Estas frases de San Pablo señalan un camino para quienes anhelan crecer en la oración: permitir que el Espíritu de Dios que hemos recibido sea quien moldee los actos de nuestra oración, para que en ella hablemos con "palabras aprendidas del Espíritu, expresando las cosas espirituales con palabras espirituales" (1 Co 2, 13). El Espíritu Santo mismo es el gran don que nos eleva para orar como conviene, y con cada uno de sus dones purifica y hace progresar nuestra oración.
Los dones del temor y de la piedad disponen nuestro corazón para orar y nos introducen en la presencia de Dios. El don del temor reverencial nos da una experiencia inmediata de la santidad y grandeza de Dios y nos inclina espontaneamente a actitudes de adoración, alabanza y reverencia. Hace auténtica nuestra oración, pues asegura que nos reconozcamos en la presencia del Dios tres veces santo. El don de la piedad colabora al hacernos descubrir en este Dios de tremenda majestad a un Padre que nos ama, un Padre que quiere que estemos en su presencia con corazón filial y confiado, el más padre de los padres, pues "nadie es padre como lo es Dios" (Catecismo de la Iglesia Católica, 239)
El don de consejo nos permite intuir con certeza, sin necesidad de un discernimiento laborioso, cuáles luces, inspiraciones y deseos vienen del Espíritu Santo. Mientras que el don de fortaleza, además de permitirnos "perseverar en la oración" en medio del desierto y cansancio, nos abre a acoger con generosidad y magnaminidad las mociones del Espíritu.
Los tres dones de ciencia, entendimiento y sabiduría nos guían hacia la oración contemplativa. Con el don de la ciencia todo lo creado trasluce a Dios: vemos el origen divino y el reflejo de sus atributos en las cosas, las personas, los eventos. Con el don del entendimiento, penetramos con fe serena y amor en los misterios revelados. Se nos hacen familiares, bellos, y se goza de la maravillosa armonía que reina entre ellos.
Finalmente, con el don supremo de la sabiduría, el Espíritu de Dios, el único "que conoce lo que hay en Dios" (1Co 2, 11), nos introduce en la intimidad divina. Ya que Dios es amor, vemos con los ojos de Dios a los misterios divinos y a todo lo creado desde el amor divino. Mientras tanto, nuestra oración, participando en la vida de las tres personas divinas, se hace puro amar a Dios.
escrito por Donal Clancy, L.C.
(fuente: www.la-oracion.com)
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