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miércoles, 30 de enero de 2013

El mensaje profético de San Juan Bosco educador

La situación juvenil del mundo actual —al siglo de la muerte del Santo— es muy distinta y, como saben educadores y Pastores, presenta condiciones y aspectos multiformes. Sin embargo, también hoy perduran los mismos interrogantes que el sacerdote Juan Bosco meditaba desde el principio de su ministerio, deseoso de entender y decidido a actuar: ¿Quiénes son los jóvenes, qué desean, hacia dónde van, qué es lo que necesitan? Entonces como hoy son preguntas difíciles, pero ineludibles, que todo educador debe afrontar.

No faltan hoy día, entre los jóvenes de todo el mundo, grupos auténticamente sensibles a los valores del espíritu, deseosos de ayuda y apoyo en !a maduración de su personalidad. Por otro lado, es evidente que la juventud está sometida a impulsos y condicionamientos negativos, fruto de visiones ideológicas diversas. El educador atento debe saber captar la condición juvenil concreta e intervenir con competencia segura y sabiduría clarividente En ello debe sentirse apremiado, iluminado y sostenido por la incomparable tradición educadora de la Iglesia.

La Iglesia, "experta en humanidad", consciente de que es el pueblo cuyo padre y educador es Dios, según explícita enseñanza de la Sagrada Escritura (cf. Dt 1, 31; 8, 5; 32, 10-12; Os 11, 1-4; ls 1, 3; Jer 3, 14-15; Prov 3, 11-12; Heb 12, 5-11; Ap 3, 19),la Iglesia —repito— "experta en humanidad" puede afirmar con todo derecho que es también "experta en educación". Lo atestigua la larga y gloriosa historia bimilenaria escrita por padres y familias, sacerdotes y seglares, hombres y mujeres, instituciones religiosas y movimientos eclesiales, que en el servicio de la educación han vivido su carisma de prolongar la educación divina, cuya cumbre es Cristo. Gracias a la labor de tantos educadores y Pastores, y de numerosas órdenes e institutos religiosos promotores de instituciones de inestimable valor humano y cultural, la historia de la Iglesia se identifica, en parte no pequeña, con la historia de la educación de los pueblos. Verdaderamente, para la Iglesia —como dijo el Concilio Vaticano II— interesarse por la educación es cumplir el "mandato recibido de su divino Fundador, a saber, anunciar a todos los hombres el misterio de la salvación e instaurar todas las cosas en Cristo" .

Hablando de la labor de los religiosos y haciendo ver su espíritu emprendedor, el Papa Pablo VI, de venerable memoria, afirmaba que su apostolado "está frecuentemente marcado por una originalidad y una imaginación que suscitan admiración" . En cuanto a San Juan Bosco, fundador de una gran familia espiritual, puede decirse que el rasgo peculiar de su creatividad se vincula a la praxis educadora que llamó "sistema preventivo". Este representa, en cierto modo, la síntesis de la sabiduría pedagógica y constituye el mensaje profético que legó a los suyos y a toda la Iglesia, y que ha merecido la atención y el reconocimiento de numerosos educadores y estudiosos de pedagogía.

La palabra "preventivo" que emplea, hay que tomarla, más que en su acepción lingüística estricta, en la riqueza de las características peculiares del arte de educar del Santo. Ante todo, es preciso recordar la voluntad de prevenir la aparición de experiencias negativas, que podrían comprometer las energías del joven u obligarle a largos y penosos esfuerzos de recuperación. No obstante, en dicha palabra se significan también, vividas con intensidad peculiar, intuiciones profundas, opciones precisas y criterios metodológicos concretos; por ejemplo: el arte de educar en positivo, proponiendo el bien en vivencias adecuadas y envolventes, capaces de atraer por su nobleza y hermosura, el arte de hacer que los jóvenes crezcan desde dentro, apoyándose en su libertad interior, venciendo condicionamientos y formalismos exteriores; el arte de ganar el corazón de los jóvenes, de modo que caminen con alegría y satisfacción hacia el bien, corrigiendo desviaciones y preparándose para el mañana por medio de una sólida formación de su carácter.

Como es obvio, tal mensaje pedagógico supone que el educador esté convencido de que en todo joven, por marginado o perdido que se encuentre, hay energías de bien que si se cultivan de modo pertinente, pueden llevarle a optar por la fe y la honradez.

Conviene, por tanto, detenerse a reflexionar brevemente en lo que, por resonancia providencial de la Palabra de Dios, constituye uno de los aspectos más característicos de la pedagogía del Santo.

Hombre de actividad multiforme e incansable, Don Bosco ofrece, con su vida, la enseñanza más eficaz, tanto que ya sus contemporáneos lo vieron como educador eminente. Las pocas páginas que dedicó a presentar su experiencia pedagógica , cobran pleno significado únicamente si se leen dentro de la larga y rica experiencia que adquirió viviendo en medio de los jóvenes.

