La complicada relación entre China y la Iglesia católica está históricamente enraizada en las antiguas expediciones misioneras y ha tenido un impacto duradero en la cultura china a través de los siglos.
El legado de los jesuitas pioneros a la China dinástica, que llegó allí como muy pronto en el siglo XVI, generó una revolución y alimentó las almas de innumerables chinos.
Cauteloso de esta fuerza transformadora, el Partido Comunista Chino buscó firmemente controlar la extensión del cristianismo en el despertar de las reformas económicas implementadas a principios de los años 80 que expusieron a China a influencias internacionales.
A pesar de tales esfuerzos, el catolicismo emergió como un movimiento poderoso en una cultura deseosa de realización espiritual después de décadas en que las leyes comunistas diezmaran la rica base tradicional religiosa de China.
A pesar de que el catolicismo ha enriquecido las vidas de decenas de millones de chinos convertidos, los católicos que proclaman lealtad al Vaticano por encima de las Iglesias oficialmente sancionadas se enfrentan a una intensa persecución.
La agitación política que devastó China durante el siglo XX creó las condiciones para el actual resurgimiento católico. Este regreso a la fe surgió del voto espiritual que envolvió a China tras la brutalidad y la locura de las varias campañas políticas de Mao Zedong, quien expuso la bancarrota moral de la ideología maoísta.
Hoy en día, uno tendría dificultad en encontrar creyentes genuinos en el pensamiento maoísta, la base ideológica de la China comunista, incluso entre miembros del Partido Comunista. Éste último tuvo, sin embargo, éxito en diezmar las tradiciones religiosas indígenas chinas; también sería difícil encontrar devotos del taoísmo, del budismo o del confucionismo defensores de la China moderna.
El resultado del vacío espiritual ha dejado alrededor de un billón de chinos sin ninguna firme raíz religiosa o convicciones ideológicas. Muchos han intentado satisfacer este innato vacío enredándose en vagos conceptos de nacionalismo o en la búsqueda del dinero. Una creciente minoría, sin embargo (algunos colocan el número en más de 80 millones), se ha convertido al catolicismo y a otras denominaciones cristianas.
Las autoridades chinas, inicialmente, veían el resurgimiento cristiano como un movimiento político rival y una oportunidad de ejercer control sobre sus defensores. En un intento por controlar el crecimiento del cristianismo y el sistema de creencias de los convertidos, el Partido Comunista estableció dos organizaciones que tenían la tarea de manejar el cristianismo en China: el Consejo Cristiano Chino y la Asociación Patriótica Católica. Estas dos organizaciones dictan las enseñanzas de la Iglesia y controlan el nombramiento del clero, que deben jurar lealtad al estrictamente ateo Partido Comunista. Es ilegal pertenecer a la Iglesia no regida por cualquiera de estas dos organizaciones.
No es necesario decir que las relaciones entre el Vaticano y la Iglesia Católica China patrocinada por el Estado son tensas. Esta situación pone a los católicos chinos en una decisión tremendamente difícil: aliarse con la institución oficial del estado o ilegalmente rezar en una iglesia expresando lealtad al Vaticano. Más que una mera crisis de identidad, los católicos chinos que eligen rezar en la Iglesia clandestina se enfrentan a una potencial persecución.
La policía local a menudo destruye iglesias, acosa a practicantes, e incluso recluye a creyentes religiosos en hospitales psiquiátricos o infames “prisiones negras”.
Recientemente medidas severas demuestran que la policía local en toda China no duda en aprovechar su autoridad para encarcelar individuos sin ofrecer ningún tipo de evidencia de comportamiento criminal para mantener mandatos importantes del Gobierno en aras de una estabilidad política.
Básicamente, el Partido Comunista Chino teme al Catolicismo porque actúa como potencial fuente rival de poder que predica un mensaje en riguroso contraste con su hueca ideología de nacionalismo, ambición, y la infravaloración del valor individual.
El firme compromiso de la Iglesia Católica en la promoción de la inherente dignidad de cada vida choca con las políticas de planificación familiar del Partido Comunista, que fungen como justificación para realizar abortos forzados en las mujeres que desobedecen la política de un solo hijo. En lugar de fungir como fuente de fortaleza y legitimidad, la adherencia extendida a las cuatro virtudes cardinales amenazaría el monopolio del Partido Comunista en el poder, instando a la gente a exigir justicia social por la gracia de Dios. Estas diferencias fundamentales han dado pie a que el Partido Comunista vea a la Iglesia Católica como una potencial amenaza existencial que debe ser contenida.
En respuesta a la aniquilación de tradiciones religiosas nativas y al vacío de las bases ideológicas del Partido Comunista, los chinos están cada vez más volviéndose a las enseñanzas que fueron traídas al continente por los valientes sacerdotes jesuitas hace siglos. Frente a la extendida represión, muchos seguidores exhiben el mismo grado de fortaleza expuesto por estos primeros sacerdotes simplemente orando el rosario en sus iglesias locales. A la luz de esta realidad, invito a mis hermanos católicos a orar por nuestros hermanos y hermanas que se enfrentan a una persecución religiosa en China.
escrito por Harry Wu
Director ejecutivo de la Fundación de Investigación Laogai y el Museo Laogai
(fuente: www.aleteia.org)
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