2. “El Señor se enamoró de vosotros, por puro amor de él” Deuteronomio 7,6. Ni eran los más poderosos ni los más numerosos de la tierra conocida. No tenían ningún motivo que alegar para probar la predilección de Dios y su elección. Dios ama porque ama. Dios crea el amor. Porque sabe que puede romper el cántaro, reconstruirlo, embellecerlo. Dios es como un maestro que tiene sabiduría de sobra para enseñar a su pueblo y suplir sus ignorancias y elevarle de nivel de sabiduría, hasta por ósmosis, por la acción del Espíritu Santo. Dios por Jesús, amó a su pueblo, ¿no lloró antes de morir, a la vista del Templo de Jerusalén, símbolo de su identidad? (Lc 19,41). Principalmente lloraba por su ciudad, pero también por todos los pueblos de la tierra, a quienes tenía que alcanzar la Redención.
3. Pero a la vez que les manifiesta esta declaración de amor, eleva con ella al pueblo. Sí, ya se que el pueblo zafio y primitivo no va a apreciar esa elección y se va a prostituir con otros ídolos, pero al menos, alguien comprenderá y será agradecido. Diez justos pudieron salvar a Sodoma. Y desde luego, para todos es un estímulo saber que Dios le ha preferido, le ha amado, le sigue amando. Esa fidelidad seguramente le llenará más y le reconducirá a Dios, más que la recriminación y el castigo.
4. Y para que entre por los ojos de sus hijos, Dios actúa como cualquier muchacho enamorado. En los jardines y en los árboles más gruesos, hemos visto cientos de veces dos iniciales dentro de un corazón roto por una flecha. ¿Quién puede medir la tensión apasionada con que fueron taladrados aquel corazón y aquellas iniciales y aquella flecha? Allí se encerraba toda una vida, toda una ilusión, todo un enamoramiento, que después de haber sido dicho y manifestado con ardientes palabras, no se ha saciado y lo graba, lo esculpe, lo deja allí a la vista de todo el mundo. El muchacho o la muchacha han escrito allí con sangre su amor.
5. Cuando el mundo se había enfriado, Dios llamó a una mujer visitandina en Paray-le- Monial y le enseñó un corazón, como aquel del árbol, pero éste vivo, y con una llaga ancha y profunda, chorreando sangre y coronado de espinas y en el terminal de la aorta una hoguera llameante. Y a la vista de ese corazón salido de su pecho, le dijo estas palabras: “Mira el corazón que tanto ha amado a los hombres y que a cambio sólo recibe de ellos, ofensas, injurias y pecados. ¿Quieres consolarlo tú?”. Estas fueron las palabras del Corazón de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque. El Vicario de Cristo encargó a la Compañía de Jesús con el Padre Claudio de La Colombiere, director espiritual de la Santa, predicar y extender la devoción al Sagrado Corazón.
6. “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” Mateo 11,25. Como los semitas, sitúa Jesús la fuente de la vida emotiva, afectiva y sentimental en el corazón. Y en el suyo vive la mansedumbre, contraria a la cólera y al frenesí y a la aspereza. Ha querido describir una antítesis entre la persona y actitud de los jefes religiosos de Israel y la suya propia, tan humana y humilde y misericordiosa. Vive también la humildad, contraria igualmente al modo de proceder altanero y soberbio de los fariseos que, se las sabían todas, y que juzgaban al pueblo, no ya como un menor de edad, sino como unos malditos: “Esos malditos que no conocen la ley” (Jn 7,49). Y su magisterio estaba lleno de soberbia, y no buscaba otra cosa que “la vanagloria de su sabiduría unos de otros” (Jn 5,44); de donde nacía el despotismo y las palabras ásperas e iracundas con que trataban a las gentes que no admitían sus mandatos y que iban por otros caminos, como Jesús, a quien odiaban porque no se sometía a sus interpretaciones y a su visión religiosa, que ellos creían infalible. Junto a este defectos pecaban de pormenizadores y minuciosos. “Que no es nada quisquilloso mi Dios”, decía la Santa de Avila. “Colaban el mosquito y se tragaban el camello”. Era un contrasentido su magisterio: “Están sentados en la cátedra de Moisés, pero no hagáis lo que ellos hacen” (Mt 23,3). Orgullosos y autosatisfechos de su ciencia, su rabinismo secaba el alma, quedaba en obras exteriores, era incapaz de entusiasmar. Por el contrario, aceptando el yugo del Señor, se hace ligera la carga y suave el yugo, porque el evangelio, promovido por el Espíritu Santo, es descanso del alma. Lo duro se ablanda, lo tieso se enternece, el amor todo lo allana. “Donde se ama, no se trabaja y si se trabaja, se ama el trabajo”. El Espíritu de Jesús y del Padre lava lo que está manchado, pone paz donde hay guerra, hace humilde al soberbio, en fin llena a la persona del Espíritu de Cristo. Hay personas que piensan ser de Cristo, pero no tienen sus sentimientos de reconciliación y misericordia, amor y dulzura, paciencia y maganimidad, rechazan cualquier corrección y guardan resentimientos contra los encargados de enderezarles por el camino de la virtud, dándose de espirituales. A los tales, les dice San Pablo: “El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de él” (Rm 8,9).
