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lunes, 14 de enero de 2013

Nuestras puertas cerradas

“Confortaron a sus discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios. En cada comunidad establecieron presbíteros y con oración y ayuno los encomendaron al Señor en el que el que habían creído. Atravesaron Pisiidia y llegaron a Panfilia, luego anunciaron la Palabra en Perge y descendieron en Atalía. Allí se embarcaron para Antioquia donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para realizar la misión que acababan de cumplir. A su llegada convocaron a los miembros de la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto la perta de la fe a los paganos. Después permanecieron largo tiempo con los discípulos.”

Pablo y Bernabé concluyen su primer viaje misionero por ciudades y pueblos que desconocían a Dios y llegan al lugar desde donde habían partido a la misión. Antioquia era este lugar. Allí se reunían con la comunidad de discípulos y ellos dan testimonio de lo que han vivido, de lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos. Si querés, si podés podes buscar este texto en los Hechos de los apóstoles 14, 22-28 y seguir justamente contemplando, mirando, como la acción del Espíritu Santo en esta Iglesia primitiva se manifestaba con signos y con prodigios y Dios hacía, como dice aquí Pablo, … y Dios hacía grandes obras con ellos…, no sin ellos, Dios obra con nosotros, y manifiesta aquí también la Palabra cómo es que se abría la puerta de la fe a los paganos. Los paganos son los del pueblo, los que no conocían a Dios, al Dios de Israel y al cuál accedían por medio del anuncio. Esta parte del libro de los Hechos de los apóstoles, en donde se nos relata como Jesús vivo y resucitado está siendo conocido por Judíos y por paganos a partir de la misión de la Iglesia que comenzaba a crecer justamente a partir de la misión, es de donde el papa Benedicto XVI toma la expresión “La puerta de la fe”, Porta Fidei, por medio de esta expresión y su carta apostólica convocó el papa y nos invitó a todos los cristianos a celebrar un año de la fe. En ese camino estamos, abriendo nuevamente la puerta de la fe que nos posibilita encontrarnos en este tiempo de la historia con el mismo Señor Jesús que vive entre nosotros hace más de dos mil años.

Vamos a compartir en esta catequesis, en esta mañana, una carta del cardenal Jorge Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, carta que ofreció él a todos los fieles de la Arquidiócesis de Buenos Aires el primero de octubre de este año, proponiéndonos y preparándonos para el año de la fe que ya estamos celebrando. Con esta carta, a partir de este texto de Hechos de los apóstoles, a partir de esta invitación del papa Benedicto a celebrar el año de la fe, es que vamos a desarrollar la catequesis en este día. Quienes quieran y puedan acceder a Internet pueden ubicar esta carta del Cardenal Bergoglio ingresando a la web del Arzobispado de Buenos Aires, la dirección es www.arzbaires.org.ar . Si querés podés ahí ubicar esta carta donde vamos a, justamente con él, intentar compartir qué es lo que nos propone el cardenal primado de Argentina utilizándola este día no solo para Buenos Aires sino a partir de Radio María, para todo nuestro país.

Esta Carta comienza diciéndonos el Cardenal Bergoglio: ”Entre las experiencias más fuertes de las últimas décadas está la de encontrar puertas cerradas. La creciente inseguridad fue llevando poco a poco a trabar puertas, poner medios de vigilancia, cámaras de seguridad, desconfiar del extraño que llama a nuestra puerta, sin embargo, todavía en algunos pueblos hay puertas que están abiertas. La puerta cerrada es todo un símbolo de este hoy.” Hasta aquí la cita de la carta del cardenal. Una expresión, una descripción muy contundente, muy clara, nadie puede decir que está lejos de esta experiencia. Sin duda es diversa la experiencia de la puerta cerrada, de la inseguridad en Argentina, pero las grandes ciudades de nuestro país, en las grandes ciudades es una experiencia cotidiana la puerta cerrada, la vigilancia, la reja, la cámara de seguridad, la desconfianza por el otro. Tenemos instalado entre nosotros la cultura del miedo que nos encierra y esto no porque sea una fantasía, la experiencia de la inseguridad llega por experiencias concretas de atentado a la vida personal, de pérdida del sentido de lo privado, de pérdida de la intimidad, muchas veces queremos fundamentos para tener tal vez ese miedo ¿no?, pero lo importante para esta mañana y con esta carta es tomar conciencia de cómo esto de la cultura del miedo nos va afectando en el modo de ser y en el modo de vivir. La cultura del miedo nos va haciendo transformar en un modo de ubicarnos en la realidad, fundamentalmente en un modo de ubicarnos frente a los otros. Esto es para que vayamos, con este comienzo de la carta, tomando conciencia de cómo es esto en nosotros, cómo es esto en nosotros. El cardenal dice: La puerta cerrada es todo un símbolo de este hoy.

