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viernes, 3 de julio de 2015

Mons. Castagna: “El mundo necesita del aporte de la fe”

Jueves 2 Jul 2015 | 08:53 am Corrientes (AICA) El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, destacó que “el anuncio evangélico debe ser tan fuerte y testimonial que no ofrezca dudas de su autenticidad” y aseguró que “el mundo necesita del aporte de la fe”.

“Existe un poder misterioso, que actúa gratuitamente en la historia y procede de Cristo; - ¿Por qué no reconocerlo? - aquellos nazarenos pusieron en duda lo que veían, por el simple hecho de que Jesús había crecido entre ellos, como un vecino más. La base de la fe es la humildad”, sostuvo.

En su sugerencia para la homilía del próximo domingo, el prelado recordó que los nazarenos del relato evangélico “debieron trascender lo que veían, ilustrados por los signos constitutivos de esa inmediata visión. Por no intentarlo, se inhabilitaron para la lectura correcta de otros signos, que los hubiera relacionado, de inmediato, con la Persona divina que no veían”.

“Nuestra sociedad necesita el aporte de la fe. Dios sigue multiplicando los signos de su compromiso con el mundo, del que no quiso que fueran excluidos sus discípulos. El mundo sigue siendo ‘el mundo amado’ por Dios, que ha recibido el don inapreciable de Cristo (San Juan). La inconsciencia actual de ese Don de Dios se refleja en la algarabía macabra que manifiestan los hombres y mujeres de nuestras sociedades mal llamadas ‘progresistas’”, advirtió.


Texto de la sugerencia

1.- La poca fe de los más cercanos. Los más cercanos son quienes encuentran mayores escollos para trascender lo que ven y creer lo que no ven. Nazaret es el lugar de la crianza de Jesús. Es allí donde lo conocen desde niño y lo vieron crecer. Por ello manifiestan gran resistencia a trascender los orígenes que lo identifican: "¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano (pariente) de Santiago, de José, de Judas y de Simón?" (Marcos 6, 3). Es la prueba que deben sortear quienes se familiarizan con Él, hasta perder su capacidad de asombro, y de comprobar la identidad que lo singulariza. Nos puede ocurrir a los cristianos, tan cercanos a su trato, hasta el extremo de perder la capacidad que los Apóstoles obtuvieron para el ejercicio de su apostolado. Chesterton, el gran escritor inglés de profesión católica, afirmó con su habitual perspicacia: "Los creyentes son quienes más toman el nombre de Dios en vano". La consecuencia lamentable de esa situación es el uso irrespetuoso del lenguaje religioso, tanto en la vida como en la Liturgia. Tal generación de gestos bordea peligrosamente la incredulidad. La fe no tolera ser usada arbitrariamente. El canje a que es sometida, en muchas ocasiones, por quienes se dicen profesantes del catolicismo, llega al escándalo. Incluye un compromiso de vida que genera comportamientos identificables en el seno de la sociedad. Aquel pueblo de Nazaret manifiesta que ha perdido su capacidad de asombro - y de apertura a la novedad del misterio - por el hecho de haber visto crecer a Jesús, y conocer su cuna y entorno familiar.

2.- Cristo, el referente de la fe del pueblo. El Señor no malgasta su prédica, al comprobar la falta de fe de quienes lo escuchan: "Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe" (Marcos 6,. 5-6). Existe una pedagogía subyacente en las reacciones de Jesús ante aquellos vecinos y paisanos. Me refiero al nexo establecido entre la fe del pueblo y su persona. Él juega un rol decisivo: es el enviado del Padre y la Vida que viene a transmitir lo tiene como necesario transmisor. Con esa clave de interpretación debe ser leído todo el Nuevo Testamento. Algunas expresiones de los Evangelios son por demás elocuentes, sobre todo el texto escrito por el Apóstol Juan. La forma cristiana de construir la historia es llevar, a todos los niveles del comportamiento humano, las enseñanzas del divino Maestro. Trasciende y desborda los límites de la institución Iglesia para presentarla como Misterio iluminador y vivificante. Su proyección social es inevitable, aún cuando fuerzas oscuras pretendan encapsularla en lo exclusivamente cultual. La presentación de Cristo como Señor de la historia, no es una proclamación de corte triunfalista sino el reconocimiento de la Verdad. Cristo es el mismo Dios interviniendo la historia humana, sacada de quicio por el hombre, en mal uso de su libertad.

3.- Cristo es el Camino que conduce a la Verdad. A pesar del transcurso de los siglos, las maniobras sociales y psicológicas contemporáneas remedan aquellos viejos comportamientos. Jesús es rechazado porque se hizo uno de ellos y veló su identidad divina con la pobreza de la condición humana. Por causa de la ausencia de fe, nuestros coetáneos mezclan al Señor con próceres, filósofos y grandes lideres religiosos. Jesús no encaja en ninguna de esas categorias. Si no se lo ve como al Hijo de Dios encarnado, se lo excluye de la historia, simple y llanamente, hasta negar su carácter y misión de Salvador de los hombres. Así como es necesario llamar las cosas por su nombre, del mismo modo es preciso conocer a las personas por lo que son. Cristo es el Hijo de Dios. Asumida la naturaleza humana, como propia, la redime de su pecado y la conduce a la santidad. Señor de la historia, no puede transcurrir el tiempo sin Él, se perdería en el océano de los siglos, como un pequeño rio de montaña. Entre tantas propuestas, que palpan el desierto para encontrar un camino, aparece Cristo: "el Camino, la Verdad y la Vida". Toda honesta orientación, aún la que se muestre como contrariando - aparentemente - cierta terminología religiosa, conduce a ese único Camino. El anuncio evangélico debe ser tan fuerte y testimonial que no ofrezca dudas de su autenticidad.

4.- El mundo necesita el aporte de la fe. Existe un poder misterioso, que actúa gratuitamente en la historia y procede de Cristo; - ¿Por qué no reconocerlo? - aquellos nazarenos pusieron en duda lo que veían, por el simple hecho de que Jesús había crecido entre ellos, como un vecino más. La base de la fe es la humildad. Debieron trascender lo que veían, ilustrados por los signos constitutivos de esa inmediata visión. Por no intentarlo, se inhabilitaron para la lectura correcta de otros signos, que los hubiera relacionado, de inmediato, con la Persona divina que no veían. Nuestra sociedad necesita el aporte de la fe. Dios sigue multiplicando los signos de su compromiso con el mundo, del que no quiso que fueran excluidos sus discípulos. El mundo sigue siendo "el mundo amado" por Dios, que ha recibido el don inapreciable de Cristo (San Juan). La inconciencia actual de ese Don de Dios se refleja en la algarabía macabra que manifiestan los hombres y mujeres de nuestras sociedades mal llamadas "progresistas".

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