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viernes, 15 de agosto de 2008

15 de agosto: Día de la Asunción de María, Nuestra Mamá

Hoy Nuestra Iglesia está de fiesta porque los católicos celebramos la Asunción de María, Nuestra Mamá Celestial.

Asunción significa que la Mamá fue llevada en Cuerpo y Alma al Cielo. Hay que recalcar que Asunción no es lo mismo que Ascensión, que es la que se refiere a Jesucristo. Lo del Mesías fue Ascensión en el sentido de que Él fue al Cielo por sus propios medios, por su propio poder por el hecho de que Jesús es Dios.

En el año 1950, por inspiración del Espíritu Santo, la Iglesia Católica Apostólica Romana declaró el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen al Cielo. Al respecto, leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica “La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (#966).

¿Qué es un Dogma de Fe? Es una Verdad revelada por Dios, basada en las Sagradas Escrituras y difundida desde la Iglesia Católica.

La importancia de este Dogma para la humanidad entera es que por medio de María, la naturaleza humana ha sido glorificada. El cuerpo de Nuestra Madre Celestial ha sido bendecido espacialmente. El 18 de agosto de 1997, el Gran Juan Pablo II dijo “María Santísima nos muestra el destino final de quienes `oyen la Palabra de Dios y la cumplen' (Lc. 11, 28). Nos estimula a elevar nuestra mirada a las alturas, donde se encuentra Cristo, sentado a la derecha del Padre, y donde está también la humilde esclava de Nazaret, ya en la gloria celestial”.

¿Murió la Virgen María?

Ni en la Biblia ni el Dogma antes mencionado hace alusión a una muerte de María. Entonces se plantea lógicamente el interrogante sobre como habrán sido los últimos días de la Madre Celestial en este mundo: en el seno de nuestra Iglesia, a lo largo de los Siglos, varios teólogos discutían sobre si María murió y resucitó o si fue llevada sin haber pasado por la muerte.

Desde la Iglesia, hubo una pronunciación oficial acerca de este tema: "Los fieles, siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores ... no encontraron dificultad en admitir que María hubiese muerto como murió su Unigénito. Pero eso no les impidió creer y profesar abiertamente que su sagrado cuerpo no estuvo sujeto a la corrupción del sepulcro y que no fue reducido a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo Divino” (Pío XII, Bula Munificentissimus Deus #7, cf. Doc. mar. #801).

Padre Joaquín Cardoso, s.j. edita en México en el Año de la declaración del Dogma un librito “La Asunción de María Santísima”. Y nos refiere lo siguiente sobre la muerte de María en la Tradición:

“Hasta el Siglo IV no hay documento alguno escrito que hable de la creencia de la Iglesia, explícitamente, acerca de la Asunción de María. Sin embargo, cuando se comienza a escribir sobre ella, todos los autores siempre se refieren a una antigua tradición de los fieles sobre el asunto. Se hablaba ya en el Siglo II de la muerte de María, pero no se designaba con ese nombre de muerte, sino con el de tránsito, sueño o dormición, lo cual indica que la muerte de María no había sido como la de todos los demás hombres, sino que había tenido algo de particular. Porque aunque de todos los difuntos se decía que habían pasado a una vida mejor, no obstante para indicar ese paso se empleaba siempre la palabra murió, o por lo menos `se durmió en el Señor', pero nunca se le llamaba como a la de la Virgen así, especialmente, y como por antonomasia, el Tránsito, el Sueño”.

Son muchísimos los Sumos Pontífices que han enseñado expresamente sobre la muerte de María. Entre éstos, nuestro Papa Juan Pablo II, quien en su Catequesis del 25 de junio de 1997, titulada por el Osservatore Romano “La Dormición de la Madre de Dios”, nos da más datos sobre la muerte de María en la Tradición:

Santiago de Sarug (+521): “El coro de los doce Apóstoles” cuando a María le llegó “el tiempo de caminar por la senda de todas las generaciones”, es decir, la senda de la muerte, se reunió para enterrar “el cuerpo virginal de la Bienaventurada”.

San Modesto de Jerusalén (+634), despues de hablar largamente de la “santísima dormición de la gloriosísima Madre de Dios”, concluye su “encomio”, exaltando la intervención prodigiosa de Cristo que “la resucitó de la tumba” para tomarla consigo en la gloria .

San Juan Damasceno (+704), por su parte, se pregunta: “¿Cómo es posible que aquélla que en el parto superó todos los límites de la naturaleza, se pliegue ahora a sus leyes y su cuerpo inmaculado se someta a la muerte?”. Y responde: “Ciertamente, era necesario que se despojara de la parte mortal para revestirse de inmortalidad, puesto que el Señor de la naturaleza tampoco evitó la experiencia de la muerte. En efecto, El muere según la carne y con su muerte destruye la muerte, transforma la corrupción en incorruptibilidad y la muerte en fuente de resurrección”.

No es posible, además, ignorar el Arte Cristiano, en el que encontramos gran número de mosaicos y pinturas que han representado la Asunción de María, tratando de hacernos ver gráficamente el paso inmediato de la “dormición” al gozo pleno de la gloria celestial, e inclusive algunos, del paso del sepulcro a la gloria, siendo asunta al Cielo.

Juan Pablo II declaró en 1997 “¿Es posible que María de Nazaret haya experimentado en su carne el drama de la muerte? Reflexionando en el destino de Maria y en su relación con su Hijo Divino, parece legítimo responder afirmativamente: dado que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre”.

Acerca de como habría sido la manera en que María habría dejado esta vida, Juan Pablo II expresó: “Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en este caso la muerte pudo concebierse como una 'dormición'”. A su vez, agregó que “Algunos Padres de la Iglesia describen a Jesús mismo que va a recibir a su Madre en el momento de la muerte, para introducirla en la gloria celeste. Así, presentan la muerte de María como un acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo Divino, para compartir con El la vida inmortal. Al final de su existencia terrena habrá experimentado, como San Pablo -y más que él- el deseo de liberarse del cuerpo para estar con Cristo para siempre”.

Sea como haya sido el Tránsito de Nuestra Señora, los católicos tenemos un motivo más para mirar con esperanza a la propia muerte, la cual puede ser el paso de esta vida hacia la Vida Eterna en Dios.
María nos ha precedido en este paso, le pidamos que nos asista especialmente en el momento en que nos toque dejar este mundo porque Ella y su Amado Hijo nos reciban en la Gloria del Señor.

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