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sábado, 19 de enero de 2013

La oración, camino de amistad

La síntesis de la amistad con Dios se da en el camino discipular de seguimiento de Jesús que tiene su meta en la unión de amor con él. En eso consiste el amor de amistad en hacernos uno con Cristo Jesús, testimonio de esto da Pablo cuando dice acerca del vínculo de amistad que tiene con Cristo, el descubre que toda su vida es en Cristo Jesús, que ya no vive él sino que es Cristo Jesús que vive en él, y que vive por la fe en el hijo de Dios que lo amó y entregó su vida por él.

Este es el lugar de síntesis final, de meta hacia donde nos conduce el vínculo de amistad con Dios, el camino más importante que colabora para la concreción de esa meta es el camino de la oración.

La oración como un espacio privilegiado para el encuentro de amistad con Dios nos permite hoy en la catequesis renovarla desde la reflexión y también desde la praxis más constante, de la decisión de ir por este lugar posiblemente abandonado, posiblemente redescubierto en este momento, posiblemente caminado pero necesariamente con el llamado a ser afianzado.

De la oración recibimos las gracias de poder llevar adelante la tarea de imitación de Cristo porque allí el Señor en ese vínculo de amistad nos comunica los dones de gracias con el que el padre Dios quiere configurar nuestra vida en Cristo Jesús y llevar toda nuestra existencia a su plenitud, poniéndolo a su hijo como modelo, como camino y como meta de la concreción del desarrollo de nuestra personalidad.

En la oración somos incorporados a la oración de Jesús como el único intercesor porque dicen 1º de Timoteo 2,5 hay un solo Dios y también hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús.

Si por el camino de la oración recibimos todas las gracias, la oración con Dios encuentra en Cristo Jesús su lugar de llegada a nosotros. Las gracias que Dios quiere comunicarnos nos las ofrece a través de Cristo Jesús, es el único mediador. Todos los dones de gracia con los que nuestra vida se va configurando hasta alcanzar la plenitud de proyecto con la que Dios ha soñado y pensado en nuestra vida, nos llegan por el camino de Cristo Jesús.

Hoy vamos a compartir dones de gracias que hemos recibido en la oración. Don de sanidad, don de consuelo, don de milagro, don de transformación, don de gozo, de alegría, de paz. Dones y momentos particulares en los que Dios a través de la oración nos hizo sentir su cercanía y nos alcanzó lo que estábamos buscando y se hizo realidad en nosotros aquello que la palabra dice: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Evidentemente el texto bíblico hace referencia al camino de la oración en la insistencia, en la búsqueda por medio de ella de los dones de gracia con los que Dios quiere bendecirnos y acompañarnos.

La historia de amistad con Dios encuentra un referente en Teresa de Jesús que ha definido así la oración desde su perspectiva de Doctora de la Iglesia en materia de espiritualidad como mística, decía así Teresa, oración es tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama. La oración desde la mirada de Santa Teresa es experiencia de Dios y al mismo tiempo experiencia de amistad.

Lo que la oración obra en nosotros expresa nuestra amistad con Dios, la cultiva, la acrecienta, la desarrolla, la reorienta. Desde el vínculo de amistad con Dios se van generando por el camino de la oración, los rasgos propios de la personalidad del que se reconoce en Cristo para ser pleno. En la oración se produce un encuentro entre el tú de Dios y el nuestro, ese encuentro es en clave de amistad.

Así lo vivía el amigo de Dios, Moisés, dice el libro del Éxodo en el capítulo 33 verso 11, Yavhé hablaba con Dios cara a cara, como habla un hombre con su amigo.

Así Dios nos quiere, poniéndole palabras simples y sencillas, palabras concretas que hacen al camino de la vida, que tienen que ver con el peso de las preocupaciones, con los sueños, con las alegrías, con los dolores, con los consuelos, nos quiere comunicándonos.

La oración es distinta a un diálogo interior con lo más subjetivo de mi propio ser, no es un pensar meditando en voz silenciosa lo profundo de lo que me ocurre, tampoco es una revisión de vida ante un trascedente impersonal, tampoco es una relación con un principio divino abstracto con una fuerza de superioridad, sin rostro.

La oración es la relación con un Dios personal, que en Cristo ha tomado rasgos humanos y permanece presente en la historia, yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo, dice Jesús. La experiencia esencial y original del cristiano es el vínculo de amor que se establece en este trato personal entre el orante y el Dios revelado y presente en la persona de Cristo vivo junto a nosotros.

¿Qué se produce en el camino de oración en clave de amistad? Se produce un misterio de comunión, de amor. La oración es una comunicación de amor, donde la iniciativa la tiene Dios en Cristo por la presencia y la vida del Espíritu Santo que es el que guía el camino de la oración.

Por eso cuando vamos a orar, además de adentrarnos descalzos a un lugar sagrado, la conciencia de nuestra fragilidad, de reconocernos pecadores, entramos allí a la grandeza de Dios con nuestra pobreza, pidiéndole al Espíritu que venga a nosotros para sostenernos, para guiarnos y para permitirnos permanecer de cara a Dios sin decaer.



