También nosotros nos jugamos la vida en la escucha. “Dios es amor”, y el amor es comunicación, diálogo, palabra cercana y entrañable que se nos ha manifestado en Jesús.
Es necesario saber escuchar a este Dios que nos ama y que se comunica. Tenemos que aprender el lenguaje de Dios, orar y vivir en vigilante atención, sabiendo que Él habla en la Escritura, en la oración comunitaria, en el periódico, en los hermanos, en medio de los ruidos de la vida... y en el secreto del propio corazón.
Por eso, orar es también ponerse a la escucha, permanecer a los pies de Jesús (como María en Betania), convencidos de que poseemos una bienaventuranza (“dichosos los que escuchan la Palabra de Dios”) y de que tenemos una gran tarea: “hacer lo que Él nos diga”.
1. Hago silencio en mi interior...
2. ...siento que estoy en la presencia del Padre... Y ante Él repaso las cosas y acontecimientos del día, tratando de descubrir dónde he reconocido la voz de Dios. Dónde y cuándo lo he visto especialmente presente, qué me ha dicho, qué me ha insinuado...
3. Puedo también escuchar mi cuerpo, toda mi persona, y tomar conciencia de todas las sensaciones (tensiones, cansancio, dolor, inquietud, armonía, calma...) Las escucho sin rechazarlas y sin elaborar un discurso sobre ellas. También Dios se comunica conmigo a través de mi cuerpo...
(fuente: www.webdepastoral.salesians.info)
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