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lunes, 14 de octubre de 2013

¡No soporto mis papás!

Es la constante queja de Angélica, quien a sus 15 años mantiene una discusión acalorada con sus papás desde hace varios meses. Esto se hace peor cada que llega el fin de semana: “¡Odio que mi mamá desconfíe tanto de mi, y lo peor es que mi papá se queda callado, no hace nada y termina dándole siempre la razón a ella”… “en cambio a mis hermanos, ¡nadie les dice nada!”, “Me quieren tratar como si tuviera 10 años… es que ni siquiera, porque a esa edad tenía más libertad!”

¿Te parece familiar esta situación?, ¿Has sentido lo mismo que Angélica?

Muchas veces al llegar a la adolescencia lo primero que se pone en duda es el amor de los padres. Pensamos que la confianza se ha perdido, que se oponen a nuestra libertad y a que nos divirtamos, que siempre están pensando cosas malas de nosotros, que nuestros papás son los peores que hay en el mundo y que ojalá fueran más parecidos a los de este o aquella amiga. Angélica por su parte no los soporta y siempre termina diciendo cosas que luego lamenta, pero nunca ha buscado la oportunidad de limar asperezas y entender lo que ocurre para poder cambiarlo.

Hoy me dirigiré a Angélica y a ti pensando en lo que hubiera querido hacer cuando era un adolescente. Recuerdo muy bien aquella etapa de mi vida. Aún no soy papá, pero como terapeuta me pongo en los zapatos de los padres y de sus hijos y he ido entendiendo la manera en que se relacionan.

Puedo decir que todas las familias se enfrentan en determinado momento a esta situación, pero la diferencia entre las que encuentran una solución y las que no, radica en su manera de ver el problema y de aplicar algunas estrategias que cambian las ideas equivocadas que nos hacemos de los demás y que son las que nos impiden lograr un cambio.

Hoy les compartiré algunas claves para mejorar la relación con sus padres y lograr la satisfacción y el vínculo necesario para superar todos los retos que supone el crecer. Las he recogido en mi trabajo con las familias y durante los talleres de Protege tu Corazón. Muchas de estas claves fueron muy importantes para superar algunos de los retos que me encontré en mi adolescencia, han funcionado a muchos adolescentes y seguramente tu ya aplicas algunas de ellas. Compártelas con tus papás y hermanos y tendrán interesantes discusiones que les ayudarán a fortalecer sus relaciones y entender el porqué de sus maneras de actuar.

1. Piensa en el por qué los hijos somos tan duros con los papás

Muchas veces sin darnos cuenta juzgamos de una manera muy fuerte a nuestros padres. Recuerdo que cuando estaba en el colegio pensaba que mis papás eran los más exigentes e intensos del mundo. Por supuesto que la realidad era muy distinta, pero a pesar de esto yo insistía en que me habían tocado los peores. Ahora que estoy casado y que mi mamá ha partido al Cielo, he entendido que mis papás simplemente me exigieron según mis capacidades, me cuidaron como su más preciado tesoro y desearon siempre lo mejor para mi. Vale la pena pensar en esta frase de Enrique Jardiel, escritor español: “Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre”. Es cierto que pueden cometer muchos errores y hacer cosas a las que no les encontramos el sentido, pero he entendido, gracias a muchas familias, que cuando los hijos son pacientes y respetan a sus papás, estos son a su vez más comprensivos, amorosos y permiten un ambiente de mayor confianza.

2. No pienses “esto solo me pasa a mi”

Hipergeneralizar no hace bien a la relación. Esto pasa incluso a muchas parejas que no buscan una solución definitiva a sus problemas porque piensan que son los únicos a quienes les pasa y terminan enfrascándose en pequeñas dificultades que se vuelven tremendas crisis. Habla con tus amigos y amigas y verás que, por lo general, las crisis con los papás en la adolescencia son más comunes de lo que uno se imagina. Una vez entiendas que estas discusiones son comunes y que hacen parte de un proceso necesario para tu madurez y la de tu familia verás que no serán tan desesperantes y asumirás estos retos con mayor optimismo.

3. Piensa al preguntar: “¿Es que no confías en mí?”

Esta es una de las quejas más comunes de los adolescentes hacia sus padres.: “Mami, ¿por qué no me dejas hasta más tarde?, ¿es que confías en mi? Yo te haría esta pregunta: ¿Confías tanto en ti mismo como para ponerte en riesgo de esa manera? Esta bien confiar en que somos capaces de manejar situaciones difíciles o riesgosas, ¿pero hasta qué punto? Nuestros papás no son tontos y reconocen los riesgos que enfrentamos en la calle, en las fiestas, en las unidades residenciales o en los centros comerciales. El hecho de que estén en casa o trabajando la mayor parte del tiempo, no quiere decir que no sepan qué es lo que pasa afuera. No lo olvides: También fueron jóvenes y seguramente tuvieron presiones similares a las que hoy en día tú enfrentas. ¡Claro que nuestros papás confían en nosotros!, pero también nos conocen, conocen nuestras debilidades y es su responsabilidad cuidarnos y ponernos límites.

