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domingo, 8 de junio de 2008

Introducción al Antiguo Testamento (III parte)

MOISÉS, EL LIBERTADOR DE LOS HEBREOS

INTRODUCCIÓN

Moisés es para los israelitas el fundador de su pueblo y el mediador de la alianza entre Dios y el pueblo. Es la figura más importante del AT.

La Biblia nos dice que los hijos de Jacob (uno de los dos hijos de Isaac) buscaron refugio en Egipto con ocasión de una gran sequía, que recibieron allí una buena acogida, que se establecieron y prosperaron en aquella tierra. Luego, tras un cambio de régimen, resultaron sospechosos, se les sometió a duras pruebas y finalmente se vieron amenazados de genocidio por un decreto del Faraón, que ordenaba el exterminio de todos los niños varones que nacieran.

Moisés se formó en la prodigiosa sabiduría de los egipcios. Pero, solidario de sus hermanos, Moisés llegó a matar a un egipcio al que sorprendió maltratando a un hebreo... Perseguido por la policía del Faraón, Moisés tuvo que emprender el camino del destierro. En el país de Madián, se casó y se convirtió en pastor de los rebaños de su suegro.

Allí fue donde le llegó la llamada de Dios y, permitiéndole vencer los temores y vacilaciones, lo hizo el libertador de su pueblo. Moisés no temió afrontar las iras del Faraón Ransés II, hasta que dejó salir de Egipto a los hijos de Israel. Luego cumplirá su misión hasta el fin, unas veces para llevar el mensaje divino al pueblo, otras para convertirse en el intercesor de aquel pueblo «de dura cerviz» ante la cólera divina”.

Dios revela su nombre

A su pueblo Israel, Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo, haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente.

Dios se reveló progresivamente y bajo diversos nombres a su pueblo, pero la revelación del Nombre Divino, hecha a Moisés en la teofanía de la zarza ardiente, en el umbral del Éxodo y de la alianza del Sinaí, demostró ser la revelación fundamental tanto para la Antigua como para la Nueva Alianza.

Dios llama a Moisés desde una zarza que arde sin consumirse. Dios dice a Moisés: "Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Ex 3,6). Dios es el Dios de los padres, el que había llamado y guiado a los patariarcas en sus peregrinaciones. Es el Dios fiel y compasivo que se acuerda de ellos y de sus promesas; viene para librar a sus descendientes de la esclavitud. Es el Dios que más allá del espacio y del tiempo lo puede y lo quiere, y que pondrá en obra toda su omnipotencia para este designio.

Al revelar su nombre misterioso de YHWH, "Yo soy el que es", o "Yo soy el que soy", o también "Yo soy el que Yo soy", Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es misterio. Es a la vez un Nombre revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: Es el "Dios escondido" (Is 45,15). Su nombre es inefable, y es el Dios que se acerca a los hombres.

Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre, verdadera para el pasado ("Yo soy el Dios de tus padres") como para el porvenir ("Yo estaré contigo"). Dios que revela su nombre como "Yo soy" se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo.

Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro delante de la santidad divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: "¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!" (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5,8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de Él: "No ejecutaré el ardor de mi cólera... porque soy Dios, no hombre; en medio de ti, yo soy el santo" (Os 11,9).

El apóstol Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1 Jn 3,19-20)

(Catecismo de la Iglesia Católica, 203-208)


VOCABULARIO BÍBLICO-TEOLÓGICO

* Nombre de Dios: En la antigüedad conocer el nombre de un dios significaba tener poder sobre el mismo. La magia consistía en dominar a los dioses o a los poderes sobrenaturales por medio de palabras y de ritos. Y la palabra más eficaz era el nombre de un dios. Yahveh significa el que es y también el que será. En realidad Dios se niega a darle su nombre y se limita a decirle: Yo soy el que existe o el que va a actuar. Es tanto como decirle: Mi nombre no te importa, te basta saber que soy el eterno, el Dios de vuestros antepasados. Lo que yo soy lo vais a ver cuando empiece a actuar en vuestro favor.

