesiano, el término «Superior» es sinónimo de «educador», en el sentido de «... padre, hermano y amigo»I06. Y en el Reglamento para las Casas de la Sociedad de San Francisco de Sales (1877), está escrito que: «Todo joven aceptado en nuestras casas, deberá considerar a sus compañeros como hermanos y a los superiores como a quienes hacen las veces de sus padres».

Como educador, Don Bosco realizó una relación paterna con los Oratorianos precisamente porque sabía que «...para ganar el corazón es necesario hacerse amar», por eso recomendaba: «Procure cada uno hacerse amar si quiere hacerse temer».

«La Familiaridad conduce al afecto» que es la verdadera fuerza del trabajo educativo. La educación puede llevarse a cabo solamente en el afecto y con el afecto, que debe ser exteriorizado... en palabras, hechos e incluso en la expresión de los ojos y del rostro, porque «el que quiera ser amado es menester que demuestre que ama» (MB XVII,111; MBe XVII, 103), por cuanto es necesario «...que los jóvenes no sean solamente amados, sino que ellos mismos se den cuenta de que son amados» (MB XVII, 110; MBe, XVII,102). Únicamente bajo estas condiciones, el educador se convierte en presencia amiga; presencia como relación personal y, por lo mismo, gratificante.

En la carta del 10 de mayo de 1884, Don Bosco usó por dieciocho veces el término «amor» y diecinueve veces los derivados «amar» y «amados». La palabra «amar» evoca el verbo griego «agapáo», que en el Evangelio de san Juan aparece cuarenta veces en el sentido de «amar» (mientras está presente siete veces el sustantivo «agápe», es decir «Amor»). Dicho verbo, bien sea en el Evangelio de san Juan como en la carta de Don Bosco, indica siempre dar con benevolencia, entregarse en forma generosa y gratuita, darse totalmente, «dar la vida» por el bien de los demás.

Don Bosco fue el pedagoga-de la donación de sí; del ofrecimiento de amor, precisamente debido a que el amor es el gran educador.

«La verdadera pedagogía se alimenta del amor», dijo Pablo VI el 6 de diciembre de 1966 en la Conferencia a la Unión Católica Italiana de Medios de Enseñanza, y Don Bosco amó muchísimo. Un amor educativo, en donde amar en forma madura es querer el bien de la otra persona, el bien de aquel a quien se ama.

Dentro de este espíritu y clima se viven los componentes propios de un Centro educativo, tales como la autoridad, la disciplina, la organización. Todo esto se vive dentro de un clima de confianza y de la convivencia razonable, que deja atrás cualquier forma de ejercicio del poder de carácter impositivo o autoritario o de forzada dependencia y aceptación de órdenes y determinaciones institucionales.


La familia de Dios

Esta vivencia comunitaria de hogar tenía para Don Bosco una dimensión y profundidad espirituales. Don Bosco quiso que en las casas salesianas se reprodujera en términos educativos el espíritu de comunión (koinonía) que vivificaba a las primeras comunidades cristianas en las cuales «todos los creyentes formaban un solo corazón y una sola alma» (Hch 2A2-47 y 4.32-35). La imagen del cuerpo, que Pablo evoca insistentemente para expresar la unión, la comunión de todos los creyentes con Cristo y de ellos entre sí (1 Cor 6,15; 10,17; 12,12-27; Rom 121,4-7; Col 1,18.22.24; 2, 19; 3,15; Ef 1,22-23; 2,16; 4,4-16; 5,23.29-30) es la que mejor expresa la identidad e ideal salesiano de la comunidad educativa: «Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así tarnbién Cristo» (1 Cor, 12,12).

En el sentido más teologal del término, en la casa salesiana se debe tener la experiencia del misterio de Dios, comunidad de amor y del Reino de Dios en su novedad y promesa de vida, fraternidad y gozo. Allí donde la casa salesiana es verdaderamente HOGAR —acogedor, cálido, celebrante—, se debe experimentar el amor de Dios Padre que ama a sus hijos e hijas; se siente la presencia de Cristo Jesús Resucitado, hermano nuestro; se viven y se palpan los frutos del Espíritu, el amor, la alegría y la paz (Ef 5,22). Allí se siente también la presencia materna de María, Maestra y Auxiliadora, que Jesús nos dejó como Madre y el discípulo «acogió en su casa» (Jn 19,27).

