(Isabel de la Trinidad)
1. Nuestra tradición carmelita nos transmite el culto del SILENCIO, recibido desde comienzos de la Orden, cuando nos propone, como esencia de nuestra vida, vivir en la PRESENCIA DE DIOS, en continuo contacto con ÉL: «Camina en mi presencia y sé íntegro» (Gn 17,1). Es la misma invitación hecha a Abrahán y a su descendencia. Ya por esta afirmación se percibe que tiene una importancia decisiva para la propia realización humana como medio de perfeccionamiento y madurez. Y por eso es indispensable en la vida de todo hombre, desde el momento que todos son llamados a participar en la vida divina: «Dios nos ha elegido en ÉL (en Cristo), antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el AMOR» (Ef 1,4).
2. El Carmelo ha comprendido bien esta llamada de Dios al «Sed perfectos» (Mt 5,48) y tiene una larga experiencia que comunicarnos al respecto. Su origen nos habla de búsqueda de un estilo de vida que mire a la educación del corazón. Sus distintas reformas han puesto siempre el acento en el amor al silencio como medio válido reconocido para llegar al VACARE DEO, en la atención amorosa y continua de la PRESENCIA DE ÉL. Los modelos inspiradores de la vida carmelita –Elías y María– son modelos perfectos de un SILENCIO contemplativo y dispuesto. Nuestros místicos han experimentado en su vida los frutos del silencio.
3. Los carmelitas, recorriendo este camino, no han inventado nada nuevo, original; han escrutado la vida del pueblo bíblico, los grandes momentos de su historia, las costumbres de sus jefes, el modo de ser, de hablar, de actuar del mismo Jesús, y han percibido que fueron personas maduradas en el SILENCIO. Y lo fueron porque habían sabido ir a la raíz de la naturaleza humana y a sus exigencias más íntimas.
4. En el Carmelo, el SILENCIO está unido estrechamente a la experiencia del DESIERTO y de la SOLEDAD, considerados elementos interdepen-dientes, complementarios, indispensables para la vida rica y maravillosa de nuestro patrimonio espiritual. Naturalmente, en esta herencia, DESIERTO-SOLEDAD-SILENCIO no son necesariamente dependientes de lugares geográficos. Son sobre todo un estado del espíritu y del corazón que produce en el hombre afinación interior, capacidad y disponibilidad para compartir el propio don y el misterio del otro. En eso consiste la revelación del AMOR. El silencio, como lo entiende el Carmelo, conduce al contacto directo con la verdad de nuestra existencia y con la VERDAD que es DIOS mismo: «AMOR y VERDAD se encuentran, JUSTICIA y PAZ se abrazan» (Sal 84, 11).
5. El silencio tiene grados diferentes que tanto más se descubren, se aprecian y se experimenta su utilidad cuanto más se trata de practicarlo. Existen formas y tipos de silencio adecuados a las exigencias de la estructura de la persona; silencio exterior de palabras y de gestos; silencio interior de las potencias más íntimas del hombre: la imaginación, la inteligencia, la afectividad, silencio en las obras del «consciente» y silencio que ilumina las profundidades del «inconsciente», purifica, pacifica, unifica.
6. Pero, como todas las realidades, también el silencio puede contaminarse de ambigüedad: o nos lleva a la plenitud del AMOR y de la COMUNIÓN, superando los límites de la comunicación, o refuerza el egoísmo, encaminándose al cierre, a la comodidad, a la fuga, al replegamiento sobre nosotros mismos y nuestros intereses. Por eso necesitamos aprender el SILENCIO.
7. El silencio nos pone frente a DIOS, permitiéndonos esa profunda experiencia que nos lleva a desear ardientemente: «Rompe la tela de este dulce encuentro» (Juan de la Cruz). Es la voz de DIOS que captamos cuando vivimos en el silencio contemplativo, escuchándola no sólo en nuestro interior, sino en sus repercusiones en cada hermano, en cada criatura... Vida en el VACARE DEO: «Dichoso el que eliges e invitas a habitar dentro de tus atrios. ¡que nos hartemos de los bienes de tu Casa, de las ofrendas santas de tu Templo!» (Sal 65 [64], 5). Capaces de comunión, de comprensión silenciosa y profunda, nos hacemos más solidarios con los hermanos. Nuestra soledad de pacificados y llenos de amor, motiva nuestra fraternidad porque permite un amor purificado y sin medida.
8. Todo esto es posible comprenderlo verdaderamente solo a través de una profunda y personal experiencia, porque, como ha dicho alguien: «Media hora de SILENCIO total nos explica el SILENCIO mejor que muchas horas llenas de palabras».
9. El presente pequeño estudio es un intento para ayudarnos en el camino hacia la madurez de nuestra vida humana, como el Carmelo la comprende y la enseña con su rica espiritualidad. Si te es posible, yo te pido: «Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3, 17).
(fuente: ocarm.org)
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