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miércoles, 9 de enero de 2013

La fe una gracia personal y comunitaria

La fe es un don, es un regalo. Dios es el que toma la iniciativa y nos sale al encuentro. Y así la fe es una respuesta con la que nosotros le damos la bienvenida a Dios como fundamento estable de nuestra vida. Es un don que transforma la existencia porque nos hace entrar en la misma visión de Jesús, quien actúa en nosotros y nos abre al amor a Dios y a los demás.

Nos preguntamos ¿La fe tiene un carácter solamente personal, individual? ¿Interesa sólo a mi persona? ¿Vivo mi fe solo? El acto de fe ciertamente es un acto eminentemente personal. Nadie puede responder a la iniciativa divina en adhesión a la que ella nos trae como mensaje de amor del cielo sin una determinación y decisión que sea personal, que surja de lo más íntimo y de lo más profundo y que marque un cambio de dirección en la vida, una conversión en clave personal. Es mi existencia la que da un vuelco, la que recibe una orientación nueva.

En la liturgia del bautismo, en el momento de las promesas el celebrante pide la manifestación de la fe católica y formula tres preguntas ¿Creen en Dios Padre Omnipotente? ¿Creen en Jesucristo? ¿Creen en el Espíritu Santo? Antiguamente estas preguntas se dirigían a quien iba a recibir el Bautismo, antes de que sumergiera tres veces en el agua. También hoy la respuesta es singular, Creo. Pero este creer mío no es el resultado de una reflexión solitaria, propia. No es el producto de un pensamiento solamente mío, sino que es fruto de una relación, de un diálogo en el que hay un escuchar, un recibir y un responder, comunicar con Jesús, es lo que me hace salir de mi encerrado en mi mismo para abrirme al amor del Padre. Es como un renacimiento en el que me descubro unido no solo a Jesús sino también a cuantos han caminado y caminan por la misma senda. Y este nuevo nacimiento que empieza con el Bautismo continúa durante todo el recorrido de mi existencia. Mi fe personal es un diálogo pero no privado con Jesús, porque la fe me es donada por Dios a través de una comunidad creyente, y en éste sentido el acto personal de quien cree es siempre un acto en comunidad a la que se pertenece.

Tu acto creyente, tu acto de fe ¿A qué comunidad pertenece y cómo es la fe de tu comunidad? ¿Es una fe viva? ¿Es una fe que se celebra, comprometida, es una fe profética? ¿Es un creer que va por más en la evangelización y la misionalidad? ¿Cómo es tu fe en la comunidad a la que perteneces? ¿Y qué necesita de renovación esa comunidad creyente para que en este año de la fe aumente esa adhesión de voluntad y de corazón a la propuesta de Dios, el Padre?

El credo personal y comunitario

Los domingos en la misa celebrada, recitamos el credo y nos expresamos en primera persona pero confesamos comunitariamente la única fe de la iglesia. Ese creo, pronunciado singularmente se une al de un inmenso coro en el tiempo y en el espacio, donde cada uno contribuye, por así decirlo a una concorde polifonía en la fe. En el catecismo de la iglesia, sintetiza de modo claro así: “Creer es un acto eclesial. La fe de la iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe personal”. La iglesia es madre de todos los creyentes. La iglesia es pedagoga en el creer. La iglesia es capaz de alimentarnos en el acto de creer. Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la iglesia por madre, decía San Cipriano. Por lo tanto la fe nace en la iglesia, conduce a ella y vive en la iglesia. Esto es muy importante recordarlo, nos lo decía Benedicto XVI. Sobre todo en un tiempo donde la institucionalidad eclesial es puesta bajo tela de juicio. Está sufriendo embates muy duros desde adentro de sí misma, en un proceso duro de purificación, cuanto de la sociedad en su conjunto o no sino en algunos sectores que valiéndose de las debilidades de la iglesia, descalifican su lugar de pertenencia en el mundo en el que vivimos. Creer y renovarnos en la fe, eclesialmente, con todo lo que ello implica de mirarlo al Señor y descubrir su rostro real en medio de tanta pobreza de signo y a veces de tanta contradicción en el corazón mismo de la Iglesia.