Para él, educar lleva consigo una actitud especial del educador y un conjunto de procedimientos, basados en convicciones de razón y de fe que guían la labor pedagógica. En el centro de su visión está la "caridad pastoral", que describe así: "La práctica de este sistema se basa totalmente en la idea de San Pablo: 'la caridad es benigna y paciente, todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo'" . Tal caridad pastoral inclina a amar al joven, sea cual fuere la situación en que se halla, con objeto de llevarlo a la plenitud de humanidad revelada en Cristo y darle la conciencia y posibilidad de vivir como ciudadano ejemplar en cuanto hijo de Dios. Tal caridad hace intuir y alimenta las energías que el Santo sintetiza en el ya célebre trinomio de la fórmula: "razón, religión y amor" .

El término "razón" destaca, según !a visión auténtica del humanismo cristiano, el valor de la persona, de la conciencia, de la naturaleza humana, de la cultura, del mundo del trabajo y del vivir social, o sea, el amplio cuadro de valores que es como el equipo que necesita el hombre en su vida familiar, civil y política. En la Encíclica Redemptor hominis recordé que "Jesucristo es el camino principal de la Iglesia; dicho camino lleva de Cristo al hombre" .

Es significativo señalar que ya hace más de un siglo Don Bosco daba mucha importancia a los aspectos humanos y a la condición histórica del individuo: a su libertad, a su preparación para la vida y para una profesión, a la asunción de las responsabilidades civiles en clima de alegría y de generoso servicio al prójimo. Formulaba tales objetivos con palabras incisivas y sencillas, tales como "alegría", "estudio", "piedad", "'cordura", "trabajo", "humanidad". Su ideal de educación se caracteriza por la moderación y el realismo. En su propuesta pedagógica hay una unión bien lograda entre permanencia de lo esencial y contingencia de lo histórico, entre lo tradicional y lo nuevo. El Santo ofrece a los jóvenes un programa sencillo y contemporáneamente serio, sintetizado en fórmula acertada y sugerente: ser ciudadano ejemplar, porque se es buen cristiano.

Resumiendo, la "razón", en la que Don Bosco cree como don de Dios y quehacer indeclinable del educador, señala los valores del bien, los objetivos que hay que alcanzar y los medios y modos que hay que emplear. La "razón" invita a los jóvenes a una relación de participación en los valores captados y compartidos. La define también como "racionalidad", por la cabida que debe tener la comprensión, el diálogo y la paciencia inalterable en que se realiza el nada fácil ejercicio de la racionalidad.

Por esto, evidentemente, supone hay la visión de una antropología actualizada y completa, libre de reducciones ideológicas. El educador moderno debe saber leer con atención los signos de los tiempos, a fin de individuar los valores emergentes que atraen a los jóvenes: la paz, la libertad, la justicia, la comunión y participación, la promoción de la mujer, la solidaridad, el desarrollo, las necesidades ecológicas.

El segundo término —"religión"— indica que la pedagogía de Don Bosco es, por naturaleza, trascendente, en cuanto que el objetivo último de su educación es formar al creyente. Para él, el hombre formado y maduro es el ciudadano que tiene fe, pone en el centro de su vida el ideal del hombre nuevo proclamado por Jesucristo y testimonia sin respeto humano sus convicciones religiosas.

Así, pues, no se trata de una religión especulativa y abstracta, sino de una fe viva, insertada en la realidad, forjada de presencia y comunión, de escucha y docilidad a la gracia. Como solía decir, los "pilares del edificio de la educación" son la Eucaristía y la Penitencia, la devoción a la Santísima Virgen, el amor a la Iglesia y a sus Pastores. Su educación es un itinerario de oración, de liturgia, de vida sacramental, de dirección espiritual: para algunos, respuesta a la vocación de consagración especial —¡cuántos sacerdotes y religiosos se formaron en las casas del Santo!—, y para todos, la perspectiva y el logro de la santidad.

Don Bosco es el sacerdote celoso que refiere siempre al fundamento revelado cuanto recibe, vive y da.

Este aspecto de trascendencia religiosa, base del método pedagógico de Don Bosco, no sólo puede aplicarse a todas las culturas; puede también adaptarse provechosamente a las religiones no cristianas.

En fin, desde el punto de vista metodológico, el "amor". Se trata de una actitud cotidiana, que no es simple amor humano ni sólo caridad sobrenatural. Denota una realidad compleja e implica disponibilidad, criterios sanos y comportamientos adecuados.