Por nuestra parte, los cristianos no olvidamos que, cuando Jesús nos enseñó a orar, nos dijo que a Dios podemos llamarle PADRE (Mt 6,9). Y Pablo en Rom 8,15 nos recuerda: "No habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor. Antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Padre!"


La traducción de los nombres divinos

El plural ELOHIM, es el nombre común de Dios. Es la misma raíz del árabe allah. Utilizado en plural puede significar a los seres divinos, pero ordinariamente se trata de un plural mayestático y se la traduce por Dios.

YHWH: es el “tetragrama” (cuatro letras); aparece una 6.800 veces en el Antiguo Testamento. Es el nombre propio del Dios de Israel. Se relaciona con una forma antigua del verbo “ser”. Según Ex 3,15, Dios lo comenta diciendo “Soy el que soy” o “el que seré”.

Podemos pensar a la vez en:
- Un Dios que se manifiesta cada día en favor de su pueblo,
- Un Dios inaccesible, misterioso,
- Un Dios eterno.

A partir del siglo IV a.C., los judíos, por respeto, dejaron de pronunciar este nombre. Cuando el lector se encontraba con el tetragrama leía ADONAI, o sea “el Señor”.

En hebreo no se escriben las vocales. En el siglo X d. C., unos escribas judíos, los masoretas, quisieron fijar la pronunciación tradicional de los textos bíblicos, copiaron bajo el tetragrama las vocales de ADONAI (a-o-e) para advertir al lector, y esto dio origen a la lectura equivocada de algunas biblias: JEHOVAH.

Los traductores griegos de la biblia escogieron la misma palabra que para ADONAI, o sea, KYRIOS (“el Señor”), palabra que recogió el Nuevo Testamento. Hoy se han adoptado varias soluciones:

- unas biblias utilizan la pronunciación antigua que cabe presumir: Yahvéh, o Yavé, o Yahvé.
- las biblias judías y muchas protestantes prefieren : el Eterno.
- el misal y el uso litúrgico, así como otras biblias, traducen:

YHWH: el Señor
Elohim: Dios
Adonai: el Señor
Adonai YHWH: el Señor Dios
YHWH Elohim: el Señor Dios
YHWH Sabaoth: el Señor, el Todopoderoso
Shaddai: el Poderoso

PARA LEER EN LA FE

El artículo más antiguo del "credo" de Israel proclamaba esta experiencia: "Dios libró a su pueblo de servidumbre en Egipto". La vinculación con la historia patriarcal hace ver la opresión como un desafío a la promesa que hablaba de un gran pueblo en tierra propia. La opresión aniquila al pueblo y le impide ir a su tierra. El grito de los oprimidos se dirige hacia el Dios de los padres, que escucha el grito en vista de ellos.

La salida no es el azar, sino que no tiene a la vista la tierra prometida. Lo que ahí se afirma, y lo que sobre todo intenta mostrar por todos los medios el relato bíblico, es que fue Dios quien sacó, y que la salida es salvación. Sin la acción transcendente, ni hubiera sido posible esa salida ni, por supuesto, hubiera tenido significado. Por eso la exhuberancia de señales para afirmar la acción de Dios.

El relato del éxodo está estructurado con los elementos siguientes:

Opresión (Ex 1,11-16); Envío del Libertador (Ex 3,10-13); Liberación (Ex 12,31-42); Dios oye el clamor Lucha (Ex 7,8-12,30); Celebración (Ex 12,43-13,16); de los oprimidos (Ex 3,7-9)

La opresión

La opresión es el punto de partida en el relato del éxodo. La realidad histórica de la misma debe tener que ver con los trabajos de construcción que los egipcios llevaban a cabo en el Delta del Nilo. Pero en el relato se la presenta como perdición, el mal total, del cual el hombre no es capaz de salir por propia cuenta. Por eso la historia subraya su mosntruosidad, y al trabajo forzado le añade otra crueldad: la matanza de los varones hebreos en el mismo momento de nacer. Seguramente ese tema fue pensado para introducir la infancia de Moisés o deriva de ella, extendiendo la suerte de un niño a todos los demás.