También en sentido teologal, en la casa salesiana los educadores son reconocidos como hermanos, amigos y compañeros, según la enseñanza de Jesús: «Vosotros no os dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo es vuestro Maestro, y vosotros sois todos hermanos» (Mt 23,8).

Por eso mismo, la casa salesiana debe convertirse en una auténtica «casa y escuela de comunión» en el sentido evangélico más profundo.


Una comunidad educativa

Cuando los jóvenes entran a la casa salesiana, se establece, como lo hizo Don Bosco en el Oratorio, una fuerte relación con ellos y entre ellos, dando origen a una verdadera comunidad educativa, en la que los jóvenes más que beneficiarios de un servicio que se les brinda, llegan a ser verdaderos protagonistas en términos de auténtica reciprocidad. Surge así, más que una institución o establecimiento físico, un espacio abierto en el cual el educador cristiano intencionalmente busca encontrar a los jóvenes para acogerlos en una relación que, valorizando sus necesidades y potencialidades, se orienta hacia la construcción de un proyecto común rico de significados en el cual el joven tiene un rol protagónico. El verdadero clima de familia en la educación salesiana se da cuando se logra crear una renovada capacidad relacional que reconozca y valore en los jóvenes sus potencialidades y capacidades, haciéndolos protagonistas del propio proyecto de vida, estableciendo una verdadera circularidad educativa.

Los educadores adultos deben favorecen en los adolescentes y jóvenes una toma de posición activa en relación con su propio crecimiento para que puedan pasar, cada vez más con una mayor con-ciencia, de la heteroeducación a la autoeducación, de una heteronomía a una autonomía.

Los jóvenes que llegan a la casa salesiana deben ser vistos y considerados como los primeros responsables de la propia formación. No deben ser tratados como destinatarios-objeto de la acción educativa o simples receptores y ejecutores de normas o propuestas. Su maduración se da sólo cuando se establece con el educador una colaboración activa y consciente. El adulto, por su parte, para favorecer el protagonismo del joven deberá esforzarse por descubrir y valorizar su originalidad, sus potencialidades y aptitudes, con la conciencia de que el fin del camino educativo consiste en acompañar al joven hacia la propia autonomía, a caminar solo, a hacer las propias elecciones, a construir una biografía que sea sentida por él verdaderamente como propia.

El desafío está en ofrecer a los jóvenes espacios de participación en primera persona y no sólo para dejarse involucrar pasivamente; una participación que comprenda todos los niveles comenzando por la relación educativa, pasando por la interacción dentro del grupo, hasta la implicación activa en la vida de la comunidad.

En la comunidad educativa todos se sienten, porque deben serlo, protagonistas en primera persona del Proyecto Educativo, tanto en su elaboración, como en su realización y en su evaluación. A este respecto llama mucho la atención la corresponsabilidad reconocida y valorada de todos los involucrados en la labor educativa. Basta hojear los diversos reglamentos redactados por Don Bosco para las casas salesianas en los que se especifican las funciones de todas y cada una de las personas de la comunidad, comenzando por el director, el prefecto, el catequista, el consejero escolástico, los maestros de escuela, los jefe de taller, los asistentes, el despensero, el cocinero y los ayudantes de cocina, hasta señalar el papel importantísimo del portero en la casa salesiana, etc., y el reglamento para cada uno de los ambientes (teatro, enfermería...), para darse cuenta de la valoración de cada uno de los roles en la marcha de la casa y su función educativa.

De esta manera, cada obra salesiana llega a ser casa y escuela de comunión.



Preguntas para la reflexión y el diálogo: 

1. ¿Cuáles son las ideas más importantes para ti de este documento?
2. ¿Cómo se describe o cuáles son las características que debería tner una casa salesiana?
3. ¿Cómo podemos ayudar nosotros, como miembros de la Familia Salesiana, a que nuestra casa salesiana sea diferente o viva el estilo salesiano con mayor profundidad?

(fuente: sersalesiano.com)

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