Tus padres querían un hijo, pero no llegaba. Por eso fueron a una clínica de reproducción asistida. Tras pruebas, análisis, estudios y decisiones no fáciles, unos médicos te concibieron en una probeta, con otros hermanos tuyos. Escogieron a algunos de ellos, los trasladaron al útero de tu madre. Uno, el más afortunado, nació hace ya muchos meses. Uno nació... Entonces, ¿qué va a ser de ti? ¿Qué será de tus hermanos? Tus padres y los científicos decidieron dejarte en el congelador, por ahora. Dependías de la decisión de otros, tu vida estaba en entredicho.
Pasaron los meses, algunos años. Tus padres estaban muy ocupados con tu hermano. Tal vez te tenían olvidado, o pensaban en ti sin encontrar una salida, una “solución” a tu caso.
Un día, te convertiste en un problema público. Los políticos, los expertos de bioética, los científicos, pensaron que no podías seguir allí, años y años, congelado. Tus padres no se atrevían a acogerte, tenían miedo de tu nacimiento. Te quisieron hace tiempo, pero era “por si acaso”, por si no nacía un hijo en el primer intento. Ahora querrían no afrontar tu realidad: les gustaría poder olvidar que eres eso, su hijo, pequeño, pobre, congelado...
Por fin, los expertos prepararon una ley. Tus padres tenían que decidir. La primera opción era una esperanza: probar un nuevo embarazo contigo, darte la oportunidad de nacer. ¡Qué maravilla!
Pero había otras opciones. Podían darte a otra pareja. Al menos así nacerías, tal vez lejos de tus padres, pero en otro hogar que te respetase y te ofreciese amor. También podían dejarte morir. Simplemente, apagar el congelador o sacarte del mismo. Así terminaría tu historia y dejarías de ser “un problema”.
Pero es que eres un embrión humano... Por eso algunos propusieron una cuarta opción: usarte en la experimentación. Tus padres podían “donarte” para el progreso científico, dar permiso para que te usasen y destruyesen. De este modo, los laboratorios sacarían de ti células madre, que dicen son muy importantes para la investigación.
Sé que eso no es justo, pero ahora dependes de otros que no comprenden la riqueza de tu vida minúscula pero estupenda, que no quieren aceptar que eres un ser humano, digno de respeto.
Voy a mirarte con esperanza. Todavía no han decidido tu destino. No sé qué va a ser de ti. Quizá un día puedas leer estas líneas, si te respetan, si te aman, si te dan una oportunidad de nacer. Para entonces seré viejo, y tú joven. Será estupendo encontrarnos.
Si eso no ocurre, si tú eres eliminado, o si a mí me toca morir antes (ninguno humano es inmortal), no importa. Nos veremos, si Dios quiere, en el cielo.
Ahora, simplemente, permíteme decirte que tienes un amigo que te quiere. Ojalá otros muchos te miren de frente, reconozcan lo que eres y, con un gesto de amor, te den esa oportunidad de vivir que tú mereces.
escrito por Fernando Pascual
(fuente: catholic.net)
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