7. Creo que es oportuno que nos preguntemos, si nuestra práctica religiosa, no ha decaído en el rabinismo, porque entonces tendríamos la explicación de la esterilidad de la comunidad cristiana, sobre todo, en cuanto a vocaciones de consagrados. Me da la impresión de que se ha hecho una religión tan lif, que ha perdido su mordiente y atractivo. Se ha relegado al Espíritu Santo a la sombra. La doctrina del Concilio y las Encíclicas de los Papas, sobre todo de Juan Pablo II, yacen empolvadas en los archivos y la doctrina primorosa, se predica en muy limitados círculos eclesiales. La delicadeza del amor de Cristo, la herida de su costado, las filigranas del amor, están demodés, y a todo lo que se aspira es a tener un neófito más: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréís mares y tierras para hacr un prosélito y,cuando llega a serlo, lo hacéis hijo de la gehena dos veces más que vosotros” (Mt 23,15).
8. No podía ser de otra manera. Si Dios es amor, y Jesús es la encarnación del amor movido por el Espíritu Santo, que es el Amor personal de ambos, que los textos de la liturgia del Corazón de Jesús, no respirasen amor que dilata el corazón, y nos ambienta en el Espíritu y en su Ley de amor, que es la única que nos engrandece, y no las vanidades y los títulos. La dureza no cabe en el amor de Cristo, ni el espíritu de revancha, ni la llamada “placer de dioses”, la venganza, la represalia, el desamor, la envidia, el odio, y el espíritu de carne del amor propio y del resentimiento. Claro que hay que luchar porque en nuestro interior hay dos fuerzas antagónicas que guerrean: la de la carne y la del Espíritu, como señala San Pablo: “La carne lucha contra el espíritu, y el espíritu contra la carne...Y las obras de la carne son manifiestas: fornicación, impureza, lujuria, idolatría, hechicería, enemistades, disputas, celos, iras, disensiones, divisiones, herejías, envidias, homicidios, embriagueces y otras cosas semejantes” (Gal 5,17).
9. También la 1ª carta de San Juan, que tras la afirmación maravillosa de “Dios es amor”, que se manifestó en enviar a la cruz a su Hijo, y que el que ama es de Dios, y el que no ama, no ha conocido a Dios deduce de ese principio fundamental que nos debemos amar unos a otros. Cuando San Pablo le advierte a su discípulo Timoteo: “No impongas a nadie las manos sin la debida consideración, para no hacerte partícipe de los pecados ajenos” (1 Tim 5,23), se refería a que la predicación de la palabra y el gobierno de las almas necesita madurez, más que años, de experiencia de Cristo y de su amor, y larga labor y asídua del Espíritu Santo. En consonancia con estas experiencias, el P. Garrigou Lagrange aporta este refrán: “Los novicios, parecen santos, y no lo son. Los padres jóvenes, ni lo parecen, ni lo son”. Refiriéndose a la visión plena del misterio de Cristo y a la maduración bajo la cción de su Dones y la donación de sus frutos. Y termina San Pablo diciendo en otro lugar: “Que no sea neófito, no sea que dominado por el orgullo venga a caer en la condenación del diablo” (1 Tim 3,5). ¡Cuántos se habrán apartado de la Iglesia por la poca preparación y madurez de los cristianos! ¡Y cuántos no han dado todo el rendimiento a la comunidad eclesial por la escasa humildad de los que se colocaron en primera línea, cuando debieron quedarse en la penumbra de la oración de principantes, y se colocaron como Nicodemo como maestros de Israel, sirviendo sólo como herreros o debastadores y se metieron a tallistas sin tener preparación ni experiencia para ello, como dice San Juan de la Cruz en su Llama de amor viva!!
