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viernes, 19 de octubre de 2007

Formación Animadores Salesianos 5

Animador de grupo: deseos, temores, riesgos y esperanzas
por Domingo Sigalini

Cuando pensamos en animadores, pensamos inmediatamente en quienes desempeñan roles de líderes de grupo, como organizadores de actividades, entrenadores deportivos, guías de tiempo libre, catequistas, etc.

Pareciera que para ser animador bastan dotes de comunicación y organización, espíritu joven, iniciativa, cordialidad, decisión y, sobre todo, una buena dosis de carisma.

Las expectativas que se tienen al empezar a animar pueden ser muchas. Podemos hablar de los deseos personales que motivan la opción animadora, las expectativas educativas que se concentran en este estilo y método educativo, como también los miedos subjetivos y los problemas personales que concretamente se encuentran en la animación.

Sin embargo, esta imagen no es correcta, ya que reduce una realidad más compleja.

Para ser animador no es suficiente con la buena predisposición, ya que la animación debe representar una vocación, actitud permanente y búsqueda de vida. Para ser animador hay que dar vida, hacer crecer humanamente, ayudar a ser también al joven más necesitado.

La animación radica en motivaciones de gran valor humano y social y, en los ambientes creyentes, en valores religioso. Ante todo, representa una promesa y esperanza para el porvenir de los jóvenes y de los grupos.

El problema de la edad de los animadores es antiguo: algunas asociaciones coinciden en que es necesario en establecer los 20 años de edad como el límite mínimo para ser animador. Ahora bien, las exigencias, la buena voluntad y la capacidad de liderazgo crean numerosas excepciones. Lo importante es que animar exige madurez y calidad personal y competencia en el ámbito educativo.

Dentro del asociacionismo, reviste una gran importancia el papel de los dirigentes. Se habla, entonces, de animadores para revitalizar la vida asociativa. Acercarse a la animación supone siempre un salto cualitativo, una voluntad de fidelidad a Dios y al hombre a partir de proyectos, referencias, ideales inspiradores que son necesarios para la educación.


Punto críticos en el crecimiento del animador como persona

Es muy importante la formación de los animadores. Un animador serio está respaldado por una buena formación que le permitirá, con la ayuda del Señor, a guiar un grupo.

Todo animador debe afrontarse la búsqueda de la propia identidad personal para que pueda desarrollarse humanamente. Debe enfrentar y solucionar propias sus crisis de fe, como así también sus propios problemas afectivos, para no descargar sus propias carencias en el grupo de jóvenes.

De no ser así, los problemas personales del animador pueden transferirse al grupo. Para poder proponer al grupo un camino de crecimiento personal a la luz de la fe, un animador debe estar elaborando adecuadamente su propio camino.

Ser animador no debe impedir a que uno responda a la pregunta “¿quién soy?”. El animador debe responderse a las preguntas “¿soy capaz de cambiar esta sociedad?” (la realidad vista como mundo, los jóvenes, barrios, problemas puntuales...), “¿podemos esperar algo distinto?”.

Quizás las preguntas tengan unas pretensiones que aparenten ingenuas, pero es una fuerza que mueve a la acción y al compromiso.

Cuando un joven se decide a ser animador, tiene ciertamente sus propias motivaciones. Todos los motivos que le surgen pueden ser nobles, pero también el animador cuestionarse previamente el porqué y el para qué de su labor en la animación. Solo en el encuentro del “porqué” de la animación y el “qué es” de la animación, nace el verdadero animador: persona de fe, realizada y educador liberador.

Las motivaciones deben ser profundizadas, orientadas, unificadas. Para esto es imprescindible caminar junto a otros animadores, en donde se forme una comunidad que le sirva de contención y de encuentro con el Señor, quien es la verdadera fuerza.

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