Y sigue la carta describiendo de esta manera: “Es algo más que un simple dato sociológico el de la puerta cerrada, es una realidad existencial que va marcando un estilo de vida, un modo de pararse frente a la realidad, frente a los otros, frente al futuro. La puerta cerrada de mi casa, que es el lugar de mi intimidad, de mis sueños, mis esperanzas y sufrimientos, así como la de mis alegrías también, está cerrada para los otros y no se trata solo de mi casa material, es también el recinto de mi vida, mi corazón. Son cada vez menos los que pueden atravesar ese umbral. La seguridad de unas puertas blindadas custodia la inseguridad de una vida que se hace más frágil y menos permeable a la riqueza de la vida y del amor de los demás”. Hasta aquí también nos sigue describiendo el cardenal Bergoglio esta experiencia de las puertas cerradas que se van transformando de puerta cerradas en las casas a puertas cerradas del propio corazón, de la propia existencia, de la propia vida donde ya no solo no pueden entrar a nuestra casa sino que por esta cultura del miedo, por esta cultura de la inseguridad, se nos va trasladando también a la propia vida y los otros van perdiendo posibilidades de entrar a la casa de nuestra vida, y nosotros también cada uno de nosotros, vamos perdiendo posibilidad de entrar en la casa de los otros a la vida de los otros, a la posibilidad de entrar en comunión con el otro, en vinculación recíproca, para comunicarnos las riquezas de la vida y del amor.

Consigna: Te propongo entonces que te animes a preguntarte en esta mañana: ¿Cómo estás viviendo? ¿Qué puertas están cerradas y te dejan encerrado a vos mismo dentro de esas puertas? ¿Qué puertas están cerradas y no podés vivir en paz, en diálogo y encuentro con los demás. Para pasar por la puerta de la fe necesitamos salir de nosotros mismos, salir de nuestros encierros. Tal vez el encierro sea la falta de perdón a vos mismo o a otra persona, tal vez la puerta cerrada sea la de cuidar tu cuerpo y tenés que abrir esa puerta para cuidarte, para descansar, para aprender a tener un ritmo humano saludable. Tal vez la puerta cerrada sea la de estar con tus hijos y aprender a jugar con ellos. Tal vez haya que abrir esa puerta, tal vez la puerta cerrada sea la de vivir el trabajo como una carrera de competencias, de luchas de poder, de vencer al otro. Hay que abrir la puerta y salir de esos esquemas. Te proponemos entonces que nos puedas compartir en esta mañana, para que hagamos juntos este espacio, una pregunta: ¿Qué puertas tenés que abrir para cruzar el umbral de la fe?

Nos dice el Cardenal que para cruzar el umbral de la fe hay que abrir primero algunas puertas, fundamentalmente personales. ¿Qué puertas tenés que abrir vos en este tiempo de tu vida para cruzar el umbral de la fe? Compartinos tu respuesta a esta pregunta a través de un mensaje de voz.

