Buscar en mallinista.blogspot.com

viernes, 19 de octubre de 2007

Formación Animadores Salesianos 8

El camino de la animación en los grupos juveniles

Un camino unitario de crecimiento

Todo grupo tiene un ciclo vital con diversas fases, que lo llevan desde su nacimiento hasta su disolución.

Es típico de la animación injertar los objetivos del crecimiento cultural y religioso en la evolución del grupo, construyendo un solo itinerario, que el grupo recorre de modo consciente y crítico. Las grandes fases que constituyen ese itinerario pueden ser presentadas de esta manera:

PRIMERA fase: la recepción e integración.
SEGUNDA fase: la pertenencia y la solidaridad.
TERCERA fase: la confrontación con la realidad y el amor a la vida.
CUARTA fase: el proyecto de grupo y la opción de fe.
QUINTA fase: la madurez dinámica del grupo y la opción de fe.
SEXTA fase: la inserción comunitaria y la vocación personal.

El itinerario prevé una maduración humana y una propuesta cristiana. Todo el itinerario es como el crecimiento de una semilla, que se desarrolla a través de dos procesos.

El primero es educativo y se preocupa del crecimiento humano, capacita a los jóvenes a tomar la vida con responsabilidad, conscientes de su significado, también religioso y de los interrogantes que ella presenta.

El segundo es de evangelización explícita, y se desarrolla al mismo tiempo que el primero. Está ya presente en la educación humana porque la comunidad y el animador ofrecen un testimonio que es ya una propuesta de fe, bajo forma de acogida, confianza recíproca, servicio de crecimiento.


Pero desde las primeras fases del grupo está también presente el anuncio explícito del Evangelio. El animador lo ofrece en la medida que el grupo es capaz de asimilarlo, de modo que llegue gradualmente a conocer la propuesta cristiana y a decidirse por Jesús y su Reino.

Es importante que el animador tenga una visión global del proceso para poder interpretar los síntomas y ayudar al grupo a alcanzar las finalidades educativas.

Primera Fase: LA RECEPCIÓN Y LA INTEGRACIÓN

El camino del grupo parte de la presencia del animador en la vida cotidiana de los jóvenes y de su lectura apasionada y crítica de la realidad juvenil. Eso puede tener lugar en un ambiente educativo (escuela, oratorio), en un movimiento, en la comunidad eclesial, en el territorio.

El animador está dispuesto a hacer propuestas, a responder a necesidades, a hacer crecer las semillas.

El contexto puede estar señalado por la indiferencia, la apatía; a causa de ello, los jóvenes llegan a cansarse de hacer grupo, se distancian del ambiente educativo y de los educadores, y quedan pasivos ante los valores que la comunidad quiere hacer circular entre todos.

Una indiferencia particular, que hay que tener en cuenta, es la que se refiere a la fe. No hay que excluir tampoco una dificultad inicial de los jóvenes para actuar entre ellos mismos y vivir relaciones de amistad y solidaridad que superen los encuentros fugaces, en función de la diversión. Son hijos de una tendencia social que exagera los derechos y los intereses personales y los alimenta, sin dar lugar a un aprendizaje de la convivencia social.

El trabajo del animador se dirige hacia algunos objetivos que, si son alcanzados, producirán una primera integración:

· crear dentro del contexto educativo un clima de confianza recíproca, que estimule a los jóvenes a acercarse entre si para comenzar a dialogar, para sentir la necesidad de reunirse;
· descubrir las semillas, aunque sean pobres, de deseo asociativo, haciendo manifestar intereses, suscitando búsqueda y curiosidad;
· potenciar, junto con los jóvenes, el deseo de hacer grupo como lugar donde encontrarse como amigos y realizar sus propios intereses.
· Lograr que el grupo sea lugar de contención para todos y cada uno de los jóvenes.

Segunda Fase: LA PERTENENCIA Y LA SOLIDARIDAD

A la recepción e integración le sigue la consolidación del grupo. El grupo empieza a ser considerado importante para el desarrollo de los intereses personales y de la propia identidad integral; comienza a convertirse en punto desde el cual se puede observar la propia vida y lo que sucede en su entorno.

Se intuye que, a medida que se sigue avanzando, el formar parte del grupo tiene su precio, no solo por el tiempo que ocupa y por la renuncia a otras actividades y amistades, sino porque tiende a influir en el modo de pensar y obrar.

Asimismo, pueden surgir algunos problemas típicos. La amistad espontánea y el clima gratificante de los primeros momentos pueden entrar en crisis cuado en conocimiento recíproco hace la aceptación más realista, pero también más problemática.