Por este camino la opresión se encara abiertamente con la promesa, y la lucha se entabla a nivel transcendente. El hombre en su lucha con el mal tiene muy claro que se enfrenta con una magnitud indomable, de caras infinitas, de poder sobrehumano; por eso se le ha representado en las figuras del demonio o de dioses malévolos. La lucha sería insostenible si Dios no estuviera con el hombre, en su favor, salvándolo de su perdición. La opresión en el éxodo tiene este volumen. El faraón está desfigurado para personificar la misma maldad endurecida, demoníaca, que sólo se doblará, y a duras penas, ante el dedo de Dios.

Él envió de un Libertador: Moisés

Moisés no es un simple líder revolucionario, sino un enviado que lleva consigo la iniciativa y el poder del Dios que quiere salvar. Sólo así se puede enfrentar con la perdición que ahora toma cuerpo en la opresión de su pueblo. Como el faraón representa el mal mismo, y hasta el poder trascendente que lo apoya, Moisés representa la causa de la justicia y trabaja con la fuerza de Dios que la defiende. En el enfrentamiento de los dos personajes se enfrentan el pueblo opresor y el oprimido, la injusticia y la causa justa, los poderes del mal y el Dios salvador.

Con Moisés, salvado de las aguas, comienza la salvación para su pueblo. Las aguas del Nilo revisten la connotación de lo caótico. Pero Moisés se ve otra vez amenazado cuando se identifica con la causa del pueblo oprimido. La huida a Madián le aleja de la opresión y le lleva al encuentro con Yahvé, el Dios de la libertad. Moisés hizo el camino que habría de hacer después su pueblo. Eso es lo que representa la historia de su infancia. Pero luego ha de acompañar a su pueblo en el itinerario que ha aprendido.

En ese momento el relato presenta al protagonista que hace que la historia sea lo que es: historia de salvación. Tiene un nombre nuevo, Yahvé, pero es el que se había dado ya a conocer como "el Dios de los padres". Por eso mismo, Dios escuchó el grito de los oprimidos. Él no era alguien de fuera: su promesa estaba detenida, atada, en el cuerpo del pueblo prisionero. Yahvé es el nombre nuevo de Dios, aprendido por Moisés en el territorio de Madián, y significa el que está ahí y el que verán los egipcios y los hebreos que es, al conocerle por sus obras.

La lucha

La lucha por la liberación se plantea, en el relato, en el enfrentamiento entre dos personajes, Moisés y el faraón, que antes que nada son dos figuras de la historia y escenifican la batalla en el plano histórico; pero ambos detentan la representación de personajes de un drama sagrado, como es la lucha entre el bien y el mal, entre el Dios salvador y las fuerzas del caos.

Con el faraón están los poderes del caos, de la injusticia y de la opresión, obstinados, grotescos, endurecidos. Son los poderes de la brutalidad y de la inhumanidad que arrasan el mundo, manisfestaciones de la perdición que el hombre no puede superar. Con Moisés esta Yahvé, que quiere personas libres para celebrar su fiesta en el desierto, después de haber roto las cadenas de su opresión y haberlas sacado de la servidumbre que envilece. Yahvé es quien endurece la posición del faraón o hace verlo en toda su obstinación, al oponerse a su proyecto de hacer un pueblo libre. Pero su endurecimiento será la ocasión para que egipcios y hebreos sepan quién es Yahvé.

La lucha pos la liberación esta representada en la dramática secuencia de diez plagas (Ex 7-12):

El signo del cayado maravilloso (7,8-13) constituye la primera victoria de Moisés y Aarón: de nada vale Egipto y su magia; sólo el Señor tiene el poder y la vida que en la simbología egipcia están representados por la serpiente.