10. Del Dios poderoso del Sinaí al Dios debil y humillado de la Cruz. Pero he ahí que el Dios que los judíos nunca pudieron comprender que tuviera un Hijo, Jesús, se convierte en un Dios débil y humillado, anonadado. Vendido por Judas, negado por Pedro, juzgado por el Sanedrín, por Herodes y Pilato, preferido por los judíos a Barrabás, un bandido, abofeteado, azotado, escupido por los soldados, coronado de espinas, abochornado y burlado con un manto escarnio de púrpura, mofado como rey de burla, pedido para ser crucificado. Condenado a muerte, escarnecido en la Cruz, insultado por los ladrones y por los Sumos Sacerdotes: "Si eres hijo de Dios, sálvate y baja de la Cruz". Movían la cabeza. Ha salvado a otros y a sí mismo no se puede salvar. El Dios Jesús callaba. Ofrecía su mejilla a los que le golpeaban y soportaba que se mofasen de él. Y Dios muere, no con una muerte heroica y grande, sino humillante y dolorosa, escandalosa. Muere crucificado, tormento horrible, condena de esclavos.
11. La inspiración del gran poeta ha intuído la inmensa e infinita angustia del hombre Jesús:
"El subía bajo el follaje gris, - todo gris y confundido con el olivar, - y metió su frente llena de polvo - muy dentro de lo polvoriento de sus manos calientes”. (Rilke). El velo del Templo se rasgó. Ante la debilidad espantosa de Dios, debe rasgarse también nuestro concepto del Dios del Antiguo Testamento. Debemos aceptar a un Dios humillado, que se encarna en la debilidad humana y que quiere ser el servidor de todos y el que está en los pequeños, en los sin cultura, en los marginados y en los torturados de todas las sociedades: "lo que hacéis a uno de mis pequeños, a mí me lo hacéis". Si no se penetra en la mística terrible del Mysterium iniquitatis se comprende un poco que se admita la muerte de Jesucristo como consecuencia sola de la voluntad perversa de los que no le admitieron, y hasta lo crucificaron, lo que considerarían como una circunstancia malhadada o un accidente laboral, un desentonar con la corriente, pero en ese caso, no sé qué exégesis correcta podrán hacer del texto revelado de la carta a los Hebreos 10,1-18: “Porque no teniendo la ley más que la sombra de los bienes futuros, y no la realidad misma de las cosas, no puede jamás por medio de las mismas víctimas, que no cesan de ofrecerse todos los años, justificar a los que llegan al altar y sacrifican; si justificaran hubieran cesado ya de ofrecerlas, pues, purificados una vez, no tendrán ya pecado; pero todos los años al ofrecerlas se hace conmemoración de los pecados; porque es imposible que con sangre de toros y de machos cabríos se borren los pecados. Por eso el Hijo de Dios al entrar en el mundo dice a su Padre: Tú no has querido sacrificio, ni ofrendas; mas a mí me has dado un cuerpo mortal; holocaustos por el pecado no te han agradado.Entonces dije: Heme aquí que vengo, según está escrito de mí al principio del libro para cumplir, ¡oh Dios!, tu voluntad. Al decir: Tú no has querido, sacrificios, ofrendas y holocaustos por el pecado, y añadiendo: Heme aquí que vengo, ¡oh mi Dios!, para hacer tu voluntad; está claro que abolió estos últimos sacrificios, para establecer otro, que es el de su cuerpo. Por esta voluntad, pues, somos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo hecha una vez sola. Y ya nunca jamás me acordaré de sus pecados, ni de sus maldades. Cuando quedan perdonados los pecados, ya no es necesario la oblación por el pecado. Teniendo la firme esperanza de entrar en el lugar santísimo del cielo, por la sangre de Cristo, con la cual nos abrió camino nuevo de vida para entrar por su carne; teniendo el gran sacerdote, Jesucristo, acerquémonos a él con sincero corazón”.
12. Tanto dolor soportado por el Corazón de Jesús, corresponde a a tanto amor ¿Por qué tanto dolor, Señor? ¿Por qué tanta humillación? Tantas palabras, tanta formación, tantos desvelos, tanto amor malbaratado, tanta angustia y zozobra, pobreza y sufrimiento, cobardía y mediocridad, ¿Por qué tanta tibieza en defender lo que sabes que es la verdad, cuando tienes tantas energías, oh cristiano, para ponerte, como dices, en tu sitio cuando tu amor propio te empuja? ¿Por que tanta sangre, Señor? ¡Qué gran amor el tuyo y el de tu Padre, que te entrega para que participemos de vuestra vida trinitaria y feliz por siempre! Te adoramos, Cristo y te bendecimos porque por tu santa Cruz has redimido al mundo.
13. Y, como colofón de la doctrina del amor, que nos llena de esperanza filial, leemos hoy el salmo 102: “La misericordia del Señor dura siempre, no es voluble, hoy te quiero, ya no te quiero, porque es compasivo y misericordioso”. Corazón de Jesús en Vos confío. En tu amor eterno. Amén.
escrito por Jesus Marti Ballester
(fuente: catholic.net)
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