A medida que el grupo va consolidándose, el grupo llega a darse una estructura, primero informal y después formal: se comienza a sentir la necesidad de programar la vida del grupo.

Progresando en la comunicación, el grupo lleva a intercambiar sentimientos, valoraciones y utopías. Pero a los jóvenes les cansa penetrar en profundidad dentro de si mismos.

Cuesta reelaborar y ordenar las vivencias personales y colectivas y darles un significado porque parece que, en una época como la nuestra que está caracterizada pro el pragmatismo, no tiene sentido dedicar fuerzas a la búsqueda creativa, ya sea personal o del grupo.

El objetivo que el animador tiene delante es capacitar a los jóvenes para que decidan el formar grupo y ayudarles a pertenecer a él de modo consciente y creativo, hasta que sean capaces de escoger el gran valor de la solidaridad, un valor que nace en el grupo y que de él tiende a ensancharse.

Tercera Fase: LA PRIMERA CONFRONTACIÓN Y AL AMOR A LA VIDA

Cuando la pertenencia ha tenido una primera y suficiente consolidación, el grupo siente que puede tomar posiciones con respecto a las situaciones en las cuales está implicado y a los desafíos que la vida pone delante continuamente. Preguntas que nacen en su interior, encuentros con testimonios de diversas tendencias, contactos con mensajes y propuestas que circulan en el ambiente incitan al grupo a intenta dar su respuesta. Es el momento, pues, de comenzar a manifestar el sentido y el amor a la vida.

El amor a la vida es el convencimiento arraigado de que es un don, que incluye en si significados y posibilidades imprevisibles sobre la felicidad del hombre; por eso, se llega a la conclusión de que vale la pena vivir, y se apuesta por la calidad, la dignidad y el crecimiento de la vida en toda circunstancia.
La decisión personal por la vida es posible solo después de haber experimentado, por una parte, algunas preguntas existenciales y, por otra, haber conocido el núcleo esencial de las respuestas que han sido dadas por los hombres a lo largo de la historia. Para que el joven haga su propia elección por la vida es necesario que tome conciencia de su propia realidad y que tenga un acercamiento a la cultura humana. Tanto la formulación de las propias preguntas profundas y visión de las respuestas que ya han sido dadas no son operaciones fáciles para los jóvenes.

El grupo está llamado en esta fase a dirigir la elaboración de un proyecto. Esto pone a prueba su capacidad de analizar los problemas y de dar respuestas significativas y compartidas.

Todavía en esta fase se presenta el problema de cómo hacer del amor a la vida el lugar en que el grupo aprenda a expresar una pregunta religiosa. Para muchos jóvenes la fe no tiene espacio en la vida personal porque no tienen preguntas religiosas en las que anclarla. La apuesta de nuestra acción educativa es que, ahondando en el misterio de la vida, buscando un sentido, es posible abrir a los jóvenes a la dimensión religiosa de la existencia, hasta llegar a la invocación de una salvación trascendente.


Cuarta Fase: EL PROYECTO DEL GRUPO Y LA OPCIÓN DE FE

Si el grupo ha recorrido con éxito las fases precedentes, la relación mutua y la pertenencia han llegado a la madurez, mediante la cual la comunicación se establece cada vez más fluidamente.

El amor a la vida ha sido ya un primer anuncio de la fe cristiana. Esta nueva fase propone explicitar y profundizar un vivir cristiano en el que el grupo ya se reconoce.

La opción de fe viene a enriquecer el amor a la vida con nuevo y cabal conocimiento, con nuevo significado, con nuevas actitudes. La comunicación del Cristo Vivo abre ese amor a horizontes imprevistos.

Hay que considerar después la presentación de la persona de Jesús, como un Dios Vivo, redescubrir siempre la novedad del Evangelio y su capacidad de transformar el corazón de los seres humanos.

Surge asimismo el desafío de cómo hacer una catequesis eficaz para el grupo: ¿la catequesis es un catálogo de verdades tomadas que hay que creer o, más bien, un conjunto de verdades que llaman hacia una búsqueda de Dios?

Respecto del rostro del mismo Jesús: si a lo largo de la historia artistas y predicadores han presentado innumerables rostros de Jesús, ahora en respuesta a los jóvenes del grupo: ¿qué rostro de Jesús presentamos hoy?.