Abramos entonces las puertas, abramos las puertas de nuestra vida, fundamentalmente al Señor que se quiere encontrar con nosotros, él nos va a ayudar a abrir las puertas que están cerradas, pero no lo puede hacer sin nosotros, no lo puede hacer sin nuestra colaboración, sin nuestra toma de conciencia de cómo las puertas cerradas de nuestras casas han transformado nuestra propia vida y también nos han llevado a cerrarnos a nosotros mismos frente a los otros, a perder la riqueza de la comunicación, de la vinculación fluída donde se transmiten los valores de la vida, la riqueza de la vida, de la vida compartida. Sin duda que esta experiencia de las puertas cerradas y de las puertas abiertas, no solo de la casa sino de la vida, se da de muchas maneras, pero sin duda que en las ciudades, en las grandes ciudades de nuestro país, está ocurriendo esto, la gran desconfianza ante el desconocido, la gran desconfianza ante el otro. Es un impedimento para poder vivir en comunidad, en sociedad, para poder realmente construir un proyecto común de vida en la ciudad. Sin duda que esto no se da de manera igual en todos lados, en todas partes en el país. Les cuento una experiencia, yo ya no tenía esta experiencia de la casa abierta o del auto abierto y yendo de misión ahora en octubre con los distintos equipos que fuimos los distintos fines de semana en el norte argentino, Catamarca, Tucumán, en La Rioja también, yo estuve el primer fin de semana de octubre en Belén y en Andalgalá, y con los hermanos que nos recibieron allí también vinculados a la radio, acompañándonos en esos días de misión, dejaban las puertas de sus autos abiertas en plena ciudad, nosotros cerrábamos el vehículo de la radio acostumbrados a hacerlo en todos los lugares a donde vamos y nos miraban y se reían, nos decían: no es necesario, acá todavía eso no es necesario. Y lo mismo pasaba con las casas. Yo a esa experiencia ya hace mucho tiempo que no la tenía. La tuve de chico en mi ciudad natal, en Paraná, pero hace muchos años, viví en Córdoba, vivo hace unos años aquí en Buenos Aires, y esa experiencia se ha perdido, no es tan posible dejar todo abierto. Con esto justamente no estoy proponiendo que en estas grandes ciudades dejemos nuestras casas abiertas porque es imposible, pero sí es posible que tomemos conciencia de cómo esto nos ha afectado en el modo de ser, en el modo de vivir, y en el modo de proponer una vinculación con los demás porque sin dudas esto es una pobreza humana para nosotros, perder la posibilidad de vincularnos con los otros, de darle identidad al que pasa por al lado mío como un prójimo, como un hermano, como alguien que me pertenece. De alguna manera tenemos que revertir esta distancia que ponemos entre nosotros, cruzar este umbral para poder acceder a una experiencia comunitaria de la fe, a una experiencia pública de la fe, porque si no, ya lo vamos a ver un poquito más adelante aquí en la carta que estamos siguiendo del Cardenal Bergoglio, la fe se nos vuelve una experiencia privada y nunca en la historia de la Iglesia, en la vida de la iglesia, la fe ha sido un hecho privado, siempre ha tenido una repercusión pública, somos cristianos en toda nuestra existencia, también frente a los otros en la calle, frente a los que nos cruzamos.

Vamos a continuar entonces con los que nos propone aquí el cardenal en la carta del primero de octubre a los fieles de la Arquidiócesis de Buenos Aires. Sigue diciendo él: “Iniciamos el año de la fe y paradójicamente la imagen que propone el papa es la de la puerta, una puerta que hay que cruzar para poder encontrar lo que tanto nos falta. La iglesia, a través de la voz y el corazón de pastor de Benedicto XVI nos invita a cruzar el umbral, a dar un paso de decisión interna y libre, animarnos a entrar a una nueva vida”. Aquí hay una clave, no podemos cruzar el umbral de la fe ni cruzar el umbral de nuestras puertas interiores y de la vida de los demás sin un paso, sin una decisión interna y libre. La libertad no nos va a venir desde afuera, fundamentalmente necesitamos una libertad interior, una libertad personal, la libertad interna de nuestra persona que es la que nos va a habilitar, a descubrir, los umbrales que tenemos que atravesar, primero de nuestra propia vida, luego tal vez de la familia, del ámbito del trabajo, del barrio, de la comunidad, para luego ir por más umbrales, por los umbrales de una fraternidad universal, pero si no partimos de la decisión interna, de la decisión de nuestra propia libertad de salir de nosotros mismos, esto se nos va a complicar. La propuesta es cruzar el umbral, animarnos a entrar a una nueva vida. Esto es realmente un compromiso que toca a toda la existencia.

