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domingo, 27 de abril de 2008

"El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama"

Juan 14, 15-21

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él."

Palabra de Dios

La lectura de hoy es breve pero muy rica en los mensajes que el Señor nos deja para este domingo.

Si bien Dios es infinitamente generosos para con nosotros, es también exigente para aquellos que queremos estar con Él. Su exigencia se basa en su Amor ilimitada hacia todos y cada uno de nosotros porque conoce y ama a cada uno de sus hijos tal como es, conoce sus debilidades e invita a superarse a uno mismo.

Al principio y al final de este pasaje, Jesús insiste en que no basta decir que uno lo ama: hay que adherir a su mensaje para que ese Amor por Él sea fructífero para el Reino de los Cielos. No se trata tampoco de que uno anule su propia inteligencia para ser buenos cristianos: si uno deja iluminar su capacidad de razonamiento por la Fe, la propia razón adquiere más plenitud, más sabiduría, una nueva óptica del mundo.

Amar a Dios es ponerlo por encima de todo. El amor que uno le debe a Dios debe estar por encima de cualquier sueño que se tenga para esta vida y de cualquier persona que conozcamos. Pero ¡cuidado!: tampoco se trata de que Dios es una persona celosa que nos impone que Él debe competir con todo lo demás para ver a a quien amamos más... si uno pone a Dios como centro de la propia existencia, uno se hace más plenamente libre para amar más y mejor a los que tenemos en este mundo.

Como tantas otras enseñanzas de Cristo, lo que hoy nos dice se opone a lo que nos muestra el mundo. Cuántos hombres y cuántas mujeres ponen su confianza y devoción en cosas materiales como el poder, el dinero y placeres, o ponen como modelo de vida a personalidades famosas, tales como artistas, deportistas, políticos o empresarios... pero, pensándolo bien con los ojos de la fe, ¿qué mayor Poder que el de Dios, fuente de todo poder? ¿qué mayor Belleza que la de Dios, fuente de toda belleza? ¿qué mayor Bondad que la de Dios, fuente de todo bien? En fin, ¿quién es más merecedor de nuestro amor, de nuestra confianza, de nuestra admiración, de nuestra voluntad, que Dios?

Claro que, dada nuestra debilidad innata, nos es difícil seguir a Cristo en este mundo alejándonos de toda frivolidad que es tan buscada y aplaudida. Seguir a Cristo solo es posible si nos aferramos a ÉL y nos dejamos guiar por su amor. Él es nuestra fortaleza. En este pasaje hace la promesa de que nos enviará el "Paráclito" (así llama al Espíritu Santo) que es quien nos guiará hasta que él vuelva al fin de los tiempos.

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