Camino de oración, camino de amistad.

El progreso de la oración va con el progreso de la caridad, tal como se da en el progreso de la amistad, el valor de la amistad está en cuánto se crece y se cree en el amor de Dios y de los hermanos.

Teresa de Jesús decía: en la oración no se trata de hablar mucho, tampoco de pensar mucho, se trata de amar mucho.

En esto la mística cristiana es distinta a la oriental en donde el valor preponderante está en la sabiduría, el conocimiento, el dominio de sí mismo, en un saber superior que relativiza las cosas y las vanidades humanas. Este tipo de sabiduría que no está excluida de la mística cristiana, está centrada en el amor de Dios en un lugar distinto, es la experiencia totalizan te de la vida del amor de Dios en nosotros y esa posibilidad que Dios nos da de responder a ese amor poniendo las cosas en su lugar. Es un amor que configura un modo de ser, que hace salir de nosotros lo mejor y quitar del medio lo que nos impide ser lo que estamos llamados a ser.


El criterio del amor es el que define la calidad y el progreso de la oración.

Los místicos son unánimes en decir que el amar en la oración no está primordialmente en la sensibilidad, en el sentimiento o en la fuerza del afecto, lo propio del amor de amistad con Dios es la determinación de la voluntad de hacer lo que Dios quiere en la vida práctica. Es decir, configurar mi vida en lo concreto de lo que Dios me muestra y en este sentido la oración nos pone luz y nos ayuda con paciencia, con firmeza, con serenidad, con constancia a poner las cosas en su lugar.

Camino de oración y vida cotidiana van de la mano. Si la oración no toca la vida, no hay verdadera oración, y si la vida cotidiana no va a la oración, tampoco hay oración.

Vida regalada y vida de oración, dice Santa Teresa, no van de la mano. Si la vida en su cotidiano desarrollo no va modificándose con criterios evangélicos que brotan del encuentro con Jesús por el camino de la oración, entonces quiere decir que todavía no hemos llegado a entender verdaderamente qué es orar o en qué consiste el camino orante del cristiano.

Hay una necesaria soledad para el encuentro de amor con Cristo Jesús en la oración. La amistad crece en el contacto de amor con los amigos, sino se le da el tiempo al amigo la amistad decae y hasta puede llegar a extinguirse, de manera semejante mientras más crece el vínculo de amistad con el Señor, más necesitamos estar con él a solas, se va creando esa necesidad por lo que va dejando el vínculo. Para esto necesitamos hacernos de tiempo, si no nos hacemos tiempo para orar con Dios no podemos profundizar ni avanzar en este camino de comunicación de un amor que transforma. Este aspecto de la oración hay que cuidarlo y defenderlo, se trata de tratar nuestras cosas con él a solas.

Hay tres factores que son claves, la continuidad, la cantidad y la calidad del encuentro, estas tres características definen todo tipo de vínculo de amor en cualquier dimensión y también con Dios. Acá se juega la hondura del trato y la pertenencia al Señor.

Lo que nos motiva y nos atrae para sostenernos en este vínculo es la conciencia de que Dios realmente nos ama y siempre, sea como sea, pase lo que pase, está allí para darnos la bienvenida.

La oración es el espacio en donde encontrar el lugar donde intercambiar la experiencia de amor con Dios que es creador y recreador de nuestra existencia. Él nos invita una y otra vez para decirnos que por amor nos creó y por amor recrea nuestra vida cada vez que le abrimos la puerta a su llamada.

La gran experiencia de la oración es la comunicación del amor que Dios nos tiene y que nos hace presente cuando nos sale vitalmente al encuentro en ese espacio de intimidad y de soledad que está muy lejos de encerrarse en sí mismo, que cuando es real y concreto rápidamente se expande en gozo, en alegría, en compromiso, en búsqueda de cambio, en meter mano en el barro, como Dios pone mano en el barro de nuestra existencia y configura nuestro ser como un gran alfarero.

Al confrontar la vida con Dios en la oración supone que al final del encuentro tengamos esta certeza, Dios nos ama, y desde esa conciencia es posible una auténtica y radical reforma de la vida hasta hacernos uno con el amigo. Sostenerse en el cambio de la propia experiencia en la conversión permanente solo es posible con un aliento grande en el corazón que venga de arriba y que no sea sencillamente un impulso sino una presencia de amistad que sostiene en el camino.

En la oración Dios nos ama y nos trabaja lentamente. Su amistad nos cambia, nos transforma. En la oración no es tanto lo que nosotros vamos a entregar a Dios sino cuanto él nos va a comunicar y se nos va a entregar.

Ignacio de Loyola nos recuerda al final de los ejercicios, ponderando con mucho afecto, quiere decir recordamos con la cabeza pero Ignacio nos propone hacer una memoria agradecida desde el corazón, ponderando con afecto, gocemos haciendo memoria de todo el cariño que el Señor nos ha brindado a lo largo de la vida, tantos modos misteriosos a lo largo de nuestra existencia con los que Dios se ha hecho presente para mostrarnos un camino.

