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sábado, 26 de enero de 2013

Ser felices: aspiración y meta

"Hay muchos que dicen: ¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz ha huido de nosotros? Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino." (Sal 4)


Búsqueda de la felicidad 

En la Sagrada Escritura encontramos páginas muy hermosas sobre la felicidad. La contemplan siempre en relación a Dios, que la ha sembrado en el corazón humano. En el pensamiento filosófico, el tema de la felicidad ha sido objeto de reflexión constante. Los grandes pensadores, en las diversas culturas, lo han situado en el centro de sus investigaciones acerca del fin de nuestra existencia. Algunos, como Aristóteles, Epicuro, Boecio, Schopenhauer, defendieron que el individuo puede controlar su propio destino y puede alcanzar la felicidad por su propio esfuerzo. Otros, en cambio, como Séneca, Tomás de Aquino, Tomás Moro, sostuvieron que la felicidad humana depende de muchas causas: la naturaleza, las condiciones sociales, la fortuna, Dios…

La pregunta del salmista no ha dejado de suscitar ecos a lo largo de los siglos, ni de recibir respuestas por parte de creyentes y no creyentes. En realidad, se trata de una búsqueda y de un interrogante fundamental para toda la humanidad. ¿Quién nos hará ver y encontrar la felicidad?

Todos los hombres sin excepción, afirmó Pascal, buscan ser felices. Este es el motivo de todas sus acciones. Su obrar está encaminado a buscar y aumentar la felicidad. Es algo que llena la vida humana, el gran envolvente de todo lo demás. Según Julián Marías, las cosas que buscamos, las que queremos, las que nos interpelan, por las que nos afanamos, todas tienen como trasfondo esa esquiva e improbable felicidad. Nos interesan en la medida en que contribuyen a ella. Por eso, “a lo que no renuncia el hombre es a ser feliz”.

¿De acuerdo o en desacuerdo?

Ningún hombre feliz ha perturbado nunca una reunión, ni predicado la guerra, ni linchado a un negro. Ninguna mujer feliz ha sido nunca regañona con su marido ni con sus hijos. Ningún hombre feliz cometió nunca un asesinato o un robo. Ningún patrono feliz ha metido miedo nunca a sus trabajadores. Todos los crímenes, todos los odios, todas las guerras, pueden reducirse a infelicidad (A. S. Neill).

La máxima felicidad para el mayor número de personas es el fundamento de la moral y de la ley (J. Bentham).

De todos los ideales políticos, el de hacer feliz a la gente es el más peligroso (Karl Popper).

La meta principal de la humanidad es ser feliz. Hallar la felicidad donde hay que encontrarla es la fuente de todo bien. En cambio, la fuente de todo mal está en encontrarla donde no se debe (Bossuet).

La felicidad consiste en conocer y amar lo bueno (Hugo de San Víctor).

Diferimos, en cambio, las personas en la determinación de la felicidad. Muchos la confunden con otras cosas: con bienestar, placer, gusto, goce, alegría, satisfacción, etc. Pero todos la desean y la buscan no como algo pasajero, sino permanente. Las señales e indicadores de una vida feliz son muchos. Importan especialmente: la aceptación de sí mismo, la gratitud, el don de ver el bien en todas las cosas, el crecer en confianza a pesar de las dificultades encontradas en experiencias pasadas, la coherencia con las propias responsabilidades y opciones realizadas, la generosidad y el amor gratuito.

El ser humano es un ser que estructuralmente tiende a la felicidad. Con frecuencia no la mira ni considera como un fin último, sino como una realidad puramente temporal, como un asunto personal en el que se juega el sentido o sinsentido del ser en la realidad del momento presente. Y siente vivamente que su realización humana tiene que pasar por la felicidad.

La vida humana aparece así concentrada en la felicidad. Es importante, pues, comprender y apreciar la realidad de la vida en toda su complejidad: personas, relaciones, acontecimientos, situaciones placenteras, dolorosas o rutinarias. Hay que intentar conocer los misterios, desafíos y oportunidades que ofrece. Y hay que aprender a gozar humanamente de la vida en todas sus múltiples facetas. Quizá, sobre todo, hay que aprender a amar, porque, como explica Fromm, el amor es la respuesta al problema de la existencia humana.

HAN DICHO:

Todos buscan ser felices. No hay excepción a esta regla. Aunque utilicen medios distintos, todos persiguen el mismo objetivo. Esta es la fuerza motriz de todas las acciones de todos los individuos, incluso de los que se quitan la vida (Pascal).

La gente busca la felicidad como un borracho busca su casa: no consigue encontrarla, pero sabe que existe (Voltaire).

La mayoría de la gente es feliz en la medida en que decide serlo (A. Lincoln)

Pregúntate si eres feliz y dejarás de serlo (J. Stuart Mill).

Hay una sola manera de ser feliz: no querer ignorar o rehuir el sufrimiento, sino aceptar la transformación que el mismo conlleva (H. de Lubac).


Manifiesto de la felicidad cristiana

Reflexionar sobre la felicidad significa detenerse en un aspecto muy importante de la crisis de nuestra época, que afecta tanto a la vida personal como a la sociedad; y que llega también a la crisis que la fe religiosa atraviesa en nuestro tiempo. El mensaje cristiano ofrece un tipo de felicidad nuevo: la buena noticia anunciada por Cristo y manifestada en él. Especialmente los cristianos estamos invitados a ver en el mensaje de Cristo una llamada a la felicidad. Si no se experimenta ese vínculo esencial entre religión y felicidad, se crea un vacío entre la vida vivida y la fe percibida.

El gran manifiesto de la felicidad cristiana lo proclamó Jesús en la montaña. Él explicó con detalle a los suyos cuál es y en qué consiste la verdadera felicidad. Las bienaventuranzas representan el proyecto ético y la propuesta de los valores más genuinamente cristianos. Pero son también manifestación de Dios y de su deseo de felicidad.

Las bienaventuranzas proclaman una felicidad que, a primera vista, muchos juzgarían como desgracia. En efecto, en la mentalidad corriente, a los pobres, los afligidos, los que lloran, a los que tienen hambre, se les juzga desafortunados e infelices. Sin embargo, Jesús proclama que son felices. Esta es la paradoja cristiana. Suponen un cambio de perspectiva y de estimación de muchos valores. Cuando Jesús las proclamó, tuvieron que causar estupor e irritación en muchos; hoy siguen siendo un mensaje sorprendente y difícil. Suponen una contraposición radical a valores y actitudes que presentan la sociedad y la cultura actual.

Las bienaventuranzas representan el corazón y el espíritu del evangelio, el corazón mismo de Jesús, el proyecto de Dios sobre la vida y la felicidad. Comprometen a la responsabilidad de buscar y construir, en la vida concreta, la felicidad a la que Dios llama. Y es importante que los cristianos lleguemos a comprender la razón de la felicidad que Jesús promete. Llama bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los perseguidos. Pero no proclama las bienaventuranzas de la pobreza y miseria, de la persecución o el sufrimiento. Jesús llama felices a pobres y afligidos, porque en la situación en que viven se manifiesta y descubre el amor de Dios; por la decisión de Dios de reinar en su favor; porque en ellos se realiza la salvación y la liberación. En realidad, las bienaventuranzas expresan las intenciones de Dios, sus verdaderas opciones: anuncian la presencia del Reino.

escrito por Eugenio Alburquerque Frutos 
(fuente: www.boletin-salesiano.com)

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