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martes, 27 de enero de 2015

Volver a partir de Don Bosco

Don Pascual Chávez, Rector Mayor, en el discurso de clausura del Capítulo General XXVI

Hacia el bicentenario del nacimiento de Don Bosco: la Congregación en estado de vuelta a Don Bosco para volver a partir de él.

¿Qué haría Don Bosco hoy? ¡No lo sabemos! Pero sabemos qué hizo ayer y, por tanto, podemos saber qué hacer para obrar como él hoy. Es cuestión de conocimiento e imitación.

Hemos insistido en este Capítulo que es absolutamente indispensable contemplar a Don Bosco, amarlo, conocerlo e imitarlo, para descubrir sus motivaciones más profundas y atrayentes, aquellas de las que sacaba la energía que le hacía trabajar por los jóvenes incansablemente; sus convicciones más sólidas y personales, que lo llevaban a no echarse atrás, que, más bien, lo hacían fascinante y convincente; sus objetivos definidos y claros, que le hacían ir adelante, con una sola causa por la que vivir: ver felices a los jóvenes aquí y en la eternidad.

Don Bosco sintió el drama de un pueblo que se alejaba de la fe y sobre todo sintió el drama de la juventud, predilecta de Jesús, abandonada y traicionada en sus ideales y en sus aspiraciones por los hombres de la política, de la economía, acaso también de la Iglesia. Me pregunto si esta situación no es, bajo muchos puntos de vista, semejante a la que hemos identificado en nuestro Capítulo General.

Pues bien, ante tal situación Don Bosco reaccionó enérgicamente, encontrando formas nuevas de oponerse al mal. A las fuerzas negativas de la sociedad resistió denunciando la ambigüedad y la peligrosidad de la situación, “contestando” – a su modo, se entiende – los poderes fuertes de su tiempo. He aquí qué significa tener una mente y un corazón pastorales.

Sintonizado sobre estas necesidades, trató de dar una respuesta, con las posibilidades que le ofrecían las condiciones histórico-culturales y las coyunturas económicas del momento histórico, y esto, a pesar de oposiciones parciales del mundo eclesiástico, de autoridades y fieles. Así fundó oratorios, escuelas de diverso tipo, talleres de artesanos, periódicos y revistas, tipografías y editoriales, asociaciones juveniles religiosas, culturales, recreativas, sociales; construyó iglesias, promovió misiones “ad gentes”, actividades de asistencia a los emigrantes; fundó dos congregaciones religiosas y una asociación laical que continuaron su obra.

Tuvo éxito gracias también a sus extraordinarias dotes de comunicador nato, a pesar de la falta de recursos económicos (siempre inadecuados para sus realizaciones), su modesto bagaje cultural e intelectual (en un momento en que había necesidad de respuestas de alto perfil) y el ser hijo de una teología y de una concepción social con fortísimos límites (y, por tanto, inadecuada para responder a la secularización y a las profundas revoluciones sociales en acto). Siempre sostenido por superior audacia de fe, en circunstancias difíciles, pidió y obtuvo ayudas de todos, católicos y anticlericales, ricos y pobres, hombres y mujeres del dinero y del poder, y exponentes de la nobleza, de la burguesía, del bajo y del alto clero.

Sin embargo, la importancia histórica de Don Bosco, antes que en las tantísimas “obras” y en ciertos elementos metodológicos relativamente originales – el famoso “sistema preventivo de Don Bosco” -, hay que descubrirla en la percepción intelectual y emotiva del problema de la juventud “abandonada” con su importancia moral y social;

- en la intuición de la presencia en Turín primero, en Italia y en el mundo después, de una fuerte sensibilidad, en lo civil y en lo “político”, del problema de la educación de la juventud y de su comprensión por parte de las clases más sensibles y de la opinión pública;

- en la idea que lanzó de obligadas intervenciones a larga escala en el mundo católico y civil, como respuesta necesaria para la vida de la Iglesia y para la misma supervivencia del orden social;

- y en la capacidad de comunicar esta misma idea a amplias muchedumbres de colaboradores, de bienhechores y de admiradores.

Ni político, ni sociólogo, ni sindicalista ‘ante litteram’, simplemente sacerdote-educador, Don Bosco partió de la idea de que la educación podía hacer mucho, en cualquier situación, si se realiza con el máximo de buena voluntad, de compromiso y de capacidad de adaptación. Se comprometió a cambiar las conciencias, a formarlas en la honradez humana, en la lealtad cívica y política y, en esta perspectiva, trató de “cambiar” la sociedad, mediante la educación.

Transformó los valores fuertes en que creía – y que defendió contra todos – en hechos sociales, en gestos concretos, sin replegarse en lo espiritual y en lo eclesial entendido como espacio o experiencia exentos de los problemas del mundo y de la vida. Es más, fuerte en su vocación de sacerdote educador, cultivó un compromiso cotidiano que no era ausencia de horizontes, sino dimensión encarnada del valor y del ideal; no era nicho protector y rechazo de la confrontación abierta, sino medirse sinceramente con una realidad más amplia y diversificada; no era un mundo restringido a algunas pocas necesidades que satisfacer y lugar de repetición, casi mecánica, de actitudes tradicionales; no era rechazo de toda tensión, del sacrificio exigente, del peligro, de la lucha. Tuvo para sí y para los salesianos la libertad y la bravura de la autonomía. Y no quiso siquiera vincular la suerte de su obra al imprevisible variar de los regímenes políticos.

El conocido teólogo francés Marie-Dominique Chenu, O.P., respondiendo en los años ochenta del siglo pasado a la pregunta de un periodista que pedía le indicase los nombres de algunos santos portadores de un mensaje de actualidad para los tiempos nuevos, afirmó sin dudar: “Me place recordar, ante todo, al que se adelantó un siglo al Concilio: Don Bosco. Él es ya, proféticamente, un hombre modelo de santidad por su obra, que está en ruptura con el modo de pensar y de creer de sus contemporáneos”.

Fue un modelo para tantos; no pocos imitaron sus ejemplos, llegando a ser el “Don Bosco de Bérgamo, de Bolonia, de Mesina y otros más”.

Obviamente el “secreto” de su “éxito” cada uno lo encuentra en uno de los diversos rasgos de su compleja personalidad: capacísimo emprendedor de obras educativas, organizador de amplias miras de empresas nacionales e internacionales, finísimo educador, gran maestro, etc. ¡Éste es el modelo que tenemos y estamos llamados a reproducir lo más fielmente posible!

(fuente: www.donbosco.org.ar)

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