Lectura del Santo Evangelio según San Mateo
(Mt 28, 16-20)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" .
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Oración introductoria
Dios mío, gracias por quedarte conmigo, por estar ahí todos los días de mi vida. Perdona mi frialdad, mi falta de atención, mi falta de correspondencia a tanto amor, al no cumplir tu mandato de evangelización con más generosidad y convicción.
Petición
Dios Padre, Jesús salvador, Espíritu Santo santificador, iluminen y guíen mi oración para aceptar y comprender más el misterio de la Santísima Trinidad.
Meditación del Papa
Una tarea que encomienda a los discípulos: "Os he elegido y os he destinado para vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca". El primer cometido que da a los discípulos, a los amigos, es el de ponerse en camino –os he destinado para que vayáis- de salir de sí mismos y de ir hacia los otros. Podemos oír juntos aquí también las palabras que el Resucitado dirige a los suyos, con las que san Mateo concluye su Evangelio: "Id y enseñad a todos los pueblos...". El Señor nos exhorta a superar los confines del ambiente en que vivimos, a llevar el Evangelio al mundo de los otros, para que impregne todo y así el mundo se abra para el Reino de Dios. Esto puede recordarnos que el mismo Dios ha salido de si, ha abandonado su gloria, para buscarnos, para traernos su luz y su amor. Queremos seguir al Dios que se pone en camino, superando la pereza de quedarnos cómodos en nosotros mismos, para que Él mismo pueda entrar en el mundo. Benedicto XVI, 29 de junio de 2011.
Reflexión
Hace apenas dos semanas celebrábamos la solemnidad de la Ascensión del Señor, y la Iglesia nos ofrece en el Evangelio de hoy un pasaje que bien podría servir también para la fiesta de la Ascensión: son las últimas recomendaciones que Jesús hace a sus discípulos antes de subir al cielo. Pero aquí está el núcleo del mensaje: "Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". ¡Somos cristianos porque fuimos bautizados en el nombre de la Santísima Trinidad! Desde la pila de nuestro bautismo somos hijos de nuestro gran Padre Dios, que se nos dio a conocer en tres personas distintas.
Muchas veces, cuando no entendemos alguna cosa, un poco en plan de broma decimos que "es más oscuro que el misterio de la Santísima Trinidad". Y, sin embargo, nada es más cercano a nuestra vida cristiana que este maravilloso dogma. Cuantas veces nos persignamos a lo largo del día, invocamos el nombre bendito de la Trinidad. ¿Y qué otra cosa decimos, sino: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"? Además, cada vez que rezamos el Gloria, hacemos un acto de adoración y de glorificación a la Trinidad Santísima: "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo". Pero, tal vez no somos muy conscientes de este misterio. Sabemos que Dios es Uno y Trino a la vez, pero no mucho más...
El verdadero amor, el amor más bello, más hermoso y noble es el amor puro y casto, el amor que sabe olvidarse de sí mismo y renunciar al propio egoísmo, al propio capricho y al placer desordenado para pensar en el bien y en la felicidad auténtica de la persona amada.
Desafortunadamente la sociedad está muy secularizada estamos bombardeados de hedonismo, de sexo y de erotismo... ¡Da una pena enorme ver a tantos jóvenes, en la flor de la vida, ya con ideas erróneas sobre el amor y con comportamientos a veces tan desviados! Por eso hay que proponerle a los jovenes estas ideas para tratar de sembrar así en su corazón valores nobles y sentimientos generosos. Y como los jóvenes aman lo bello y lo grande, responden a estos ideales de un modo positivo.
Pues la Santísima Trinidad es el misterio del amor de Dios; del amor más puro y más hermoso del universo. Más aún, es la revelación de un Dios que es el Amor en Persona, según la maravillosa definición que nos hizo san Juan: "Dios es Amor" (I Jn 4, 8). Siempre que nos habla de Sí mismo, se expresa con el lenguaje bello del amor humano. Todo el Antiguo y el Nuevo Testamento son testigos de ello. Dios se compara al amor de un padre bueno y a la ternura de la más dulce de las madres; al amor de un esposo tierno y fiel, de un amigo o de un hermano. Y en el Evangelio, Jesús nos revela a un Padre infinitamente cariñoso y misericordioso: ¡Con qué tonos tan estupendos nos habló siempre de Él! El Buen Pastor que carga en sus hombros a la oveja perdida; el Padre bueno que hace salir su sol sobre justos e injustos, que viste de esplendor a las flores del campo y alimenta a los pajarillos del cielo; el Rey que da a su hijo único y lo entrega a la muerte por salvar a su pueblo; o esa maravillosa parábola del hijo pródigo, que nos revela más bien al Padre de las misericordias, "al padre con corazón de madre" -como ha escrito un autor contemporáneo–, con entrañas de ternura y delicadeza infinita.
Éste es el misterio del amor más bello, el misterio de la Santísima Trinidad: las tres Personas divinas que viven en esa unión íntima e infinita de amor; un amor que es comunión y que se difunde hacia nosotros como donación de todo su Ser. Y porque nos ama, busca hacernos partícipes de su misma vida divina: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada" (Jn 14, 23). Y también porque nos ama, busca el bien supremo de nuestra alma: la salvación eterna. ¡Éste es el núcleo del misterio trinitario!
Propósito
Ojalá que todas las veces que nos persignemos y digamos: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", lo hagamos con más atención, nos acordemos de que Dios es Amor y de que nos ama infinitamente; agradezcamos ese amor y vivamos llenos de confianza, de alegría y de felicidad al sabernos sus hijos muy amados. Y, en consecuencia, tratemos de dar a conocer también a los demás este amor de Dios a través de la caridad hacia nuestros prójimos: "Todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es Amor".
escrito por P. Sergio Cordova LC
(fuente: catholic.net)
No hay comentarios:
Publicar un comentario