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jueves, 15 de mayo de 2014

"He venido para que tengan luz"

14/05/2014 - En el evangelio, hoy Jesús se presenta como la luz del mundo que viene a acabar con las tinieblas. Su luminosidad también se hace presente a través de muchos hombres y mujeres que son reflejo de esa luz de Dios.

Jesús clamó diciendo: “El que cree en Mí, no cree en Mí, sino en Aquel que me envió; y el que me ve, ve al que me envió. Yo la luz, he venido al mundo para que todo el que cree en Mí no quede en tinieblas. Si alguno oye mis palabras y nos las observa, Yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo. El que me rechaza y no acepta mi palabra, ya tiene quien lo juzgará: la palabra que Yo he hablado, ella será la que lo condenará, en el último día. Porque Yo no he hablado por Mí mismo, sino que el Padre, que me envió, me prescribió lo que debo decir y enseñar; y sé que su precepto es vida eterna. Lo que Yo digo,, lo digo como el Padre me lo ha dicho”. (Jn 12, 44-50)


Entre luces y sombras

Estamos ante el epílogo de la vida pública de Jesús: es el último fragmento del «libro de los signos» de Juan. El propio Jesús dirige una clara y definitiva llamada a todos los discípulos para que orienten su propia vida en lo esencial con una adhesión convencida y vital a su Palabra.

Recuerda Cristo que el objeto de la fe reposa en el Padre, que ha enviado a su propio Hijo al mundo. Entre el Padre y el Hijo hay una vida de comunión y de unidad, por lo que «el que crea» en el Hijo cree en el Padre, y «el que ve» al Hijo ve al Padre. Existe una plena identidad entre el «creer» en Jesús y el «ver» a Jesús, entre el «creer» en el Padre y el «ver» al Padre. Para el evangelista, nos encontramos frente a un ver sobrenatural que experimenta el que acoge la Palabra del Hijo de Dios y la vive. Cristo, es decir, la plena revelación de Dios, es el «rostro» de Dios hecho visible. Quien se adhiere a Él reconoce y acepta el amor del Padre.

Desde el Padre y el Hijo, pasa Juan a considerar «el mundo» en el que viven los hombres. Quien tiene fe en Jesús entra en la vida y en la luz. Ahora bien, la necesidad de creer en el Hijo y en su misión está motivada por el hecho de que Él es «la luz del mundo» (Jn 8,12; 9,5; 12,35s). Quien acoge la luz de la vida escapa de las tinieblas de la muerte, de la incomprensión y del pecado, y se salva a sí mismo de la situación de ceguera en la que con frecuencia se encuentra el hombre. En efecto, el verdadero discípulo es el que cree, guarda en su corazón y pone en práctica las palabras de Jesús. Por el contrario, el que no cree permanece en las tinieblas.

Muchas veces decimos "tal persona me trae luz", "fulanito me transmite luz". El Papa Francisco al comienzo de su pontificado y haciéndose eco de lo que había dicho en las reuniones de las congregaciones previas al Cónclave, hablaba de la luminosidad de la Iglesia como misterio de la luna. La luna que no tiene luz propia sino que es reflejo del sol. Cuando nosotros encontramos gente que vemos que en su mirada, su sonrisa y en su acititud nos ofrece ese panorama de luminosidad y claridad, es un reflejo de la luz de Cristo.

Sería bueno reconocer esas luces que se encienden alrededor nuestro que nos ponene en un escenario de transparencia y nos permiten mirar hacia adelante y ampliarla mucho más lejos de nuestra mirada miope. Son las personas que nos poneen de cara a lo importante, que nos liberan de la urgencia, que no nos sacan del presente pero que nos hacen mirar un poco más allá. Presencias luminosas en el camino que nos invitan a reconocer el rostro luminoso de Jesús escondido en las cosas de todos los días. Tineen nombre y apellido, son personas que verdaderamente nos regalan luz. Como esos padres que dicen que sus hijos "son la luz de mis ojos", como amigos, hermanos de comunidad, referentes sociales y dicemos "tal persona me trae una luz nueva".


Andar en tinieblas es vivir sin un propósito

El que anda en en tinieblas “no sabe a donde va” (Juan 12:35). Vivimos sin un propósito claro cuando nos faltan objetivos, un sueño o cuando nos falta un ideal. En la Exhortación Pastoral Evangelio Gaudium se advierte de alguna esta sombra en los agentes pastorales. Cuando dejo de ser testigo de la luz nos encontramos con situaciones oscuras que no nos dejan transmitir el gozo del evangelio. Ahí afirma el Papa Francisco: “Hoy se puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad. Al mismo tiempo, la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora" Sería como si la luz que hay en nosotros no fuera parte de nuestra identidad y tuvieramos que traerla de otro lado, como si enchufarnos a Cristo sólo fuera un cargar el tanque de nafta para seguir.

