Es un hecho anecdótico, pero quizá tiene más miga de lo que parece. En Facebook encontré la página de un amigo con el que trato con cierta frecuencia.
El día en el que aterricé en su “muro” era, precisamente, el de su cumpleaños. Las felicitaciones se sucedían, breves, cordiales, abundantes. Los amigos querían hacerse presentes en esa fecha.
Ni corto ni perezoso tomé el teléfono y le llamé. Apenas me respondió le dije, simplemente: “¡Felicidades!” Un poco sorprendido, me preguntó: “¿Por qué?” Le respondí: “Porque hoy es tu cumpleaños”. “Ah, sí, casi ni me acordaba...”
El mundo electrónico agiliza relaciones, permite que cientos de personas sean avisadas del propio cumpleaños. Llegan, puntualmente, con cariño, señales de felicitación.
Pero puede ocurrir que las personas que no entran en ese mundo (y no son pocas) queden situadas como extranjeros, como “lejanos”. Incluso una felicitación por teléfono de un conocido puede sorprendernos: ¿para qué me llamará esta persona?
Sería paradójico, como ha sido dicho de un modo profundo respecto de la tecnología en general, que Facebook y otros espacios electrónicos, “nos acerquen a los lejanos y nos alejen de los cercanos”. Sería triste que un esposo o una esposa estén muy atentos a cientos de mensajes de “amigos” y "contactos", y que luego apenas se dirijan unas pocas y frías palabras.
El mundo digital ayuda, y mucho, a relacionarnos los unos con los otros, a reencontrar a personas que conocimos hace años, a facilitar el diálogo. Por eso a veces ya nos resulta incluso costoso llamar por teléfono una y otra vez si no nos responden, cuando resulta tan fácil y rápido escribir el mensaje y enviarlo.
Pero si ese mundo digital nos llegase a alejar de los padres ancianos que esperan señales de vida de un hijo, de un amigo enfermo que necesita simplemente ser acompañado una tarde o de un compañero de trabajo que no sabe a quién recurrir para charlar sus problemas, es que estamos perdiendo dimensiones fundamentales de la existencia humana, aunque en el propio perfil de Facebook haya una larga lista de "amigos".
No sé si mi amigo recordará cuándo es el día de mi cumpleaños. Como no estoy en Facebook, no le llegará un aviso automático... Pero puedo decir que, gracias a Dios, casi siempre que le pido ayuda de palabra o por teléfono me la ha ofrecido. Lo cual significa que también es posible estar sanamente en Internet y mantener al mismo tiempo un corazón abierto a relaciones significativas y a gestos de amistad que valen hoy, como siempre, en nuestro mundo altamente tecnológico.
escrito por P. Fernando Pascual
(fuente: catholic.net)
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