Lectura
del Evangelio según San Marcos
(Mc. 4, 35-41)
Gloria a ti, Señor.
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".
Palabra de Dios.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Brasilia, 16 de junio de 2015 (ZENIT.org) P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: En la vida atravesamos por tempestades.
Síntesis del mensaje: En la tradición de los pueblos de Oriente Medio el mar ha sido siempre el lugar de las fuerzas caóticas del mal, opuestas a Dios. Jesús deja la orilla de Cafarnaum para pasar a la otra orilla, a la costa occidental del lago de Galilea, que en la época era territorio no judío, y, por tanto, tierra de paganos. En medio de la travesía del mar se levanta un fuerte temporal, como si las fuerzas del mal quisieran obstaculizar la difusión del evangelio del Reino de Dios. Cristo pide fe en su divinidad y confianza.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Job en la primera lectura experimentó la tormenta en su vida. Dios le probó. Pruebas: La inmensa pérdida de Job en cuanto a cosas terrenales, la prueba física en su cuerpo, su matrimonio se iba desmoronando, perdió su buena reputación. ¿Cómo reaccionó Job a estas pruebas? Quedó aferrado a su Señor, a pesar de que el Señor primero no respondió a su oración y aparentemente no le hizo llegar ninguna ayuda. Dijo: "¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?" (2, 10). La nave de la vida de Job estaba anclada en su Dios. Ninguna tormenta podía alejarlo de Él. El Señor era el primero en su vida. ¡El oscuro propósito que Satanás tenía para Job, al fin y al cabo llevó a la glorificación del Señor, pues Job siguió aferrado a su Dios! Aún más, triunfalmente exclamó en esos momentos: "Yo sé que mi Redentor vive". Cuando ya no quedó nada en la vida de Job, permanecieron aún el Señor y él mismo. ¡Qué íntima llegó a ser su comunión con su Señor a través de esta prueba y tormenta!
En segundo lugar, los apóstoles también experimentaron la tormenta en la barca, llevando a Jesús en ella. Las últimas parábolas que ha narrado Marcos mostraban la fuerza del crecimiento irresistible del Reino. Ahora la escena cambia radicalmente: describe una situación comprometida de los discípulos. Todo produce cierta grima: se ha hecho oscuro; se levanta de pronto un fuerte temporal y las olas rompen contra la frágil barca que se va llenando de agua. El grupo -la comunidad- corre peligro, vive una situación límite; en cualquier momento se puede hundir. Mientras tanto Jesús “duerme” en el puesto del timonel, desde donde se marca el rumbo de la nave. Jesús no se siente amenazado, no ha perdido la paz. En cambio, los discípulos medio histéricos gritan y van de un lado a otro, intentando salvar la piel... ¡y Jesús “duerme”! ¿Cómo es que se desentiende? ¿Tan poco le importan sus seguidores? Esta actitud de Jesús recuerda aquel sembrador de la parábola que duerme mientras la semilla hace su trabajo. Pero los discípulos no piensan en aquella parábola, de tan asustados, amedrentados y alarmados como están. Y despiertan a Jesús recriminándole que los abandone en aquel momento de riesgo extremo: “¿No te importa que nos hundamos?”. Los discípulos -y también nosotros- aún tienen el corazón endurecido; les cuesta abrirse con fe a la persona de Jesús. Les cuesta entender que Jesús no duerme, sino que sabe vivir siempre, en la tempestad y en la bonanza, en la certeza de estar siempre en las buenas manos del Dios que es todo Amor. Aprender a hacer esta experiencia, no sólo quedan reducidas las dificultades, sino que se aprende a ser discípulo.
Finalmente, nosotros, al igual que la Iglesia, no nos escaparemos de las diversas tormentas que Dios o quiere o permite en nuestra vida. Han pasado más de 2000 años desde que Jesucristo fundó la Iglesia. Han pasado más de 2000 años de cristianismo y parece que todo se viene abajo; parece que las nuevas doctrinas religiosas están tomando el puesto de la Iglesia, pero no es así. La Iglesia parece naufragar en la tempestad del mundo y en los problemas que se le presentan; pero cada vez que los hombres dudamos se alza una voz que parece despertar de un largo sueño: “¡No temáis, tened fe!”. Y el mar vuelve a la calma; la barca de Pedro sigue su rumbo a través de los años, los siglos y los milenios. Cristo no está lejos de nosotros; duerme junto al timón, para que cuando nuestra fe desfallezca, cuando estemos tristes y desamparados, Él toma el timón de nuestra vida. Además en el mar de nuestra vida brilla una estrella; relampaguea en el cielo de nuestra alma la estrella de María, para que no perdamos el rumbo. ¡Cuántas situaciones de angustia, de peligro vivimos! Incomprensión, crisis familiar o comunitaria, fracaso de la evangelización, enfriamiento del compromiso, escándalos, fuerzas incontrolables del mal, ideologías de todo tipo, etc. A veces las comunidades tenemos la sensación de estar perdidas, de ir a la deriva, de haber perdido el norte... y no entendemos el silencio de Dios.
Para reflexionar: Dedica un buen tiempo a hacer silencio en tu interior, a buscar la calma en medio de tantas preocupaciones, temores, incertidumbres. ¿Cuáles son tus tempestades? Como Jesús, ponte en las manos del buen Dios que es todo Amor. Haz un acto de fe en Jesús que ocupa el lugar del Dios que es todo Amor en tu comunidad o familia. Él está presente, no nos ha abandonado, ¿qué podemos temer? Pide saber vivir en la confianza. Pide la fuerza interior para aguantar los golpes de la vida, los vacíos, la falta de sentido, el miedo a seguir a Jesús... todo lo que dificulta verdaderamente la fe. Adhiérete a la persona de Jesús; Él nos libera de las parálisis y nos hace actuar para que pueda seguir liberando a muchos otros de cualquier tipo de parálisis y desconfianza.
Para rezar: Señor, aumenta mi fe y mi confianza en Ti, que llevas la barca de mi vida. Permíteme gritarte en la oración cuando Tú te me duermas y venga la tempestad de la prueba, del dolor, del mal, del silencio de Dios, de la crisis de fe, del miedo. Señor, en Ti confío.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
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