Hay quien todas las mañanas se maquilla con esmero y no se olvida de vestir las prendas más adecuadas, ¿se acuerda también de sonreír? Ponemos en la muñeca el reloj antes de salir de casa, ¿qué ocurre con la vida?
Usamos todos los días:
1.- El tiempo.
Usamos el tiempo, porque el tiempo se usa. Cuando no lo usamos, nos usa él, nos lleva, carga con nosotros sin capacidad para hacerle frente. Pero el tiempo se usa, se gasta o se malgasta. Usamos nuestro pasado y también el tiempo futuro, de algún modo se vuelven serviles sin dejarse controlar al completo. El presente resulta mero espejismo cuando paramos y meditamos lo que está sucediendo.
2.- A nosotros mismos.
Mucho más que cualquier otra “realidad”, si cabe llamarlo así. Y nosotros mismos no tenemos recambio alguno, ni hay un armario con “varios yoes” que ir cambiando durante la semana. Nos usamos de un modo particular: a través de las ideas, de la idea que tenemos sobre nosotros mismos, de la escucha de aquello que nos dice el deseo, la inteligencia, también el corazón.
3.- El mundo.
En su doble vertiente. Por un lado, el Planeta, con mayúsculas. Eso que llamamos La Tierra y hemos sido capaces de ver “desde fuera”, todos los días es pisada con aciertos y desaciertos. En ella vertimos la huella de nuestra presencia y nos sirve con sus bienes. No pocas veces nuestro uso reporta males profundos que hay que repensar incansablemente y no perder de vista.
Por otro lado, el mundo, nuestra idea del mundo, el mundo que nos rodea y el que hemos hecho nuestro de un modo u otro. Ese mundo que es “nuestra pobre reducción”, que nos vuelve asequible pensar en el todo, en quien está lejos, en quien viaja abandonando su casa buscando otro mundo mejor -el nuestro-, en quien sufre en algún rincón de la propia ciudad sin hacer mucho ruido. El mundo es usado cada día.
4.- La libertad.
De nuevo, ambivalente. Frente a quienes piensan la libertad como aquella oportunidad para elegir, sin claudicar ni rendirse, afrontando la propia vida hegemónicamente, a mí me gusta pensar que la libertad parte de aquello a lo que realmente nos vemos unidos.
En cualquier caso, su indiscutible presencia en el día a día, seamos capaces o no de explicarla convenientemente, nos muestra los complejos entresijos de la propia voluntad e inteligencia. Un alumno del curso pasado me explicaba al final de una clase que había concluído que no existe libertad sin razón, sin la fuerza de las ideas. Respondí que ciertamente ése sólo es el inicio de otras muchas preguntas
(fuente: joseferjuan.wordpress.com)
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