Este acto de ponderación sereno, memorioso, agradecido, que en la vida concreta pasa por el corazón, es necesario hacerlo sin apuros, como dice el mismo Ignacio, gustando interiormente las cosas en Dios, es un ejercicio que Ignacio plantea al final del camino de los ejercicios ignacianos. Un acto memorioso y agradecido para pedir a Dios que se acreciente su amor, para pedir que su amor siga obrando en nosotros, siga actuando en nuestra vida.

Por último quiero cerrar la catequesis de hoy en torno al camino de oración y de amistad con una perspectiva que en la vida de los grandes Maestros de la oración está siempre presente, las miradas en la oración.


Sólo un cruce de miradas

En cierta ocasión una mujer que participaba de encuentros matrimoniales confesó ante un grupo my pequeño, cuando mi marido me mira me siento mucho más importante y valiosa que cuando yo me miro a mi misma, siento en mí un potencial mucho mayor. Su marido agregó, cuando siento la mirada amorosa de mi mujer experimento una sensación de crecimiento interior que no me parece experimentar cuando me miro en el espejo.

Este hermoso testimonio de la vida esponsal nos puede ayudar para descubrir lo que ocurre cuando de cara a Dios lo contemplamos y dejamos que Dios contemple nuestra existencia y ponga nuestra mirada sobre nuestra vida.

No se trata de una experiencia insólita, de hecho Jean Barnier caracteriza el amor como lo que revela a alguien su propia belleza.

Cuando el encuentro de miradas en Dios es verdaderamente cierto, de nosotros sale lo mejor y Dios nos muestra lo que a veces nosotros no tenemos la capacidad de ver en nosotros, lo bello que está escondido dentro de nosotros que él mismo lo puso, él lo sembró y él mismo lo cuida.

En el reconocimiento que necesitamos a otra persona para que nos ayude a descubrir nuestra propia belleza hay una profunda intuición.

De vez en cuanto conviene dedicar un mayor tiempo a centrarse simplemente en la tierna y amorosa mirada de Dios, sólo saber que estamos bajo su mirada.

Todo cuanto brote, mis alegrías, mis deseos, mis éxitos, mis fracasos, mis sueños, mis planes, mis ansiedades, mis ocultos deseos, lo dejo fluir libremente confiándolo todo a ese saberme mirado y amado por Dios, aún lo que yo sé que me aparta de Dios, mi propio pecado, mi rebeldía, también allí dejar a Dios que mire.

La esencia de esta oración consiste en que Dios me mira con amor y gozo y se alegra de que yo esté allí y que yo me pueda alegrar mientras va pasando el tiempo de estar bajo su mirada de que él esté ahí.

San Agustín ora con mucha confianza, mírame para que pueda amarte, no tiene ninguna duda acerca de la serenidad de la mirada de Dios y de que sacará a la luz lo mejor de nosotros, el amor de Dios hace esto.

Cuántas personas se sienten solas, abandonadas, ignoradas, ni miradas ni escuchadas y sin nadie con quien compartir la vida. Tremenda ironía porque al mismo tiempo hay alguien que está a la puerta llamando, alguien que quiere entrar y compartir la comida como lugar de acogida, de encuentro. Así lo dice el texto del Apocalipsis (Capítulo 3 verso 20) mira que estoy a la puerta y llamo.

Tal vez para hacer este ejercicio nos puede ayudar algunos textos bíblicos por ejemplo el Salmo 139 Señor, tú me sondeas y me conoces, o el Salmo 80 Alumbra tu rostro Señor y nos salvaremos, o el Salmo 33 La mirada del Señor nos libra de la muerte.

Dios nos mira con una mirada personal, sólo desde su mirada amorosa podemos verdaderamente amar.

Si la oración es un lugar de intercambio de comunicación de amor y la iniciativa está en el que nos ama así como somos y como estamos, hay que dejarle a Él que tome la iniciativa y no tener vergüenza de permanecer bajo su mirada.

Rezaba el Cardenal Newman,

Seas quien seas, Dios se fija en ti de modo personal, te llama por tu nombre, te ve y te comprende tal como te hizo, sabe lo que hay en ti, conoce todos los pensamientos y sentimientos que te son propios, todas tus disposiciones y gustos, tu fuerza y tu debilidad. Te ve en tus días de alegrías y también en los de tristeza, se solidariza con tus esperanzas y tus tentaciones, se interesa por todas tus ansiedades y recuerdos, por todos tus altibajos, los de tu espíritu, él te rodea con sus cuidados y te lleva en sus brazos, él ve tu auténtico semblante, ya sea sonriente o cubierto de lágrimas, sano o enfermo, él vigila con ternura tus manos y tus pies, él oye tu voz, el latido de tu corazón y hasta tu respiración. Tú no te amas a ti mismo más de lo que él te ama.

La mirada es signo del conocimiento, sentir que este Señor nos conoce profundamente y esto nos da confianza.

(fuente: www.radiomaria.org.ar)

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