La red internacional pretende garantizar los servicios básicos a 20 mil familias afectadas por la violencia que atraviesa el país. Necesita conseguir 2,9 millones de euros.
Madrid, 28 de febrero de 2014 (Zenit.org)
La red internacional de Cáritas va a atender de manera inmediata a 100 mil personas desplazadas por el conflicto armado que sufre la República de Sudán del Sur desde hace más de dos meses. Para cubrir sus necesidades más inmediatas, está tratando de conseguir 2,9 millones de euros.
Caritas Internationalis acaba de poner en marcha un plan de emergencia para apoyar el trabajo humanitario que están realizando las Cáritas locales de cara a mejorar el acceso a servicios básicos de 20 mil familias vulnerables en las siete diócesis más afectadas por la violencia generalizada que se ha desatado en este nuevo país africano, señala esta organización eclesial en un comunicado difundido hoy.
Según el último informe de la OCHA (la oficina de ayuda humanitaria de la ONU), el conflicto político –ahora también militar– entre el ejército gubernamental del presidente Salva Kiir y los militares sublevados que apoyan al depuesto vicepresidente Riek Machar, ha disparado las tensiones étnicas, que han provocado una situación de caos en el país y generado una grave crisis humanitaria. Según los datos disponibles, la violencia ha dejado tras de sí una cifra de fallecidos todavía sin determinar y al menos 750 mil desplazados internos y la salida de 120 mil refugiados hacia los países vecinos.
Desde el comienzo de los enfrentamientos, el pasado 15 de diciembre, la Iglesia y las Cáritas locales, junto a varias congregaciones religiosas presentes en el país, han estado distribuyendo alimentos, agua, mantas y otros artículos de primera necesidad entre la población desplazada. Además, las parroquias han funcionado como centros de acogida para quienes huyen de la violencia. Pero, como ha alertado el director de Cáritas de Sudán del Sur, Gabril Yai, esta ayuda no es suficiente. “La situación es extremadamente grave y las necesidades ingentes. Se necesita ayuda humanitaria urgente”, ha advertido.
Ante esta dramática situación, Caritas Internationalis ha realizado un llamamiento de emergencia (Emergency Appeal/EA) al conjunto de su red mundial para financiar este programa urgente de ayuda, al que Cáritas Española ha contribuido ya con 100 mil euros.
Aunque las conversaciones para lograr la paz entre las fuerzas gubernamentales y las milicias rebeldes siguen su curso en Addis Abeba (Etiopía), la realidad en Sudán del Sur muestra la incapacidad de los negociadores para lograr un alto el fuego efectivo. Los combates, los asesinatos, las violaciones, las torturas, los saqueos y la destrucción de aldeas siguen siendo constantes en el país, lo que hace aumentar dramáticamente el número de personas que se ven obligadas a abandonar sus casas y huir a otras regiones más seguras sin agua, alimentos, abrigo o un techo bajo el que cobijarse.
“Estas personas han dejado atrás sus pertenencias. Se han desplazado a zonas en las que no pueden cubrir sus necesidades básicas”, denuncia Gabriel Yai. Por esa razón, el programa de respuesta a la emergencia de Cáritas tiene como objetivo garantizar a estas personas servicios básicos como salud, higiene y ayuda de primera necesidad, como alimentos, agua potable, mantas, colchonetas y mosquiteras…
La red internacional de Cáritas sigue apoyando iniciativas de construcción de la paz, como viene haciendo en esta región desde hace más de una década. Y es que este conflicto que vive Sudán del Sur es sólo el último de una serie de brotes de violencia que sacuden al país de forma periódica, cuyas raíces son mucho más profundas que un simple cambio de Gobierno.
De hecho, desde que la República de Sudán del Sur se convirtió en el Estado más joven del mundo tras proclamar su independencia de la República del Sudán en julio de 2011, la inestabilidad política y social ha sido una constante. Pero esta inestabilidad viene de lejos. El país sufre conflictos armados desde hace varias generaciones debido a tensiones étnicas y de control sobre los recursos, especialmente los petrolíferos.
La nueva nación es rica en petróleo y tiene alguna de las tierras más fértiles de África pero es tan subdesarrollada que cuenta apenas con 60 kilómetros de carreteras asfaltadas y no tiene red eléctrica. Más del 70 por ciento de sus ciudadanos tiene menos de 30 años lo que significa que solo han conocido la guerra y menos de una cuarta parte de la población sabe leer y escribir. Un caldo de cultivo peligroso para comenzar una nueva andadura que en escasamente dos años y medio se ha topado con un antiguo bache: la falta de visión conjunta de las más de 60 etnias que viven en su territorio y el recurso a la violencia como primera opción.
La guerra civil de los años ochenta y noventa, a menudo erróneamente simplificada como una lucha entre norte y sur, fue una carnicería entre los múltiples grupos étnicos de la región –dinka, nuer, murle, shilluck y las docenas de tribus de la región ecuatorial– que luchaban por obtener sus cuotas de poder político y social en el futuro estado. Las luchas internas causaron más muertos y destrucción que el conflicto contra Jartum en sí. Es más, fue únicamente la existencia del enemigo común, Sudán, lo que consiguió que temporalmente aparcaran sus diferencias y acudieran juntos a las negociaciones de paz que desembocaron en un referéndum de secesión.
Las rencillas entre tribus se barrieron debajo de la alfombra y las tentativas de reconciliación nacional nunca fructificaron. Los líderes militares durante la guerra pasaron sin transición a ser las figuras políticas del nuevo país. Hombres como Salva Kiir, Riek Machar y Lam Akol, que ya en los noventa fueron responsables de las sangrientas escisiones internas en el movimiento rebelde contra Sudán, se encontraron de nuevo en el Ejecutivo y el parlamento administrando el nuevo país. Cada decisión, desde el reparto de ministerios hasta la elección de dónde se construía un hospital rural, se percibía a través del prisma étnico intensificando sentimientos de agravio y de marginación.
La gota que colmó el vaso fue la explusión del Gobierno en el mes de junio del segundo hombre fuerte del país, el vicepresidente Riek Machar que había comunicado públicamente sus intenciones de ser candidato presidencial en 2015.
En cuestión de pocos días las mismas dinámicas de la guerra civil se activaron de nuevo y las facciones armadas volvieron a alinearse de acuerdo con su identidad étnica, dispuestas a retomar el “todos contra todos” previo a los acuerdos de paz de 2005.
(28 de febrero de 2014) © Innovative Media Inc.
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