El amor se traduce a dedicación del educador como persona totalmente entregada al bien de los educandos, estando con ellos, dispuesta a afrontar sacrificios y fatigas por cumplir su misión. Ello requiere estar verdaderamente a disposición de los jóvenes, profunda concordancia de sentimientos y capacidad de diálogo. Es típica y sumamente iluminadora su expresión: "Aquí, con vosotros, me encuentro a gusto; mi vida es precisamente estar con vosotros" . Con acertada intuición dice de modo explícito: Lo importante es "no sólo querer a los jóvenes, sino que se den cuenta de que son amados” .

El educador auténtico, pues, participa en la vida de los jóvenes, se interesa por sus problemas, procura entender cómo ven ellos las cosas, toma parte en sus actividades deportivas y culturales, en sus conversaciones; como amigo maduro y responsable, ofrece caminos y metas de bien, está pronto a intervenir para esclarecer problemas, indicar criterios y corregir con prudencia y amable firmeza valoraciones y comportamientos censurables. En tal clima de "presencia pedagógica" el educador no es visto como "superior", sino como "padre, hermano y amigo".

En esta perspectiva, son muy importantes las relaciones personales. Don Bosco se complacía en utilizar el término "familiaridad" para definir cómo tenía que ser el trato entre educadores y jóvenes. Su larga experiencia le había llevado a la convicción de que sin familiaridad es imposible demostrar el amor, y que sin tal demostración no puede surgir la confianza, condición imprescindible para el buen resultado de la educación. El cuadro de objetivos, el programa y la orientación metodológicas sólo adquieren concreción y eficacia, si llevan el sello de un "espíritu de familia" transparente, o sea, si se viven en ambientes serenos, llenos de alegría y estimulantes.

A propósito de esto conviene recordar, por lo menos, el amplio espacio y dignidad que daba el Santo al aspecto recreativo, al deporte, a la música y al teatro o —como solía decir— al patio. Aquí, en la "espontaneidad y alegría de las relaciones, es donde el educador perspicaz encuentra modos concretos de intervención, tan rápidos en la expresión como eficaces por la continuidad y el clima de amistad en que se realizan . El trato, para ser educativo, requiere interés continuo y profundo, que lleve a conocer personalmente a cada uno y, simultáneamente, los elementos de la condición cultural que es común a todos. Se trata de una inteligente y afectuosa atención a las aspiraciones, a los juicios de valor, a los condicionamientos, a las situaciones de vida, a los modelos ambientales, y a las tensiones, reivindicaciones y propuestas colectivas. Se trata de comprender la necesidad urgente de formar la conciencia y el sentido familiar, social y político, de madurar en el amor y en la visión cristiana de la sexualidad, de la capacidad crítica y de la conveniente ductilidad en el desarrollo de la edad y de la mentalidad, teniendo siempre muy claro que la juventud no es sólo momento de paso, sino tiempo real de gracia en que construir la personalidad.

También hoy, aunque el contexto cultural diverso y hasta con jóvenes de religión no cristiana, tal característica constituye uno de los muchos aspectos válidos y originales de la pedagogía de Don Bosco.

Quiero, pues, hacer ver que tales criterios pedagógicos no se refieren sólo al pasado: la figura de este Santo, amigo de los jóvenes, sigue atrayendo con su hechizo a la juventud de las culturas más diferentes en todas las partes de la tierra. Es cierto que su mensaje requiere aún ser profundizado, adaptado, renovado con inteligencia y valentía, precisamente porque han cambiado los contextos socio-culturales, eclesiales y pastorales; convendrá tener en cuenta las aperturas y los logros obtenidos en muchos campos, los signos de los tiempos y las indicaciones del Concilio Vaticano II. No obstante, la sustancia de su enseñanza permanece, y la peculiaridad de su espíritu, sus intuiciones, su estilo y su carisma no pierden valor, pues se inspiran en la pedagogía transcendente de Dios.

San Juan Bosco es también actual por otro motivo: enseña a integrar los valores permanentes de la tradición con las soluciones nuevas, para afrontar con creatividad las demandas y los problemas emergentes: en estos nuestros difíciles tiempos continúa siendo maestro, poniendo una educación nueva, contemporáneamente creativa y fiel.

"Don Bosco retorna", dice un canto tradicional de la familia salesiana. Manifiesta el deseo y la esperanza de "una vuelta de Don Bosco" y de "una vuelta a Don Bosco", para ser educadores capaces de una fidelidad antigua, pero atentos, como él, a las mil necesidades de los jóvenes de hoy, a fin de hallar en su herencia las premisas para responder también a sus dificultades y a sus expectativas.

fragmento de la carta Apostólica IUVENUM PATRIS 
escrita por Juan Pablo II en el centenario de la muerte de San Juan Bosco
(fuente: www.donbosco.org.ar)

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