El Señor nos quiere comprometidos en el mundo con pasión por evangelizar. Por eso a la búsqueda de quienes traen luz tenemos que encontrarnos con personas que son estables en su luminosidad y no sólo chispasos. Esa estabilidad en lo emocional, en el compromiso y en el trabajo de todos los días que nos ofrecen claridad. Continua el Papa Francisco diciendo que"así, pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí."

"La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia y un cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. Se produce entonces un círculo vicioso, porque así no son felices con lo que son y con lo que hacen, no se sienten identificados con su misión evangelizadora, y esto debilita la entrega. Terminan ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás. Así, las tareas evangelizadoras se vuelven forzadas y se dedican a ellas pocos esfuerzos y un tiempo muy limitado.

Se desarrolla en los agentes pastorales, más allá del estilo espiritual o la línea de pensamiento que puedan tener, un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!" EG 78 ,79, 80.


No aborrecer a los hermanos vivir para los demás

“El que dice que está en luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas” (1 Juan 2:9)

El Papa Francisco dice que “cuando más necesitamos un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre”. Es como tomar distancia del compromiso de ser testigos... No se puede ocultar una luz, sino que se la pone en lo alto para que se vea.

“Hoy se ha vuelto muy difícil, por ejemplo, conseguir catequistas capacitados para las parroquias y que perseveren en la tarea durante varios años. Pero algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo personal. Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante” EG 81

El Señor nos quiere como luz y para eso nos invita a la maravillosa cultura del encuentro, donde con los otros se potencia nuestro ser misionero y nos hacemos luz para el mundo.


Vivir en la luz comprometerse en el amor

Hay personas que son luminosas, y como dice Francisco, tienen la capacidad de la luna de iluminar en la noche porque reflejan los rayos del sol. La presencia del sol que es Cristo, hace que la Iglesia no brille por sí misma sino como reflejo de Dios. Hay muchos hermanos nuestros que en su mirar más allá de lo urgente, su presencia clara, su mirada trascendente, su amor hecho gestos y su confianza en Dios nos transmiten algo del brillo del cielo.

Cristo como Luz del mundo sigue dividiendo a la humanidad. También hay hoy quien prefiere la oscuridad y las sombras para actuar, ya que la luz compromete y pone al descubierto lo que hay en el corazón.

Ser hijos de la luz supone caminar en la verdad y sin trampas, caminar en el amor sin odios ni rencores, el que ama al hermano permanece en la luz 1 Jn 2,10.

Cuando en la noche de la vigilia pascual entramos con los cirios encendidos cantando “esta es la luz de Cristo” anunciamos que el amor había triunfado en nuestras vidas y nos comprometíamos a luchar para que ese amor permanezca vivo invitándonos a ser participes en la construcción de la civilización del amor.


Construir la Civilización del amor (1)

La Civilización del Amor es una propuesta total. Es un proyecto de vida que implica todos los ámbitos de la existencia: la familia, las relaciones personales, la vivencia de fe, la comunidad eclesial, el compromiso sociopolítico, el trabajo, el tiempo libre, la ciencia, el arte, la cultura... y da un sentido y una plenitud nuevos a quienes dedican su vida para hacer realidad este sueño de Dios.

La Civilización del Amor es un compromiso. Exige un esfuerzo decidido y organizado: “el Reino de los Cielos está en tensión y sólo los que se esfuerzan llegan a él” (Mt 11,12).

La Civilización del Amor es, al mismo tiempo, utopía y realidad. Es un ideal que se va concretando y haciéndose histórico en los pequeños y grandes compromisos de cada día, que anuncian y hacen creíble la posibilidad de su plena realización.

La Civilización del Amor es tarea y esperanza. Es tarea diaria, es paciente construcción de dinamismos que motivan opciones, compromisos y proyectos que van transformando lenta pero radicalmente la realidad. Es tiempo de siembra, de esperanza permanente, en el que los pasos dados y los logros alcanzados invitan a seguir adelante.

Con los testigos de la luz en su sonrisa y en su claridad de pensamiento, en su modo de pararse serenamente frente a las situaciones dolorosas, en ellos quiero honrar la civilización del amor que se hace presente a través de sus testigos. Que la luz de Cristo brille en nuestros corazones y nos haga testigos del que es la luz.

(1) Orientaciones para una Pastoral Juvenil Latinoamericana 1995 

escrito por Padre Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)

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