De un momento de descontrol emocional y falta de paciencia, pueden salir palabras y actos desafortunados que afectan tanto a los hijos como a los padres. Y es que dentro de todo lo maravilloso que implica formar un hijo, también surgen momentos difíciles que retan a los adultos a poner en práctica su formación como padres, y la propia madurez.
“Al corregir hay que dominar la ira, o por lo menos dominarla. Mantener sereno el espíritu, evitar la dureza o el desprecio en la mirada, y las palabras hirientes.” Señala el autor Javier Abad Gómez en uno de sus escritos. Y es que el cansancio, el estrés, los problemas, el desconocimiento de la labor educativa, las limitaciones del carácter; son algunos de los factores que hacen vulnerables a los progenitores, pues es natural que durante el proceso educativo de los hijos, se presenten situaciones frustrantes que ponen a prueba a los adultos no sólo como padres, sino como seres humanos.
Por eso la necesidad de cultivar la paciencia, la cual provee el autodominio cuando no se puede controlar una situación determinada. Así que por el bien de los hijos y de los padres, se debe evitar perder la paciencia, las siguientes tácticas ayudan en este propósito:
Sea paciente con usted mismo. Para ser paciente con los demás, primero hay que ser paciente uno mismo. Esto implica aprender a auto-regularse, es decir, a respirar profundo y actuar de manera calmada y respetuosa.
Sea firme pero no violento. Una autoridad asertiva es aquella que siempre parte del respeto; sin gritos, palmadas ni malas palabras. La firmeza es la facultad que tienen los padres para lograr una respuesta adecuada por parte de sus hijos. Un tono serio al emitir una orden y sostenerse en la decisión tomada, son algunos ejemplos.
Señale el comportamiento, no la persona. Es diferente decir: “eres muy desordenado” a decir “tu habitación está desordenada”. Cuando continuamente se le señalan las faltas a los hijos de forma negativa, ellos terminan aceptando ese comportamiento como parte de su personalidad sin la necesidad de cambiar ese mal hábito.
Los hijos saben cuando sus padres han perdido los estribos. Saben que pueden desestabilizarlos y así logran su objetivo. “Cuanto más lenta y plácidamente nos expliquemos, mayor atención captaremos”. Sugieren Pedro García Aguado y Francisco Castaño, escritores del libro «Aprender a Educar» en entrevista con ABC Familia. Los autores también aconsejan no perseguir nunca al niño por la casa gritándole, sino situarnos delante de él y explicarle lo que esperamos de él.
Trate de reducir la tensión. Un momento acalorado puede finalizar muy mal si no se ejerce el autocontrol que se necesita en ese instante. Por eso existen técnicas que ayudan a bajar la tensión como por ejemplo frenar la conversación, contar hasta diez y respirar profundo, tomar asiento y bajarse a la estatura del niño para lograr un contacto visual. En el caso de los hijos adolescentes, es importante analizar la situación, bajar el tono de voz y “saber escuchar” su estado de ánimo. Los chicos a esta edad, les cuesta expresar adecuadamente sus emociones, de ahí que los padres deban ser más maduros que ellos, no “igualarse” a su comportamiento y así lograr captar sus emociones.
Identifique un acto caprichoso de uno real. A los padres les cuesta apartarse al ritmo de aprendizaje, especialmente en la infancia. Por ejemplo, es normal que un niño de dos años se tarde para comer o para ir al baño. Sin embargo, también hay momentos que no quieren comer y se vuelven juguetones. Así que identificar cuándo es real y cuándo es capricho, es fundamental para saber cómo actuar.
Cambiar por ellos y para ellos. El amor paternal es tan poderoso que puede ser el impulsor de un cambio importante en la personalidad, haciendo que las limitaciones se conviertan en fortalezas.
(fuente: lafamilia.info)
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