4. De vez en cuando, ponte en sus zapatos

He tratado de ponerme en el lugar de los papás una noche de sábado con sus hijos en la calle… ¡no es fácil! Es inevitable pensar en mis papás con 3 de sus 8 hijos en plena adolescencia, luchando contra el sueño para no quedarse dormidos, viendo una película, haciendo tiempo hasta que llegue la hora de ir a recogerte o preparados por si algo sucede. Es muy fácil para nosotros como hijos decir: “¡relájense, nada va a pasar!… ¿pero y ellos? Piensa en esto y responde sinceramente en tu corazón: Si tuvieras hoy un hijo adolescente, ¿serías acaso menos exigente que tus papás?, ¿lo dejarías más tiempo solo o te preocuparías menos por sus amigos?

¡No nos engañemos! Estamos en una sociedad que como todas, tiene riesgos de los que nos quieren salvar nuestros padres. Estos riesgos están en las pantallas, en la calle, en el colegio… ¡en todas partes! La solución no está en la sobreprotección, pero tampoco en negar la realidad y pretender que sean unos despreocupados.

5. No los castigues. Y menos con el afecto

Es posible que tus papás también lo hagan y que en los momentos de mayor necesidad afectiva seamos más distantes. Es una tendencia de los seres humanos, esa de ocultar nuestros verdaderos sentimientos seguramente por un miedo a que nos lastimen o sencillamente por orgullo. En la familia actual, los padres hacen un gran esfuerzo en que no nos falte nada y sin darse cuenta terminan sacrificando el tiempo compartido en pareja y con los hijos. No parece justo que después de trabajar todo el día, lleguen a la casa y encuentren en nosotros una actitud fría, aislada y rencorosa… como si no nos afectara lo que les pase. Creo que esta mala costumbre de castigarlos con el afecto, se debe precisamente a que crecimos siendo el centro del hogar y no nos hemos detenido a pensar en las necesidades emocionales que ellos tienen. No puedo evitar contarles una anécdota personal que ocurrió poco antes de que me casara. A pesar de que somos 8 hermanos, en mi casa nunca faltó un regalo para cada uno de nosotros en la época navideña. Mis papás se esmeraban en comprar cualquier detalle para sorprendernos en la noche del 24 de diciembre. Mi mamá planeaba con mucho tiempo el qué regalarnos, averiguaba lo que necesitábamos y tenía el don de dar siempre en el clavo. Aun cuando la mayoría de nosotros éramos ya universitarios y trabajábamos, siempre encontramos algo bajo la almohada. Sin embargo no fueron pocas las veces en que olvidamos comprar algo para ella y a pesar de que no lo reclamó nunca, naturalmente esperaba algo de cualquiera de sus 8 hijos y de su esposo.

Los hijos somos egoístas, creemos que todo lo merecemos y que nada debemos. Pensamos que después podremos reivindicarnos y retribuirles todo lo que nos han dado… la oportunidad es ahora, porque es probable que el mañana no llegue. Después de esa navidad, a mi mamá le diagnosticaron un cáncer. Fue la última navidad que vivió sana y no recibió regalo de navidad. No puedo dejar de sentir vergüenza al admitir esto, pero en el momento de su muerte solo vinieron a mi mente los millones de recuerdos gratos y el agradecimiento infinito hacia ella y hacia su enorme corazón. Ella partió al Cielo ligera de equipaje, sin reclamos ni rencores pero yo daría lo que fuera por poder darle un regalito de navidad. Ahora solo puedo luchar por actuar como un digno hijo suyo, regir mi vida bajo los principios que me enseñó con su ejemplo y ser un padre de familia y esposo intachable. Sé que desde el Cielo ella no piensa en el regalo que no recibió y sinceramente yo tampoco, pues sentí de su parte siempre perdón y comprensión.

“Si ahora que puedes no quieres, luego querrás y no podrás”. Este es el momento para hacer las cosas que no te provoca hacer porque la relación no marcha muy bien. Es el momento para pedir perdón por las palabras hirientes y volver a empezar.

6. Comparte estos 10 regalos con ellos

En "Protege tu corazón" proponemos esta lista de 10 regalos gratis que sin duda fortalecerán tu relación con ellos. No olvides que una relación satisfactoria con tus papás es además una relación de confianza en la que podrás disfrutar de tu libertad responsable en un ambiente seguro y rico para el corazón.

1. El regalo de ESCUCHAR: con atención, sin interrumpir, sin planear respuestas. Solo escuchar.
2. El regalo del AFECTO: sé generoso con tus abrazos, besos… Demuestra tu amor con pequeños detalles.
3. El regalo de una NOTA: sorpréndelos con un “eres muy especial” o “me hiciste falta”.
4. El regalo de una SONRISA: recorta una caricatura, guarda un artículo ingenioso, anota los mejores chistes. Es como decir: “Yo vivo para reírme contigo”.
5. El regalo de un ELOGIO: un simple “que comida más rica, ¡gracias!”, o “ese trabajo te quedó buenísimo”, son de gran valor.
6. El regalo de un FAVOR: lavar los platos, contestar el teléfono, sacar el perro, cuidar un hermanito…
7. El regalo de ESTAR SOLO: aprende a captar momentos en que los demás necesitan estar solos.
8. El regalo de una ACTITUD ALEGRE: trata de animarte y animar a los demás.
9. El regalo de un JUEGO: participar en el juego favorito de otros. Aunque pierdas, ganarás.
10. El regalo de UNA ORACIÓN: Es como decirle al otro: “eres tan especial que hablo con Dios sobre ti”.

escrito por Carlos Santiago Cano
Terapeuta familiar
(fuente: www.protegetucorazon.com)

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