Buscar en mallinista.blogspot.com

domingo, 29 de marzo de 2015

"Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos"

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos
(Mc 14, 1-15, 47)
Gloria a ti, Señor.

Faltaban dos días para la fiesta de pascua y de los panes Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando una manera de apresar a Jesús a traición y darle muerte, pero decían: "No durante las fiestas, porque el pueblo podría amotinarse".

Estando Jesús sentado a la mesa, en casa de Simón el leproso, en Betania, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y derramó el perfume en la cabeza de Jesús. Algunos comentaron indignados: "¿A qué viene este derroche de perfume? Podía haberse vendido por más de trescientos denarios para dárselos a los pobres". Y criticaban a la mujer; pero Jesús replicó: + "Déjenla. ¿Por qué la molestan? Lo que ha hecho conmigo está bien, porque a los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran; pero a mí no me tendrán siempre. Ella ha hecho lo que podía. Se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique el Evangelio, se recordará también en su honor lo que ella ha hecho conmigo”.

Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero; y él andaba buscando una buena ocasión para entregarlo.

El primer día de la fiesta de los panes Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?" (Él les dijo a dos de ellos): + "Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa en donde entren: 'El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?' Él les enseñará una sala en el segundo piso, arreglada con divanes. Prepárennos allí la cena".

Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer, llegó Jesús con los Doce. Estando a la mesa, cenando, les dijo: + "Yo les aseguro que uno de ustedes, uno que está comiendo conmigo, me va a entregar". Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro: "¿Soy yo?" Él respondió: + "Uno de los Doce; alguien que moja su pan en el mismo plato que yo. El Hijo del hombre va a morir, como está escrito: pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre! ¡Más le valiera no haber nacido!

Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: + "Tomen: esto es mi cuerpo". Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: + "Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".

Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos y Jesús les dijo: + "Todos ustedes se van a escandalizar por mi causa, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas; pero cuando resucite, iré por delante de ustedes a Galilea". Pedro replicó: "Aunque todos se escandalicen, yo no”. Jesús le contestó: + "Yo te aseguro que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú me negarás tres". Pero él insistía: "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré". Y los demás decían lo mismo.

Fueron luego a un huerto, llamado Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: + "Siéntense aquí mientras hago oración". Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan; empezó a sentir terror y angustia, y les dijo: + "Tengo el alma llena de una tristeza mortal. Quédense aquí, velando". Se adelantó un poco, se postró en tierra y pedía que, si era posible, se alejara de él aquella hora. Decía: + "Padre, tú lo puedes todo: aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres". Volvió a donde estaban los discípulos, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro: + "Simón, ¿estás dormido? ¿No has podido velar ni una hora? Velen y oren, para que no caigan en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil". De nuevo se retiró y se puso a orar, repitiendo las mismas palabras. Volvió y otra vez los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados de sueño; por eso no sabían qué contestarle. Él les dijo: + "Ya pueden dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora. Miren que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está cerca el traidor".

Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él, gente con espadas y palos, enviada por los sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles: "Al que yo bese, ése es. Deténgalo y llévenselo bien sujeto". Llegó, se acercó y le dijo: "Maestro". Y lo besó.

Ellos le echaron mano y lo apresaron. Pero uno de los presentes desenvainó la espada y de un golpe le cortó la oreja a un criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo: + "¿Salieron ustedes a apresarme con espadas y palos, como si se tratara de un bandido? Todos los días he estado entre ustedes, enseñando en el templo y no me han apresado. Pero así tenía que ser para que se cumplieran las Escrituras".

Todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto nada más con una sábana, y lo detuvieron; pero él soltó la sabana y se les escapó desnudo.

Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote y se reunieron todos los pontífices, los escribas y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote y se sentó con los criados, cerca de la lumbre, para calentarse. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban una acusación contra Jesús para condenarlo a muerte y no la encontraban. Pues, aunque muchos presentaban falsas acusaciones contra él, los testimonios no concordaban. Hubo unos que se pusieron de pie y dijeron: "Nosotros lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro, no edificado por hombres'". Pero ni aún en esto concordaba su testimonio.

Entonces el sumo sacerdote se puso de pie y le preguntó a Jesús: "¿No tienes nada que responder a todas esas acusaciones?" Pero él no le respondió nada. El sumo sacerdote le volvió a preguntar: "¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?,” Jesús contestó: + "Sí lo soy. Y un día verán cómo el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y cómo viene entre las nubes del cielo". El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras exclamando: "¿Qué falta hacen ya más testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?" Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían: "Adivina quién fue", y los criados también le daban de bofetadas.

Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Llegó una criada del sumo sacerdote, y al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y le dijo: "Tú también andabas con Jesús Nazareno". Él lo negó, diciendo: "Ni sé ni entiendo lo que quieres decir". Salió afuera hacia el zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, se puso de nuevo a decir a los presentes: "Ese es uno de ellos". Pero él lo volvía a negar. Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro: "Claro que eres uno de ellos, pues eres galileo". Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: "No conozco a ese hombre del que hablan". En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó entonces de las palabras que le había dicho Jesús: 'Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres', rompió a llorar.

Luego que amaneció, se reunieron los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el sanedrín en pleno, para deliberar. Ataron a Jesús, se lo llevaron y lo entregaron a Pilatos. Este le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Él respondió: + "Sí lo soy". Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilatos le preguntó de nuevo: "¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan". Jesús ya no le contestó nada, de modo que Pilatos estaba muy extrañado.

Durante la fiesta de Pascua, Pilato solía soltarles al preso que ellos pidieran. Estaba entonces en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en un motín. Vino la gente y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilatos les dijo: "¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?" Porque sabía que los Sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilatos les volvió a preguntar: "¿Y qué voy a hacer con el que llaman rey de los judíos?" Ellos gritaron más fuerte: "¡Crucifícalo!" Pilatos, queriendo dar gusto a la multitud, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de mandarlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados se lo llevaron al interior del palacio, al pretorio, y reunieron a todo el batallón. Lo vistieron con una manto de color púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado, y comenzaron a burlarse de él, dirigiéndole este saludo: "¡Viva el rey de los judíos!". Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminadas las burlas, le quitaron aquel manto de color púrpura, le pusieron su ropa y lo sacaron para crucificarlo.

Entonces forzaron a cargar la cruz a un individuo que pasaba por ahí de regreso del campo, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir "lugar de la Calavera"). Le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echando suertes para ver qué le tocaba a cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: "El rey de los judíos". Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: Fue contado entre los malhechores.

Los que pasaban por ahí lo injuriaban meneando la cabeza y gritándole: “Anda" Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo y baja de la cruz”. Los sumos sacerdotes se burlaban también de él y le decían: "Ha salvado a otros, pero a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos" Hasta los que estaban crucificados con él también lo insultaban.

Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús gritó con voz potente: + "Eloí, Eloí, ¿lamá sabactaní?" (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: "Miren, está llamando a Elías". Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó para que bebiera, diciendo: "Vamos a ver si viene Elías a bajarlo". Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El oficial romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo: "De veras este hombre era Hijo de Dios".

Había también ahí unas mujeres que estaban mirando todo desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María (la madre de Santiago el menor y de José) y Salomé, que cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y además de ellas, otras muchas que habían venido con él a Jerusalén.

Al anochecer, como era el día de la preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro distinguido del sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios. Se presentó con valor ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que ya hubiera muerto, y llamando al oficial, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el oficial, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cadáver, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro excavado en una roca y tapó con una piedra la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, se fijaron en dónde lo ponían.

Palabra del Señor. 
Gloria a ti Señor Jesús.


La Iglesia Católica celebra hoy día el Domingo de Ramos, que recuerda y revive la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, donde pocos días después había de morir clavado a la cruz. Este domingo recibe su nombre de un hecho que está registrado en el Evangelio: al paso de Jesús que entraba en Jerusalén, montado sobre un pollino, "muchos extendieron sus mantos por el camino; otros extendieron ramas cortadas de los árboles" (Mc 11,8). De aquí habría recibido el nombre "Domingo de Ramos". Si se pregunta, ¿ramas de qué árboles? Debemos responder: de olivos. En efecto, la caravana que escoltaba a Jesús partió del monte de los Olivos, el monte que está frente a Jerusalén al otro lado del torrente Cedrón, llamado así precisamente porque estaba cubierto de olivos. Era imposible encontrar ramas de otro árbol. Por eso hoy día en la Misa principal en cada parroquia se hace memoria de este episodio evangélico por medio de la procesión de los fieles que escoltan al sacerdote, revestido de rojo, llevando ramos de olivos en las manos. Es importante registrar lo que gritaba el pueblo al paso de Jesús: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!...¡Hosanna en las alturas!". Así fue aclamado Jesús a su entrada en Jerusalén. Estos gritos iban a desencadenar los hechos que lo llevaron a su muerte en la cruz. Todos reconocemos en esos gritos de júbilo la misma aclamación que en cada Misa introduce la plegaria eucarística. Si con esa aclamación se dio entrada a Jesús en Jerusalén, donde iba a ofrecerse en sacrificio muriendo en la cruz, es significativo que se cante esa aclamación en la acción sacramental que va a hacer presente sobre el altar ese mismo sacrificio con toda su eficacia salvífica. Por eso resulta inoportuno que al canto del "Sanctus" se le acomoden otras palabras. En efecto, adoptar otras palabras en ese lugar de la Misa hace perder toda la ambientación de lo que se está conmemorando.