Finalmente, hay que definir el núcleo de valores y verdades que hay que aceptar para confesarse cristianos. Muchos jóvenes encuentran difíciles algunas normas y prácticas eclesiales, lo cual a primera vista complica el asimilar verdades dogmáticas y éticas. Es, entonces, cuando emerge la recurrente tentación de reducir la fe cristiana a los propios deseos y/o distorsionar el mensaje evangélico y/o confesarse creyentes sin aceptar a la Iglesia.

Quinta Fase: LA MADUREZ Y EL APRENDIZAJE DE LA VIDA CRISTIANA

El grupo, entrado en la madurez se hace capaz de autogobernarse y de ser sujeto responsable de su propio camino. Más allá de que existan contradicciones y decaimiento del entusiasmo, se sostiene reavivando las opciones fundamentales y afrontando sin miedo problemas y confrontaciones.

Esta fase, pues, se caracteriza por el compromiso en profundizar y hacer vida la propia opción de fe, de modo que transforma la propia existencia personal y del grupal.

La fase tiene algunos puntos típicos que tratamos de aclarar. El trabajo de la animación cosiste en resolverlos positivamente.

- La evolución de la fe hasta llegar a su madurez implica el compromiso y el esfuerzo de toda la persona, revoluciona todo el modo de pensar, valorar y obrar hasta desembocar en un estilo de vida inspirado en el Evangelio. Es necesario, en efecto, pasar de un convencimiento vital, que en cierto modo suele resultar inexplicable, a una fe reflexiva que da razón de si misma.
- Otro problema es la encarnación de la fe en gestos y símbolos de tipo religiosos. A muchos jóvenes, inclusive los que se confiesan creyentes, no les es sencillo expresar su fe en prácticas religiosas como la oración, la liturgia, la pertenencia a una comunidad de cristianos, lectura de la Biblia personal o grupalmente.
- Los jóvenes experimentan la dificultad de sentirse parte de la Iglesia, inclusive muchos jóvenes se resisten a acepta a la Iglesia en sus aspectos institucionales. Por eso se ha ideado un camino de grupo entendido como laboratorio de Iglesia, para experimentar, a partir de los aspectos más fascinantes, las varias dimensiones de la Iglesia (comunión, participación, servicio, etc.). Esta fase, después de una opción del conjunto de la fe, es el momento de pasar de reconocerse en grupo como pequeña Iglesia, al reconocerse en la Gran Iglesia.
- Un último núcleo está constituido por la dificultad que tienen los jóvenes para traducir la fe que está interiorizando en acciones concretas.; en esto influyen dos factores: la distancia que se observa entre el magisterio eclesial y el modo de vivir de los jóvenes y, por otro lado, el hecho de que asumir un compromiso cristiano en la sociedad suele implica ir contra la corriente.

Sexta Fase: LA INSERCIÓN COMUNITARIA Y LA VOCACIÓN PERSONAL

Durante el aprendizaje, el grupo crece en la capacidad de hacer análisis de la realidad, de elaborar y realizar proyectos dentro del grupo y en al ambiente social y eclesial, el grupo es siempre menos cerrado en su interior y va ganando más autonomía respecto del animador.

Se procede de este modo hasta que aparecen los síntomas de una nueva y última fase: aquella en que el grupo llega a la conclusión de su ciclo evolutivo y su camino formativo. Lentamente se encamina a disolverse a causa de un crecimiento natural, debido a que emergen nuevos puntos de vista debido a la evolución en la fe, aumentan los compromisos de sus miembros en otros contextos sociales y eclesiales. Dejar el grupo es un desafío que hay que afrontar en primera persona, a la luz de los valores elaborados juntos.

Desde un punto de vista formativo ese momento es delicado. Los jóvenes deben sintetizar el patrimonio cultural y religioso acumulado durante la existencia del grupo para llevarlo consigo en el futuro y, para el animador, es el cuidado de iluminar a cada joven a encontrar su camino, su vocación en la sociedad y en la Iglesia.


El haber recorrido etapa tras etapa la evolución del grupo hasta su maduración, señalando problemas, actividades e intervenciones, nos ha permitido sentirlo vivo, como un organismo que crece, que puede agitarse en las contradicciones, pero que trata también de caminar hacia delante.

Cada joven tiene ante una diversidad de caminos a seguir: corresponde a cada uno decidirse por uno u otro camino. El animador y el grupo, que le han ayudado a despertar la responsabilidad y a purificar su servicio de segundas intenciones, le acompañarán todavía con la solidaridad que ha creado la experiencia de crecimiento en el grupo.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...