Sigue el cardenal diciéndonos: “La fe solo crece y se fortalece creyendo en un abandono continuo en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios. Esta decisión interna de abrirnos fundamentalmente a Dios no es quedar abiertos a la nada sino es abandonarnos continuamente en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios”. Sigue la carta expresando esto: “Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida mientras avanzamos delante de tantas puertas que hoy en día se nos abren, muchas de ellas, puertas falsas, puertas que invitan de manera muy atractiva pero mentirosa a tomar caminos que prometen una felicidad vacía, narcisista y con fecha de vencimiento. Puertas que nos llevan a encrucijadas en las que cualquiera sea la opción que sigamos provocarán a corto o largo plazo, angustias y desconcierto, puertas auto referenciales que se agotan en sí mismas y sin garantía de futuro. Mientras las puertas de las casas están cerradas, las puertas de los shoppings están siempre abiertas”. ¡Cuánto realismo en esta descripción! Puertas que siguen estando cerradas y otras puertas, muchas de ellas, falsas, con fechas de vencimiento que se nos abren mentirosamente delante de nuestros ojos, de nuestros sentidos, de nuestras vidas.

Gracias por compartirnos justamente, estos umbrales que sienten que tienen que atravesar, que tenemos que atravesar, justamente para atravesar también el umbral de la fe.

Seguimos intentando y buscando abrir las puertas, las que están cerradas y que nos impiden vincularnos con esperanza y con verdad, con la vida de los otros. La descripción es realmente muy clara la que hace el cardenal aquí, de cómo mientras se nos van cerrando algunas puertas, o como nosotros vamos cerrando también algunas puertas, permanentemente en este momento, en este tiempo de la cultura, de nuestra historia, se nos abren otras puertas, se abren puertas que muchas veces son muy atractivas, son muy luminosas, están siempre abiertas, pero que no necesariamente nos llevan a la vida verdadera, no necesariamente nos llevan a una felicidad con los otros, sino una felicidad vacía. Dice aquí el cardenal: “Narcisista, con fecha de vencimiento”. Esta puede ser realmente una gran ilusión para muchos de nosotros, creer que porque tal vez accedemos a muchos bienes, a muchos servicios, estamos bien, cuando en verdad permanecemos encerrados en nosotros mismos. Pero ¿qué pasa con el otro? Y ¿quién soy yo sin los otros? ¿Quiénes son los otros sin mi presencia, sin mi amor, sin mi servicio? Necesitamos no distraernos con las falsas puertas que se nos abren y abrir las puertas de nuestra vida, estas puertas que ya vamos compartiendo en facebook, también a través de mensajes de texto, pequeñas puertas pero que son las puertas más nuestras, las más humanas, las del corazón, la de los vínculos familiares, laborales, comunitarios. Abrir esas puertas. Necesitamos abrir esas puertas. Pidámosle al Señor que nos ayude a abrir esas puertas.