Al principio de la aventura cristiana cuando el Espíritu Santo desciende con poder sobre los discípulos, el día de Pentecostés, como narran los Hechos de los apóstoles, la iglesia naciente recibe la fuerza para llevar a cabo la misión que le ha confiado el Señor resucitado. Difundir en todos los rincones de la tierra el evangelio, la Buena Nueva de Dios. Y conducir así a cada hombre al encuentro con Él, a la fe que salva. Los apóstoles superan todo temor al proclamar lo que habían oído, visto y experimentado en la persona de Jesús. Es desde ese lugar de encuentro donde la fe viva se hace transmisión de un mensaje salvífico y llena el corazón de quien la recibe adhiriendo como gracia de Dios para justamente redimir, salvar y transformar. Por el poder del Espíritu Santo comienzan ellos a hablar en lenguas nuevas, anunciando abiertamente el misterio de lo que son testigos. En los Hechos de los Apóstoles se nos refiere además el gran discurso con el que Pedro pronuncia precisamente el día de Pentecostés, parte de un pasaje del profeta Joel, refiriéndolo a Jesús y proclamando el núcleo central de la fe cristiana. Aquél que había beneficiado a todos y que había sido acreditado por Dios con prodigios y grandes signos fue clavado en la cruz y muerto pero Dios lo resucitó entre los muertos constituyéndolo Señor y Cristo. Con Él hemos entrado en la salvación definitiva anunciada por los profetas y quien invoque su nombre va a ser salvado, Hechos 2, 17-24. En ésta proclamación de Pedro y al oír estas palabras muchos se sienten personalmente interpelados, se arrepienten de sus pecados y se bautizan recibiendo el don del Espíritu Santo.

También nosotros en esta mañana recibimos el anuncio de la presencia de Dios vivo, Cristo Jesús que nació, vivió entre nosotros, murió por nosotros dándonos la vida por amor, resucitó y nos envía el Espíritu Santo prometido por el Padre para que venga a nuestro auxilio y nos ponga de pie en nuestro acto creyente.

Hay una certeza que brota del corazón mismo creyente de la comunidad eclesial. No nos salvamos solos, nos salvamos en racimos.

La iglesia desde el principio el lugar de fe, el lugar de la transmisión de la fe, el lugar donde por el Bautismo se está inmerso en el misterio pascual de muerte y resurrección de Cristo, que nos libera de la prisión del pecado, que nos da libertad de hijos y nos introduce en la comunión con Dios, que es uno y trino.

Desde este lugar de comunión profunda con el misterio trinitario también estamos, dice Benedicto XVI, inmersos en la comunión con los demás hermanos y hermanas de fe con todo el cuerpo de Cristo fuera de nuestro aislamiento.

El Concilio Ecuménico Vaticano II, lo recuerda: “Dios quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sino en conexión entre sí y hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con toda una vida santa”.

Siguiendo con la liturgia del Bautismo, nos recuerda Benedicto XVI, observamos que como conclusión de las promesas en las que expresamos la renuncia al mal y repetimos creo, respecto de las verdades de fe, el celebrante declara “Esta es nuestra fe, ésta es la fe de la iglesia, la que nos gloriamos de profesar en Jesucristo nuestro Señor”. La fe es una virtud teologal, donada por Dios, pero trasmitida por la iglesia a lo largo de la historia. Vivida en la iglesia y celebrada, alimentada, en el ser Iglesia.

El beato Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris missio, afirma que la misión renueva la iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da un nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. La fe se fortalece, decía Juan Pablo II, dándola. La tendencia hoy, difundida a relegar la fe a la esfera de lo privado contradice su naturaleza misma. La fe está llamada a ser vivida en comunidad. Esta también llamada a ser proclamada a los que todavía no conocen el anuncio de la Buena Nueva de Cristo. Necesitamos la Iglesia para tener confirmación de nuestra fe y para experimentar los dones de Dios. Su palabra, los mandamientos, el apoyo de la gracia y el testimonio del amor y la vida fraterna. Así nuestro yo en el nosotros de la iglesia, podrá percibirse a un tiempo destinatario y protagonista de un acontecimiento que la supera. La experiencia de la comunión con Dios que funda la comunión entre nosotros. Una expresión bellísima de Benedicto XVI, reflexionando sobre esta perspectiva de catolicidad del acto creyente, en un mundo donde el individualismo parece regular las relaciones entre las personas haciéndolas cada vez más frágiles. La fe nos llama a ser pueblo de Dios y a ser iglesia portadores del amor y de la comunión de Dios para todo el género humano.

La fe, un acto personal en el concierto de la vida comunitaria. Una invitación que Dios nos hace a renovarnos en este año de la fe renovando también, nuestro lugar de pertenencia a la comunidad y buscando que nuestra comunidad se renueve en la fe.

escrito por Padre Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)

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