En otros lugares se llama a este domingo "Domingo de Palmas". Este nombre se inspira en el Evangelio de San Juan. En ese relato de la entrada de Jesús a Jerusalén, el pueblo no extiende las ramas por el suelo sino que "tomaron ramas de palmera y salieron al encuentro de Jesús gritando: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" (Jn 12,13). También este hecho está evocado en nuestra celebración, porque el sacerdote y algunos ministros llevan en la procesión ramos de palmera. En cada Misa en la que participamos repetimos la aclamación "Hosanna". Tal vez la hayamos cantado miles de veces en nuestra vida. Ya hemos explicado que ella resonó con ocasión de la entrada de Jesús en Jerusalén. Pero ¿sabemos cuál es su significado? Esta palabra es la transcripción de un verbo hebreo en la segunda persona singular del modo imperativo. En hebreo suena así: hoshiána. El verbo en cuestión es el verbo "hoshía'" (raíz "yashá'") que significa: salvar, liberar. El sujeto era generalmente Dios, como ocurre en los salmos: "¡Salva, Yahveh, que no hay quien sea fiel!" (Sal 12,1); "¡Oh Yahveh, salva al rey, respondenos el día de nuestra súplica!" (Sal 20,9); "Salva a tu pueblo, bendice tu he-redad" (Sal 28,9).

Sobre todo, en el salmo 118,25: "¡Ah, Señor, salva! (Yahveh hoshiáhna)... ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!... ¡Cerrad la procesión con ramos hasta los ángulos del altar!". De aquí se toma la aclamación que gritaba el pueblo cuando entraba Jesús en Jerusalén. Conociendo el significado de esa aclamación, comprendemos mejor lo que quería decir el pueblo y lo que decimos nosotros cada vez que la cantamos durante la santa Misa. Pedimos a Dios que nos salve y reconocemos que esa salvación nos ha sido dada en Jesucristo. El mismo nombre de Jesús significa: Yahveh salva. Este domingo toma también el nombre de "Domingo de Pasión", porque en la celebración de la Misa se lee el relato de la Pasión. Este año se toma del Evangelio de San Marcos.

La celebración de este día es como recorrer con Cristo el camino desde su entrada en Jerusalén hasta su muerte en la cruz. Como dijimos, es lo mismo que hacemos en cada Eucaristía que celebramos. Pero en la Eucaristía se hace memoria de todo el ciclo pascual, es decir, tenemos allí el encuentro con Cristo resucitado y glorioso, tal como está ahora a la diestra del Padre en el cielo. El relato de la Pasión seguida de la resurrección de Cristo es el núcleo más original del Evangelio. Con razón alguien ha afirmado que los Evangelios son el relato de la Pasión y resurrección de Cristo precedido de largas introducciones. Podemos, en cierta medida, verificar la exactitud de esta afirmación leyendo en los Hechos de los Apóstoles la predicación más original de San Pedro: "A este Jesús a quien vosotros matasteis clavandolo en la cruz por mano de los impíos... Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos" (Hech 2,23.32).

El relato de la Pasión de Cristo se leía en la celebración de la Eucaristía, que es la memoria y actualización de ese hecho entre los participantes. Por eso este domingo en que leemos entera la Pasión de Cristo, la celebración de la Misa adquiere un sentido profundo. Que esta introducción de la Semana Santa mueva a todos a participar en las celebraciones litúrgicas de estos días, sobre todo, durante el triduo pascual. Tomar esos días como meras vacaciones y ocasión para divertir-se, es profanar los hechos que nos han dado la salvación. Esos días debemos contemplar a Jesús haciendo realidad su declaración: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).

escrito por  Felipe Bacarreza Rodríguez 
Obispo Auxiliar de Concepción
(fuente: aciprensa.com)

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...