Sigue la carta con una expresión que dice así. “Jesús es la puerta y llama a nuestra puerta para que lo dejemos atravesar el umbral de nuestra vida”. Esta expresión tan sencilla pero que nos da también una clave de por donde va “cruzar el umbral de la fe” para nosotros. Jesús es la puerta y llama a nuestra puerta para que lo dejemos atravesar el umbral de nuestra vida. Esto también es atravesar la puerta de la fe, dejar a Jesús que él mismo atraviese el umbral de nuestra vida, de nuestra existencia, que el ingreso de Jesús a nuestra vida puede transformar todo lo que quiera, que él pueda ordenar la vida de cada uno de nosotros con su paso, con su presencia luminosa, con la vida en abundancia que trae para nosotros. Tal vez dándole paso a él, el pueda terminar de abrir las puertas cerradas que hay en nosotros. ¿Qué puertas cerradas todavía hay en nosotros? Dejémoslo entrar a Jesús. En esta mañana digámosle: Jesús atraviesa el umbral de mis puertas cerradas, ayúdame a abrir desde adentro mío estas puertas cerradas. La vida nueva de Jesús que llega a nuestra vida nos propone, nos desafía, a no quedarnos en lo que conocemos y manejamos de la realidad, nos desafía a no instalarnos en las falsas seguridades que tarde o temprano nos aburren, nos cansan, nos dejan vacíos, quiere salvar con su vida, quiere darnos de la abundancia del amor del Padre y quiere enseñarnos a vivir justamente desde ese amor con los prójimos que cada uno de nosotros tenemos. Dejémonos enseñar por Jesús, dejemos que el entre y nos enseñe. Desde la acción de su espíritu en nosotros, desde su Palabra en nosotros, desde los lugares donde sabemos que él está, vayamos al encuentro de él, dejémonos encontrar por él, que él pueda atravesar el umbral de nuestras existencias para él desde adentro nuestro, con nosotros, podamos abrir las puertas que están cerradas. Sigue esta carta diciéndonos: “Iniciar este año de la fe es una nueva llamada a ahondar en nuestra vida esa fe recibida. No vivir igual, no vivir la fe de la misma manera como que si ella no tuviera novedad para nosotros, ahondar en nuestra vida la fe que hemos recibido.”. Y nos sigue diciendo: “Profesar la fe con la boca implica vivirla en el corazón y mostrarla con las obras. Un testimonio y un compromiso público. El discípulo de Cristo, hijo de la Iglesia, no puede pensar nunca que creer es un hecho privado”. Aquí está lo que les decía hace un momento, la fe vivida, la fe de la Iglesia, siempre ha sido una fe integral, una fe que se vive en el corazón y se muestra con las obras. Sin duda muchos de nosotros nos sentimos indignos de la riqueza de la fe, de la vida del amor de Dios, experimentamos la dificultad para dar testimonio a través de nuestra propia vida de esa fe, pero este sigue siendo nuestro desafío, renovar nuestra fe, ahondar nuestra vida en la fe, profesar con la boca la fe es vivirla en el corazón y mostrarla con las obras. Si pudimos algo de esto, démosle gracias a Dios y alegrémonos con él. Si sentimos que todavía nos cuesta dar testimonio público no solo por la palabra sino fundamentalmente por como nos comportamos, por como tratamos a los otros, animémonos a dejar a Jesús que atraviese el umbral de nuestra existencia y nos sigue impulsando con su amor y con su espíritu a que esto sea nuestro proyecto, a que esta sea nuestra meta, mostrar con obras concretas, con gestos, con miradas, con actitudes, la fe que tenemos. Un testimonio, un compromiso público, ahí apunta nuestra fe. Miramos el cielo, miramos la vida de Dios no para evadirnos de la realidad sino para aprender desde Dios, para aprender desde su amor a estar viviendo con los pies en nuestras ciudades, en nuestros pueblos, en nuestras casas para aprender aquí en nuestro aquí y en nuestro ahora a mostrar ese amor de Dios a través de gestos concretos, de actitudes concretas, de palabras que bendigan la vida del otro, de palabras que dignifiquen al otro. Como ayer reflexionábamos con Bartimeo, que lo sume en el camino de la vida y el camino de la fe. No podemos vivir nunca la fe como un hecho privado, somos discípulos de Jesús y a esto lo vivimos también en nuestra vida pública.

Gracias por compartirnos estas puertas que tienen que estar abiertas para que podamos vivir mejor, para que podamos vivir mejor con los demás principalmente. Vamos a pedir esta gracia en este día, abrir las puertas que cada uno de nosotros reconocemos que es necesario abrir. ¿Qué puertas tenés que abrir para cruzar el umbral de la fe? Jesús quiere ayudarte a que abras esas puertas, dejate entonces visitar en este día por su presencia amorosa que nos trae el amor del Padre para ayudarnos a salir de los encierros y abrirnos a vivir la vida con los otros, porque la fe nos propone esto, ser con los demás, ser una bendición para los otros y que los otros también sean una bendición para nosotros. Le pedimos esta gracia a Jesús, que en toda la Argentina se abran las puertas de los corazones, las puertas que están cerradas tienen que abrirse para que Dios pueda obrar en nosotros, que la fe sea realmente una presencia de transformación, primero en el corazón humano y luego en nuestra vida cultural y social. Que el Señor se quede entonces en nuestro corazón abriendo puertas. Que el Señor te bendiga.

escrito por el Padre Melchor López 
(fuente: www.radiomaria.org.ar)

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