Hay que pasar por el descubrimiento de la propia vulnerabilidad. Jesús colgado en la cruz es absolutamente vulnerable, le clavan la lanza, lo escupen. Y nosotros queremos ser fuertes para vencer y a la vez para sobrevivir, para que no nos avasallen, no mostrar nunca un flanco débil, y esa es la ley de la perversión que hoy en el mundo tiene buena prensa, en cambio la vulnerabilidad no.
Este Dios vulnerable tiene que llegarnos al corazón. Dios que busca nuestra salvación a través de este amor puro, que se manifiesta en lo pobre. Y de pronto, Dios parece silenciarse, no se baja de la cruz, expira y entrega su espíritu, se va con los muertos (como rezamos en el credo), y hasta lo tenemos que velar. Para muchos no creyentes, Dios está muerto. El Dios que nosotros hemos fabricado, triunfante, está muerto porque es falso. El Dios de la cruz no es un Dios de oro, sino de carne sangrante, un Dios que expira.
Quedarnos en la cruz es quedarnos en esa realidad límite donde parece que todo puede ser nada, ese momento donde pareciera que la vida se va. En las situaciones límites del hombre, muere el dios que nos fabricamos triunfante, y surge el Dios de la vida para decirnos que la vida es otra cosa: la vida no es triunfar y que todo salga bien, no es el éxito de los que aplastan. La vida es el amor que se despliega, lo que se muestra a través de lo que uno es. Jesús no tiene miedo de dejarse desnudar en la cruz y mostrar que lo único importante es lo que se es, y eso no lo puede destruir ninguna muerte.
escrito por el Padre Fernando Cervera sj
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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