San Francisco, como escribió G.K Chesterton, puede entenderse desde tres perspectivas distintas. La primera es como un hombre que anticipa todo lo que hay de generoso y compasivo en el espíritu moderno: el amor por la naturaleza, el amor por los animales, el sentido de compasión, el sentido del peligro de la prosperidad económica y los bienes materiales.
El segundo es como hombre de estigmas y calaveras. Un asceta que incidía en el valor, la moral y la liturgia, tan austera como la figura de santo Domingo.
La tercera es una combinación de ambas.
Chesterton decía que para entender realmente lo que significaba la figura de san francisco -y no lo que queremos que sea- necesitamos considerar tanto su alegría como su austeridad. Necesitamos ver al hombre de Las Florecillas de San Francisco, cuyo activismo radical era inseparable de su fe.
Francisco observaba al mundo con un amor inmenso, pero también se negaba a sí mismo placeres básicos. Como muchos grandes santos, su pasión por la creación se alimentaba de los sacramentos. Su Cántico al sol nos habla de la “madre tierra” y del “hermano viento”, pero también de la “hermana muerte del cuerpo” y del “pecado mortal” (“¡Ay de los que mueren en pecado!”).
Algunos reducen la compasión de san Francisco a excentricidad personal. Les gustaría destacar esto sin dejar espacio para nada más. Pero Francisco era el que era. No un religioso estoico o un seglar hippie, sino alguien enamorado locamente de Cristo.
El análisis de Chesterton no está lejos cuando pensamos en Papa Francisco, el primer papa en tomar su nombre. Los americanos somos gente pragmática, nos gusta separar las cosas en dos y poner cada una en su sitio, especialmente en política, por tanto no es raro que hagamos lo mismo con Francisco.
Los políticos liberales lo consideran una “bocanada de aire fresco” en una Iglesia retrógrada, un papa progresista que (a pesar de algunas posturas inevitables de “extrema derecha”) se preocupa del medio ambiente, nos previene del capitalismo feroz y declara: “¿Quién soy yo para juzgar?”.
Mientras tanto los políticos conservadores alaban el liderazgo de Francisco en temas como la familia, la sencillez, la dignidad humana, pero consideran sus inclinaciones “izquierdistas” como falibles en el mejor de los casos. Peligrosas en el peor de ellos.
Una de las grandes ironías de la era digital es que crea salas insonorizadas al mismo tiempo que información objetiva. En América estas dos facetas de Francisco resuenan infinitamente en ellas. Vemos a un Francisco al que no se le deja decir mucho, vacío de su alma religiosa, o a Francisco al que se le permite hacer poco, aislado en sus palabras.
Cada una de los dos ofrece una imagen parcial de su misión, pero no el cuadro entero: cada una de ellas “corta un trozo de madera y lo llama bosque”.
Yendo más allá de los titulares, las entrevistas y las encíclicas, nos hallamos ante un hombre que, como los santos y como Jesús mismo, no se preocupa mucho de las vacas sagradas de la política. Incluso llamarlo “el último forastero de Washington” es equivocado, porque lo coloca en el horizonte de nuestra vida política. Peter Leithart no se equivoca cuando dice que Francisco no solo trasciende nuestra política, sino que actúa en un universo intelectual y moral diferente”, el de la Iglesia.
Lo que esconde una visión superficial del Papa Francisco es que él, en realidad, “piensa con la Iglesia“. En sentido literal, esto significa continuar en la línea de sus predecesores. Probablemente, lo que los medios de comunicación no ven cuando cubren a Francisco es que sustancialmente dice lo mismo que Benedicto XVI y que san Juan Pablo II.
En sus entrevistas, Francisco ha destacado que pensar con la Iglesia significa pensar con los fieles, no con los teólogos. Con afirmaciones así, se entiende que al Papa Francisco se le llame el “Papa de la gente”. Huele a oveja más que ningún pastor de la época reciente.
Pero pensar con la Iglesia también significa aprender a ver a través de las falsas contradicciones del mundo. Superficialmente, la Laudato Si nos trae temas muy amplios, justicia para los pobres, la abolición del aborto, la lucha contra el cambio climático, la sospecha del paradigma tecnocrático.
Su primer discurso pronunciado en la Casa Blanca no fue distinto. Expresó su apoyo tanto a la institución del matrimonio como a la difícil situación de los inmigrantes. Esta facilidad para moverse en los polos opuestos impregna la Iglesia, que elogia la fe y la razón, la justicia y la misericordia, el amor y la verdad sin dejarse llevar por ninguna ideología.
“La Iglesia no solo parece aceptar cosas aparentemente incompatibles -escribió Chesterton- sino que también permite estallar con una violencia artística y casi anárquica”.
Podría parecer que esto mantiene estas tensiones entre discursos opuestos, pero paradójicamente conduce a la unidad.
Con la alegría del Evangelio y como criatura de Dios, san Francisco se enamoró de lo despreciable para convertirse en un medio de paz y libertad. Murió a sí mismo como un grano de trigo, porque solo así podía dar fruto. Este es el mensaje. Ya era polémico en su época, lo es ahora y lo será siempre. Y lo que el Papa Francisco está haciendo en América es simplemente una cosa: seguir esas huellas e invitarnos. “Venid y lo veréis”.
escrito por Matthew Becklo
esposo y padre
filósofo amateur y columnista de cultura en Aleteia y Word on Fire.
Sus escritos están First Things, The Dish, and Real Clear Religion.
(fuente: aleteia.org)
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