Las seis primeras plagas están emparejadas. La primera y segunda (7,14-8,11) tienen como escenario el río Nilo, fuente de vida para Egipto, que se convierte en un pudridero: sangre (que anuncia la muerte) y ranas. Con ironía se constata que los magos egipcios no sólo no solucionan el problema, sino que lo agravan.

La plaga de los mosquitos (8,12-15) es semejante a la siguiente (8,16-28); ambas revelan como se cuartea el imperio del mal: los magos reconocen el "dedo de Dios". Los israelitas, que vivían como esclavos en Egipto, se libran de la plaga y comienzan a darse cuenta de quién es el Señor. Moisés rechaza el permiso restringido del faraón como incompatible con la libertad total que exige el Señor para poder servirle.

También van emparejadas la enfermedad del ganado (9,1-7) y las úlceras (9,8-12). La epidemia provocada por un gesto de Moisés alcanza a los mismos magos egipcios que experimentan así en su carne el poder de Dios.

Los tres últimos signos siguen un orden ascendente. Son los más detallados por ser los decisivos: sobre ellos aletea la muerte. Hasta ahora el Señor ha sido paciente, pero la obstinación de faraón exige signos más contundentes. En la tormenta (9,13-35) Dios manifiesta su dominio sobre la naturaleza; algunos cortesanos hacen caso y salvan sus propiedades, y el faraón se ve obligado a confesar su culpa. Las langostas (10,1-20) presagian los signos siguientes y evocan el Día del Señor. En las tinieblas se agitan los símbolos: el Señor contra Ra (Dios-Sol). Tres días de tinieblas representan la vuelta al caos y preparan la noche de Pascua.

Pero la mayor de todas las plagas es la última. Los primogénitos, según la ley de las primicias, pertenecen a Dios; los de Israel serán rescatados, pero no los de Egipto. Este signo acabará con la tozudez del faraón. Para que la evidencia sea mayor, Egipto será un puro grito de desesperación, mientras que la tranquilidad más absoluta reina en el campamento israelita.

La muerte de los primogénitos egipcios, primero anunciada (12,12-14), luego ejecutada (12,29-36) y finalmente convertida en origen de una costumbre-ley para los israelitas (13,11-16) consituye una especie de tema-guía de toda la liberación. Los primogénitos son la esperanza del futuro. Por eso cuando llega el momento del enfrentamiento definitivo, la alternativa es clara: o los hijos de Dios, o los del anti-Dios (el faraón, Egipto); o Israel, primogénito del Señor, o los primogénitos de todo Egipto. La obcecación del faraón atrae sobre Egipto el castigo pretendía infligir a Israel: el que quiso eliminar al primogénito del Señor e impedir el futuro del plan divino ahora ve cambiadas las tornas: va a desaparecer Egipto al morir todos sus primogénitos, hombres y animales.

Las plagas en sí mismas son fenómenos naturales y calamidades bien conocidas en Egipto, relacionadas casi todas con la crecida anual del Nilo. Las tinieblas se pueden entender como efecto de una tempestad de polvo del desierto. Lo único que no es normal es la muerte de los primogénitos. Lo sería, en cambio, una peste que afecta a los niños. Pero en el relato se hace hincapié en la muerte del primogénito del faraón que daría lugar al "lamento del año". Ese luto afectaría a todas las familias de Egipto. Y es el que pudieron aprovechar para escapar los que estaban pensando en hacerlo.

La reducción de las plagas a la naturaleza y a la historia no nos sirve de mucho, porque la pregunta oportuna es qué quiere decir por medio de ellas el relato. Para el Yavista parece que son castigos para Egipto, por no permitir la salida de los hebreos; para el Elohista y el Sacerdotal son manifestaciones de poder "para que sepan que yo soy Yahvé". En todo caso son "daños" infligidos al opresor, y que obedecen a la palabra de Moisés; son también "maravillas" que llaman la atención hacia alguien que es poderoso, y terminan por ser "signos" del Dios que está actuando con poder y con voluntad de salvar al oprimido y de doblegar al opresor.

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