Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
(Lc. 2,16-21)
Gloria a Ti, Señor
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Angel antes de su concepción.
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
1. INVOCA
Vas a entrar en la oración con la Palabra de Dios. El Señor te va a manifestar su deseo y su proyecto. Es el momento más indicado para que tú escuches el mensaje que la Palabra te va a comunicar. Prepárate para este encuentro de amor. Con la Palabra, hecha carne, vas a recibir todo el amor de la Trinidad.
Invoca al Espíritu, el Amor de Dios, que va a iluminar para ti todo el sentido de la Palabra. Y que, además, será tu ayuda constante para vivirla. Invoca al Espíritu, con el canto repetido: Veni, Sancte Spiritus.
Ven, Espíritu Santo,
te abro la puerta,
entra en la celda pequeña
de mi propio corazón,
llena de luz y de fuego mis entrañas,
como un rayo láser opérame
de cataratas,
quema la escoria de mis ojos
que no me deja ver tu luz.
Ven. Jesús prometió
que no nos dejaría huérfanos.
No me dejes solo en esta aventura,
por este sendero.
Quiero que tú seas mi guía y mi aliento,
mi fuego y mi viento, mi fuerza y mi luz.
Te necesito en mi noche
como una gran tea luminosa y ardiente
que me ayude a escudriñar las Escrituras.
Tú que eres viento,
sopla el rescoldo y enciende el fuego.
Que arda la lumbre sin llamas ni calor.
Tengo la vida acostumbrada y aburrida.
Tengo las respuestas rutinarias,
mecánicas, aprendidas.
Tú que eres viento,
enciende la llama que engendra la luz.
Tú que eres viento, empuja mi barquilla
en esta aventura apasionante
de leer tu Palabra,
de encontrar a Dios en la Palabra,
de encontrarme a mí mismo
en la lectura.
Oxigena mi sangre
al ritmo de la Palabra
para que no me muera de aburrimiento.
Sopla fuerte, limpia el polvo,
llévate lejos todas las hojas secas
y todas las flores marchitas
de mi propio corazón.
Ven, Espíritu Santo,
acompáñame en esta aventura
y que se renueve la cara de mi vida
ante el espejo de tu Palabra.
Agua, fuego, viento, luz.
Ven, Espíritu Santo. Amén. (A. Somoza)
Contexto litúrgico
En la Octava de Navidad, celebramos la solemnidad de la Maternidad divina de María. Un día muy especial para contemplar a la Madre que lo dio todo para que Dios, en su proyecto salvador, lo realizara contando, una vez más, con el ser humano. En este caso, con María, la sencilla mujer de Nazaret, que estuvo siempre atenta a la Palabra.
Texto
1. Encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre (v. 16)
Los pastores, al escuchar el anuncio del nacimiento de Jesús, se pusieron en camino de inmediato. Fueron de prisa (v. 16). Su respuesta rápida se vio correspondida con la presencia de María, José y el Niño. Comprobaron con sus propios ojos los que el ángel les había revelado.
Todo lo hicieron con alegría y prontitud. Y la manifestación del Niño, sobre todo, quedó plasmada en su vida. Admirados, contemplaron el misterio del pesebre. De algún modo creyeron en Él. Y esa fe inicial los conduce a pregonar lo que habían visto y oído acerca de aquel Niño.
Dios que nace Niño, en la sencillez, pobreza y silencio, llama a los sencillos, pobres y marginados de los poderes políticos y religiosos de la ciudad de Jerusalén, en el desamparo del campo y en el silencio de la noche.
Los pastores fueron los primeros, después de José y María, en conocer y adorar al Dios manifestado en un bebé indefenso. Regresaron glorificando y alabando a Dios. Quedaron admirados y fascinados. Y ellos fueron también los primeros evangelizadores de la experiencia gozosa del encuentro con el Mesías.
2. María conservaba todos estos recuerdos (v. 19)
Lucas es el evangelista que más destaca los gestos y actitudes de la Virgen María. Y la presenta en estos breves versículos como la “memoria viva” de la historia de la infancia de Jesús.
La Madre María, ya lo dijeron los padres de la Iglesia, “concibió a Dios en su persona antes que lo concibiera en su seno”. María es la oyente de la Palabra porque permaneció siempre a la escucha de la Palabra, para sintonizar con el plan de Dios en su vida.
Del encuentro de los pastores con el Salvador, María guardó y meditó aquella experiencia sencilla y profunda. María es la que escucha a Dios en los acontecimientos de la vida. Así aparece la Virgen en el cántico del Magnificat.
María es también la orante de la Palabra. Lo que veía en la vida diaria y la Palabra que escuchaba en la sinagoga de Nazaret, todo lo meditaba y lo oraba, lo convertía en un diálogo ininterrumpido con el Señor de la historia, su Hijo, totalmente presente en su vida.
María es la oferente de la Palabra. En la circuncisión del Niño y al ponerle el nombre Jesús (Dios salva), María ofrece el fruto de sus entrañas al Padre para la salvación de los humanos. La oblación constante de su vida, de su Hijo, de todos sus gozos y sufrimientos, le lleva a la entrega total de su persona y a la ofrenda de su mismo Hijo, desde este momento doloroso de la circuncisión hasta el último suspiro en la cruz.
3. MEDITA (Qué me/nos dice la Palabra de Dios)
Los pastores encontraron al Señor desde la sencillez de su vida. ¿Qué te sugiere esto? La Virgen María es más dichosa porque escuchó y vivió la Palabra de Dios que por ser Madre de Dios (Lc 11, 27-28). ¿Cómo escucho la Palabra? ¿Trato de estudiarla y llevarla a la práctica? ¿Qué hago para ayudar a otras personas para que amen y mediten la Palabra?
4. ORA (Qué le respondo al Señor)
Deseo, Padre, encontrarme con tu bondad en el diálogo de la oración. Que experimente, como los pastores, María y José, el gozo de estar contigo y escucharte en el fondo de mi corazón.
Que me alimente de la Palabra, que es tu Hijo. Porque Él es el que tiene las palabras que dan vida eterna (Jn 6, 68). Que mi vida se parezca a nuestra Madre María: oyente, orante y oferente de la Palabra.
5. CONTEMPLA
A los pastores que van presurosos al encuentro de Jesús.
A María y a José, admirados y gozosos por lo que veían y oían decir del Niño.
A ti mismo, que deseas encontrarte vivamente con el Señor en la oración.
6. ACTÚA
Imitaré a la Virgen María, que contemplaba al Señor actuando en la historia humana.
Recitaré el Magnificat, glorificando al Señor que enaltece a los humildes.
También podemos invocar a la Madre de Dios, con el Ave Maria… Santa María, Madre de Dios…
(fuente: catholic.net)
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