La naturaleza dicta sus normas, la carne y la sangre tienen sus leyes. Sin embargo, por la sabiduría de Dios, cabe trascender la biología y alcanzar a descubrir la vida sobrenatural, un modo diferente de ser humanos.
María, enteramente de nuestra raza, fue liberada de todo pecado por gracia, y en ella se concitan la virginidad, la esponsalidad y la maternidad por obra del Espíritu Santo. El evangelio de San Juan afirma: "(La Palabra), vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios" (Jn 1, 11-13).
La exigencia de Jesús para ser discípulos suyos parece injusta, como si no tuviera en cuenta lo que es natural y bueno, el afecto a los propios, los vínculos que estabilizan en tantos casos a las personas. Pero ¿cómo va a exigir abandonar la referencia entrañable, Aquel que ha querido nacer de Mujer?
¿Qué quiere decir el Maestro cuando exige un despojo de algo tan sagrado como los padres, los hermanos, los hijos? Una interpretación es la enseñanza de que los vínculos naturales no abarcan toda nuestra necesidad de relación. Y como mejor ejemplo se nos ofrece el testimonio de San Pablo en la carta a su amigo Filemón: "Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión; te lo envío como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar, en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo".
En definitiva, la condición para ser discípulo de Jesús es la de no anteponer nada a su amor, y caminar poniendo los ojos en Él. El secreto consiste en ir detrás de El.
escrito por Don Ángel Moreno de Buenafuente
(fuente: www.la-oracion.com)
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