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lunes, 7 de enero de 2013

Perdonar, una exigencia del Evangelio

Jesús en este punto es, sencillamente, contundente. Frente a las ofensas que recibo de los demás, el Señor me invita a dar una respuesta que, lo confieso, me sacude por dentro: ¡perdona a tu hermano! No se trata de un consejito moral, que puedo seguir para andar por esta vida de buen rollito. No, la verdad, no siempre puedo estar haciendo el papel del tío “guay” de la partida. Frente a los problemas en mis relaciones con los “otros”, el Señor no me dice que “pase” sin más, como si nada hubiera ocurrido. Más bien se me pide que reconozca la ofensa recibida, en toda su dolorosa verdad, y que la perdone, imitando así a Jesús que continuamente me perdona y recibe.

 Ha sido tal la importancia que el Señor ha dado a este precepto del Evangelio, que lo ha equiparado nada más, y nada menos, que al perdón de mis pecados. Si yo no perdono, tampoco el Padre me perdonará a mí, y así lo enuncio cada vez que rezo la oración del Padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”


Siempre necesitamos perdonar

Pero, ¿qué dices?, me digo a mí mismo, ¡si yo no tengo nada que perdonar!,… Bueno, lo cierto es que a lo largo de la vida hemos ido arrastrando cadenas de resentimientos, de culpas, de resquemores, que nos paralizan y frenan nuestro caminar en Cristo. Y nos amargan por dentro. Nadie ha recibido todo el amor, la aceptación y el cariño que ha necesitado en la vida,… Padres, hermanos, familiares, amigos, compañeros de estudio o de trabajo, etc., en algún u otro momento nos han herido u ofendido, no nos han valorado suficientemente, ni apoyado siempre que los hemos necesitado. Algunos incluso, movidos por la envidia u otro sentimiento negativo, nos han hecho daño a posta, aunque la mayoría de las veces las ofensas son más fruto de la tensión y el roce que puede producirse entre las personas, que de una intención premeditada.


¿Qué significa perdonar?

Cuando hablamos del perdón a las ofensas, es conveniente clarificar que el acto de perdonar es, fundamentalmente, una decisión de fe que tomo en respuesta a la invitación de Jesús, y por mi propia sanación interior. Y quiero recalcar que se trata de una decisión, no de un sentimiento o una emoción. Sobre emociones/sentimientos no siempre puedo ejercer el suficiente control. Quizás cuando recuerde la ofensa que me han hecho, siga experimentando esa herida interior: rabia, decepción, tristeza, etc. y, con frecuencia, no está en mí mano evitar sentir eso. Pero decidir, en sí mismo, es un acto libre de la voluntad; independientemente de mis sentimientos, puedo optar, en el nombre de Jesús, por perdonar a esa persona que me ha herido y me ha tratado sin amor.

Muchas personas tienen dificultades para seguir este precepto del Evangelio. Cuando, por ejemplo, les hablo a los alumnos de este tema – todos los años lo hago – por lo general se rebotan conmigo, porque creen, entre otras cosas, que perdonar es una especie de injusticia que genera una situación de impunidad frente al mal cometido. Creemos que es un deber cristiano, y de nuestra propia autoestima, exigir la justa reparación del mal que se nos ha hecho. Sin embargo, no debemos olvidar que lo propio del perdón es su gratuidad, y no podemos pasarnos la vida esperando que esa persona reconozca, por fin, que nos ha hecho daño, para poder liberarnos nosotros mismos de la cadena del resentimiento.

Además, no siempre es posible la reparación del mal cometido porque ello depende de muchos factores, circunstancias de tiempo, lugar, etc. Así, por ejemplo, no podemos obligar a la otra persona a que tome conciencia del mal que nos ha hecho, y que quiera, según el caso, dialogar. En una situación ideal, cuando alguien nos pide que le perdonemos una ofensa, es, para un cristiano, un verdadero festín de alegría, que nos da la oportunidad de amar a esa persona y de reconciliarnos con ella directamente. Empero, repetimos, esta situación ideal no siempre es posible, porque tienen que coincidir dos voluntades y dos libertades, y debemos ser respetuosos de la voluntad y la libertad del otro como persona.

¿Cómo podemos perdonar?A lo largo de estos años he aprendido que la mejor forma de perdonar las ofensas, especialmente cuando no es posible el diálogo, es en la oración personal. Una forma para hacerlo que a mí me ha ayudado es la siguiente:

1. Tomar conciencia de la presencia viva del Señor dentro de nosotros, en lo más profundo de nuestro corazón.

2. Reconocer las ofensas que hemos recibido, las heridas que nos han causado, las injusticias que hemos podido padecer en cualquier circunstancia de nuestra vida.

3. Perdonar, en forma específica, las ofensas recibidas. Hacerlo, como nos enseña el propio Evangelio, en el nombre de Jesús: “Yo, en el nombre de Jesús, perdono a X persona por haber hecho, dicho, o dejado de hacer…., lo cual me hirió y me ofendió, pero yo en el santo nombre de Jesús, decido en fe perdonarlo”.

4. Es conveniente pedirle al Señor bendiciones para la persona que nos ha ofendido, como una forma de identificarnos profundamente con Dios, que ama a esa persona y quiere lo mejor para ella.

5. Terminamos dando las gracias por haber recibido el don de perdonar a esa persona, y por las bendiciones que el Señor ha derramado en la oración.


Los frutos del perdón

Los frutos que genera el perdón son, lo digo por experiencia, sencillamente, preciosos: una paz muy profunda, una alegría interior que nadie nos puede quitar, una nueva libertad para amar y entregarnos sin temor. Además, crecemos en autoestima personal, porque aprendemos a ser honestos con nosotros mismos, y a amar incluso a aquellos que no nos aman, ¡qué gran libertad! Es por eso que algunos afirman, que el principal beneficiado del perdón es la persona misma que lo otorga, la cual queda liberada y sanada de ese sentimiento que de alguna manera generaba dolor y tristeza en su corazón.

Que el Señor Jesús nos conceda a todos la gracia, y la valentía, de saber perdonar a los demás.

(fuente: librosyvideoscristianos.blogspot.com.ar)

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