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lunes, 30 de marzo de 2015

La Pasión de Cristo vista con los ojos de los santos

Estamos en Semana Santa, una de las etapas más importantes de todo nuestro calendario, pues nos invita a contemplar y ahondar esta frase del Evangelio de San Juan: «Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único» (Juan 3, 16). Los santos han sido, siempre, muy conscientes de esta verdad. De hecho, no hay santo que haya llegado a las cimas de la vida espiritual sin haber meditado frecuentemente la Pasión de Cristo. ¿Un botón de muestra? La mediocre Teresa de Jesús que, al ver al Cristo flagelado, decide cambiar de vida.

En todos sus escritos insisten siempre en que la contemplación de los dolores de Cristo ayuda a crecer en la vida espiritual, a vencer las dificultades, a orar mejor.

Por ello, quisiera ahora proponerles diversos pensamientos de maestros de vida espiritual que, tal vez, les puedan ayudar a meditar mejor la Pasión de Cristo en esta Semana Santa. Mi deseo es que leyendo estas líneas, verdadero patrimonio de nuestra espiritualidad católica, se encuentren con los ojos de Cristo Crucificado que te mira y te dice: «Te amo con todo mi corazón».

La Pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida (Santo Tomás de Aquino, Sobre el Credo).

Es cosa muy buena y santa pensar en la pasión del Señor y meditar sobre ella, ya que por este camino se llega a la santa unión con Dios. En esta santísima escuela se aprende la verdadera sabiduría, en ella la han aprendido todos los santos (San Juan de la Cruz, Carta 1).

"Si quieres, alma devota, crecer siempre de virtud en virtud y de gracia en gracia, procura meditar todos los días la Pasión de Jesucristo". Esto es de San Buenaventura, y añade: "No hay ejercicio más a propósito para santificar tu alma que la meditación de los padecimientos de Jesucristo". Y San Agustín añade "que vale más una lágrima derramada en memoria de la Pasión de Cristo que hacer una peregrinación a Jerusalén y ayunar a pan y agua durante un año" (San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión de Cristo).

Si tu mente no se eleva a la contemplación de ese Dios-Hombre crucificado, vuelve atrás y, comenzando de la cabeza o de los pies, rumia todos esos caminos de la pasión y de la cruz del Dios-Hombre ajusticiado. Y si no puedes retomar y hallar de nuevo estas cosas con el corazón, repítelas frecuentemente y amorosamente con los labios, porque lo que a menudo se repite con los labios, da calor y fervor al corazón (Beata Ángela de Foligno, El libro de la vida).

Aquellos tres clavos sostienen todo el peso del cuerpo; sufre grandes dolores y está en una aflicción superior a cuanto se puede decir ni pensar. Está pendiente entre dos ladrones, de todas partes sufre penas, de todas partes oprobios, de todas partes insultos. Pues aun viéndolo tan angustiado no perdonan insulto alguno (San Buenaventura, Meditación sobre la Pasión).

Seis cosas se han de meditar en la pasión de Cristo: la grandeza de sus dolores, para compadecernos de ellos. La gravedad de nuestro pecado, que es la causa, para aborrecerlo. La grandeza del beneficio, para agradecerlo. La excelencia de la Divina bondad y caridad, que allí se descubre, para amarla. La conveniencia del misterio, para maravillarse de él. Y la muchedumbre de las virtudes de Cristo, que allí resplandecen, para imitarlas. Pues conforme a esto, cuando vamos meditando debemos ir inclinando nuestro corazón, unas veces a compasión de los dolores de Cristo, pues fueron los mayores del mundo, así por la delicadeza de su cuerpo, como por la grandeza de su amor, como también por padecer sin ninguna manera de consolación, como en otra parte está declarado. Otras veces debemos tener respeto a sacar de aquí motivos de dolor de nuestros pecados, considerando que ellos fueron la cause de que Él padeciese tantos y tan graves dolores como padeció. Otras veces debemos sacar de aquí motivos de amor y agradecimiento, considerando la grandeza del amor que Él por aquí nos descubrió y la grandeza de beneficio que nos hizo redimiéndonos tan copiosamente, con tanta costa suya y tanto provecho nuestro (San Pedro de Alcántara).

La pasión de nuestro Señor es el motivo más dulce y el más fuerte que puede mover nuestros corazones en esta vida mortal…allá arriba en la gloria, después del motivo de la Bondad divina, conocida y considerada en sí misma, el de la muerte del Salvador será el más poderoso para arrebatar el espíritu de los bienaventurados en el amor de Dios (San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios).

El canto del sufrimiento unido a sus sufrimientos es lo que más cautiva su corazón […] Jesús arde de amor por nosotras... ¡Mira su Faz adorable...! ¡Mira esos ojos apagados y bajos...! Mira esas llagas... Mira a Jesús en su Faz... Allí verás cómo nos ama (Santa Teresa de Lisieux).

Porque ningún libro hay tan eficaz para enseñar al hombre todo género de virtud, y cuánto debe ser el pecado huido y la virtud amada, como la pasión del Hijo de Dios; y también porque es extremo desagradecimiento poner en olvido un tan inmenso beneficio de amor como fue padecer Cristo por nosotros (San Juan de Ávila, Audi Filia).

Recuerden que la Pasión de Cristo desemboca siempre en la alegría de la Resurrección, para que cuando sientan en su corazón los sufrimientos de Cristo, tengan bien presente que luego llegará la resurrección (Beata Teresa de Calcuta).

Os confío la cruz de Cristo. Llevadla por el mundo como señal del amor de nuestro Señor Jesucristo a la humanidad, y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado está la salvación y la redención (Beato Juan Pablo II, Clausura del Año jubilar de la Redención, 1984).

escrito por P. Juan Antonio Ruiz J., L.C. 
(fuente: la-oracion.com)

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